Con los ojos abiertos

«Las ayudas económicas no deben plantearse como sedantes de su miseria, menos aún como un chantaje para que los gobiernos afectados impidan la salida de más cayucos»

Diario Vasco, 18-05-2006

Comienza a ser una escena habitual en la tinerfeña playa de los Cristianos. Frente a su deslumbrante skyline de hoteles de cinco estrellas y apenas a cien metros de las tumbonas donde se tuesta una variada gama de europeos, todos básicamente rosalácteos, todos muy bien alimentados, de pronto, el horizonte marino se quiebra con la aparición de un cayuco espectral del que se derrumba medio centenar de precadáveres subsaharianos. La imagen, que tiene tanto de trágica como de surrealista, amenaza con ser uno de los scoops del próximo verano. Pues la llegada masiva de este fin de semana, en el que se ha contabilizado casi un millar de inmigrantes a la desesperada, sólo es el preámbulo de una concentración de decenas de miles procedentes de todo el continente africano que han elegido Mauritania como cabeza de puente y Canarias como punto de destino de un sueño del que muchos de ellos jamás llegan a despertar. De hecho, junto a los precadáveres, también llegan flotando a las playas paradisíacas decenas de cadáveres con los ojos abiertos. Tan abiertos como la herida abierta que representa África, a través de la puerta de España, para todo un viejo coágulo de mala conciencia europea.

Hace exactamente un año, el ministro Caldera se felicitaba por haber implementado la mayor regulación de inmigrantes sin papeles desde 1990, haciendo caso omiso, entre otros, a un riguroso informe de la fundación La Caixa que aseguraba que esta medida multiplicaría el «efecto llamada». Desde entonces nadie se ha ocupado en cartografiar la nueva inmigración ilegal. Y lo que parece más grave: ni el Gobierno se ha atrevido a hacer una mínima autocrítica de su gestión, ni la Oposición ha sabido plantear alternativas más allá de su retórica enmienda a la totalidad.

Recordarán que la iniciativa del ministro Caldera coincidió con el asalto masivo de las alambradas de Ceuta y Melilla. Seis meses después, cuando Mauritania tomó el relevo de Marruecos, la vicepresidenta Fernández de la Vega puso en pie una comisión interministerial de la que surgió un plan de emergencia sospechosamente idéntico al que se plantea hoy. Entonces se habló de poner a disposición del Gobierno mauritano patrulleras que dificultarían la salida de las embarcaciones clandestinas, se aseguró que se crearían centros de acogida y se garantizó que se reactivaría el convenio de readmisión suscrito en su día con ese país. Tan felices se las prometía la vicepresidenta que no vaciló en vestir la indumentaria de las vendedoras de pistachos nativas en una gira africana posterior, vendida a los medios como un broche de oro. Hoy constatamos que aquello sirvió para bien poco. Pero ya entonces, una pueril polémica en torno a las formas salvó al Gobierno de un examen de sus políticas de fondo en lo que respecta a África, donde se pretende cubrir con gestos «muy solidarios» la parquedad de unos hechos que desdicen todo lo que se promete cuando se habla de aumentar hasta el 0,7% la Ayuda al Desarrollo durante la próxima legislatura.

También está a punto de cumplirse un año desde que en la última cumbre del G – 8, nuestros socios europeos anunciaron la condonación de la deuda externa a los países más pobres del mundo. España, naturalmente, se sumó a la iniciativa y anunció una condonación paralela a sus acreedores africanos. Seis meses después, en Hong – Kong, la OMC planteaba un nuevo modelo de comercio internacional que favoreciese el desarrollo de los mercados más débiles. Pues bien, llegado el momento de rubricar lo acordado, las exigencias de la Unión Europea, donde destacó la obstruccionista política española, contribuyeron a mantener el viejo statu quo. Verdaderamente todo doble lenguaje encubre un doble juego. El problema – el drama real – no es que con tanta demagogia apenas avancemos en la consecución de los objetivos de Desarrollo del Milenio marcados por la ONU, sino que en asuntos como la lucha contra el hambre, el sida y la pobreza, África está retrocediendo y parece definitivamente condenada a lo peor.

¿Podemos sorprendernos de que ante semejante panorama un joven senegalés se juegue el todo por el todo y se lance a un cayuco con la esperanza de llegar como sea a Canarias? Por supuesto que la primera responsabilidad del afropesimismo que flota por todo el continente compete a los gobiernos africanos que, desde la independencia de sus países, no han hecho sino saquearlos o venderlos al mejor postor, y eso cuando no perpetraban sanguinarias guerras fratricidas o genocidios como el de Darfur. Pero en la gestación de todo ello, incluidas las guerras, han tenido y siguen teniendo unas responsabilidad indudable las potencias europeas que, primero con un colonialismo salvaje, y luego tras la proa de un proteccionismo abusivo – por ejemplo, hacia nuestras políticas agrícolas – , impiden que África levante la cabeza y la encadenan – eso sí, muy piadosamente – a una situación de esclavitud endémica.

En conciencia, dice muy poco bueno de nosotros que sólo nos preocupemos de África cuando los precadáveres que llegan por centenares a la playa de los Cristianos comienzan a afear la estampa turística de sol y playa, la foto finish de un mundo feliz. En lo mejor de la fiesta, aparece un subsahariano hambriento y nos obliga a abrir los ojos, a dejar de ser turistas y a volver a ser ciudadanos, porque éste sí que es un problema que nos afecta a todos y que exige algo más que medidas policiales y judiciales, algo más que vicepresidentas en campaña tropical, algo más que limosnas y buenas palabras. En contra de todo fatalismo – que no es sino la cobertura de un racismo encubierto – , la historia demuestra que donde se han aunado voluntades y políticas certeras se ha conseguido revertir auténticos cataclismos. En Mozambique, la gestión coordinada de ONU, oenegés europeas, partidos y élites regionales, ha conseguido levantar la economía del país y asentar el proceso de reconciliación nacional. En Uganda y Tanzania la condonación de la deuda unida a unas pocas inversiones básicas han posibilitado que se construyan escuelas para millones de niños. El camino a seguir es así de sencillo, pero obliga a un drástico cambio de diseño en lo que afecta nuestras políticas africanas.

Las ayudas económicas no debe plantearse como sedantes de su miseria, menos aún como un chantaje para que los gobiernos afectados impidan la salida de más cayucos. Si nos preocupa la vida de los seres humanos que mueren mar adentro, tenemos que afrontar el problema en tierra. Y es que esos millares de jóvenes africanos que se lanzan a la aventura no buscan en nuestro país más que aquello de lo que tanto carecen en el suyo: medios para alcanzar una vida digna y respeto a sus derechos como seres humanos. Ante ellos, y por más grande que sea la playa, es difícil seguir mirando hacia otra parte. Hasta la fecha, sin embargo, Europa y España han conseguido el más difícil todavía: mirar muy lejos, pero con los ojos cerrados.

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