Rumbos
Diario Sur, 18-05-2006A cincuenta kilómetros de Málaga por carretera nos topamos con Tolox o con Torrox, dependiendo de si el rumbo elegido es hacia el oeste o hacia el este. Ambos son noticia estos días. La Junta ha denunciado al andalucista (vaya) alcalde de Tolox por dar licencias para dos mil viviendas que considera ilegales (algunas con el visado del Colegio de Arquitectos). Más de dos mil viviendas en un pueblo de no más de dos mil cuatrocientos habitantes, viviendas proyectadas – o construidas – en zonas verdes, según la Junta. La Junta que protege y vigila y actúa, aunque en Carboneras ha tardado unos meses a pesar de las denuncias y de la intervención del gobierno central, lo cual nos costará muchos muchos euros pero así son las cosas. Una obra se empieza sin permisos, y si cuela cuela, y si no cuela se establece un pulso y en Carboneras lo hemos ganado, y en Tolox, pero el de Carboneras nos supone una ruina; amarga victoria, en fin.
Hacia el este, Torrox. Ayer llegó una nueva patera a sus playas. Un grupo de marroquíes interceptados en la costa y que fueron escoltados hasta el puerto de Málaga. Casi se cruzan con los participantes de unas jornadas literarias en Tánger (a ciento sesenta kilómetros de Málaga en línea recta, que no es la distancia más corta).
El Instituto Municipal del Libro y el Instituto Cervantes de Tánger, organizaron unas jornadas literarias para acercar dos ciudades situadas en orillas diferentes de un mismo mar, dos ciudades ahora un poco más cercanas. Una comitiva malagueña desembarca en Tánger, cruzando el estrecho en un barco rápido mecido por el oleaje, deambula por sus calles, diserta sobre su obra, mira, aprende, recorre Tánger, el primer laberinto. Acodados en cubierta, la comitiva malagueña que se despertará con el canto de los almuédanos busca delfines, y la pequeña mancha lejana que aparecía y desaparecía y podía ser el lomo de un mamífero o un pesquero, también podía ser una embarcación con cincuenta y siete marroquíes a bordo pretendiendo un acercamiento desde la otra orilla, deambular por nuestras calles, encontrar un rincón propicio. Establecer otro pulso. El agua fría quema. La luz de los focos ciega. La llegada a puerto es triste.
Cruza nuestros muelles una comitiva exhausta, el de Tánger cruzado por un grupo entre risas. Un grupo que se sorprende del nivel de los estudiantes de español, que pasea por la medina o por el jardín de la casa del cónsul, más grande que la medina. Y las jornadas literarias terminan, se recogen las bolsas de viajes, se entra en un autobús. Y en un muelle malagueño mantas grises cubren los cuerpos cansados de cincuenta y siete marroquíes, aquí.
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