"Caminé tres noches para cruzar la frontera"

La Vanguardia, 19-05-2006

José cruzó la frontera estadounidense por la zona de Nogales (Arizona), junto con otros
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47 inmigrantes sin permiso. Fue hace cinco meses. Pasó tres noches caminando por el desierto. “Gracias a Dios no nos pasó nada; nos dábamos fuerzas unos a otros”, explica. Hubo de pagar 2.500 dólares a los polleros (traficantes humanos). Luego realizó el largo viaje en autocar hasta Washington.
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“Me vine aventurado, sólo tenía a un amigo aquí”, afirma el inmigrante, que atiende un puesto de venta ambulante cerca del Capitolio. En México, DF repartía pizzas. Aquí vende gorras con las siglas de la CIA y del FBI, camisetas, banderitas y postales.
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Casado y padre de cuatro hijos – de 18, 12, 8 y 5 años – , se decidió a marchar “por la situación económica, que obliga a los mexicanos a salir del país para mejorar la vida de la familia”.
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Confiesa que ha sido duro. Su amigo sólo le ofreció casa al principio. “Los primeros días te dicen que te echan una mano, pero luego te dicen que busques ya otro lado”, se lamenta.
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- ¿Por qué tantos hombres y mujeres tienen que marcharse de México, un país con tantos recursos?
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- Porque los gobiernos sólo dan a los que tienen cerca. En los pobres, los que viven en el campo, lejos de las ciudades, no se fijan. A los que realmente están trabajando no los atienden.
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- ¿Ya pudo enviar dinero a la familia?
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- Ah, claro, lo primero. Por eso salimos del país. Cada ocho días les mando unos 200 dólares. Me parece poquito, quisiera mandar más.
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Como tantos otros antes que él, la intención de José es quedarse sólo dos o tres años, ahorrar y regresar a México. Para muchos, esa provisionalidad se ha alargado 10, 15 o 20 años. Cierto autoengaño parece necesario para aguantar el sacrificio y salir adelante. –
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