TESTIGO DIRECTO / SAN BERNARDINO (ESTADOS UNIDOS)

La batalla de San Bernardino

El Mundo, 18-05-2006

Angel Carrillo llega sin aliento hasta Crisol: Envíos de Dinero, con la paga fresca de mediados de mes en el bolsillo. «No me cierres, Tinita, que tengo que mandar los pesos a mi familia», le dice con confianza a la dependienta. «No te apures, aún hay tiempo», responde Ernestina Sánchez. Angel viene de hacer la ronda diaria de jardines en San Bernardino, California… «Trabajo de sol a sol, o de seis a seis como yo digo. Para mí no hay descanso porque tengo dos boquitas que alimentar, además de mi señora, y lo poquito que me sobra se lo mando a mis padres y a mis hermanos, allá en DF».


Cien dólares al mes. Los padres de Angel esperan ese dinero como el maná del norte, «aunque mi madre está preocupada con las leyes de inmigración y me dice si no será mejor que me vuelva, y yo le digo: ‘Mamá, tengo dos hijas americanitas y aquí está su futuro.Me voy a aguantar por ellas’».


Angel tiene 27 años, la piel oscurecida y las manos cuarteadas de trabajar la tierra. Cruzó la frontera por Centro, al este de Tijuana, y lleva seis años viviendo a la sombra como ilegal…


«Pasamos miedo después del 11 de Septiembre, pensábamos que nos iban a deportar. Pero la cosa se fue poniendo tranquila… Ahorita nos dicen que nos van a echar de las casas y que no vamos a poder manejar». El miedo de Angel Carrillo lo comparten los más de 15.000 indocumentados en esta ciudad de 200.000 almas, la mitad de ellas con sangre hispana, en la galaxia suburbana de Los Angeles.Los patriotas californianos de SOS (Salvemos Nuestro Estado) han elegido San Bernardino como el epicentro de este movimiento para «evitar la invasión de los ilegales que están convirtiendo Mexifornia en un cenagal del Tercer Mundo».


El héroe local de la resistencia se llama Joseph Turner, 29 años, fundador de Salvemos San Bernardino e impulsor de una ley que pretende multar a los caseros que alquilen apartamentos a los indocumentados, retirar la licencia a los comerciantes que les den trabajo, e imponer el uso exclusivo del inglés en las tiendas.


El lunes pasado, mientras Bush anunciaba el envío de la Guardia Nacional a la frontera, el pleno municipal de San Bernardino votó sobre la Ley de Alivio de la Inmigración Ilegal. La medida quedó en barbecho por cuatro votos a tres, pero la ley será sometida a referéndum de aquí a tres meses y es un claro indicio de la hispanofobia que empieza a propagarse por varios puntos del país.


Joseph Turner, el patriota de San Bernardino, dio la espalda a los medios hispanos ( «No quiero hablar con los periódicos en español», le dijo a los ojos de todos a un reportero local de La Prensa). A su flanco, con aire batallador, Debbie Gill denuncia que su hijo no ha podido conseguir trabajo en un restaurante.«Para mí, el racismo consiste en decirle a un chaval blanco que no puede conseguir trabajo en América porque no habla español».


Unos 40 habitantes de San Bernardino se pronunciaron contra la medida; y uno de ellos, Jesse Díaz, se encaró personalmente con Turner, le llamó «pequeño Hitler» y le acusó de querer hacer en San Bernardino con los hispanos «lo mismo que los nazis hicieron con los judíos».


A las puertas del Ayuntamiento, a la sombra de las palmeras, más de un centenar de manifestantes hispanos coreaban: «¡Nosotros también somos América!» y le daban color y calor por un día al destartalado centro de la ciudad. Al frente de todos ellos, el profesor Armando Navarro, legendario activista chicano: «Vamos a seguir saliendo a la calle a defender nuestros derechos. Vamos a derrotar esta iniciativa racista que pretende crear una limpieza étnica aquí en San Bernardino».

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