Realidad tozuda

Las Provincias, 18-05-2006

Los demagogos tienen dos grandes enemigos: la hemeroteca y la realidad.


La hemeroteca es un lugar, a menudo, sombrío, inhóspito y poco frecuentado por el oponente político –sea el que sea – que confía demasiado en su memoria. Curiosamente la prensa visita más su propio museo pues entra dentro de su papel de eterna oposición a todos y a ninguno, es decir, quien tiene la obligación de comportarse como si fuera oposición no para obtener rendimiento político sino para controlar al poder. En ese control nada mejor que la memoria de lo dicho, lo prometido y lo avalado con menciones al honor, los hijos o la propia vida para pillar al mentiroso, al cojo o al “fantasma”.


Junto a la hemeroteca, hay otro enemigo implacable para cualquier tipo de demagogia: el paso del tiempo, la evolución de las cosas, en una palabra, la realidad. La realidad es, por lo tozuda, el verdadero opositor al “gobernante copperfield”, ése que pretende hacer ilusionismo con los datos, apariencias y pequeños logros con el fin de hacer creer. Con esa raza de dirigente, hace ya mucho tiempo que la gestión pública no se dedica al “hacer hacer” sino al “hacer creer”, de tal forma que su pilar básico es la retórica, la ficción, el discurso hueco que pretende transformar la realidad y, vive Dios, que a veces casi lo consigue habida cuenta de que “la realidad” para un político es lo que se muestra, no lo que es.


Así, si es capaz de engañar a los ciudadanos durante cuatro años, su trabajo solo consistirá en sobrevivir hasta las elecciones. Por eso ningún político propone alargar las legislaturas pues, de lo contrario, se pondría en evidencia demasiado pronto.


Esa cabezonería de la realidad ha hecho, por ejemplo, que algunos espectros se le aparezcan al PSOE y a Zapatero de forma insistente: los inmigrantes en pateras o cayucos, los jóvenes que consumen cocaína o las mujeres que sufren malos tratos. No son meros accidentes sino realidades que empeoran a pesar de algunas políticas específicas que parecían una gran panacea. La dificultad para el legislador que improvisa o que hace trucos de magia con los problemas es que su varita mágica arregle la complejidad de lo real. Solo el paso del tiempo termina por poner en evidencia la demagogia. Lo grave es el volumen de víctimas que hace falta para eso.

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