Bethy Villarreal es la sombra del anciano al que cuida diariamente. Tiene 25 años y lleva ocho en España. Abandonó su país, Bolivia, en busca de un futuro mejor, y aquí ha encontrado trabajo con una familia que le da techo y una paga de 600 euros mensuales. Al no pagar gastos de vivienda, al menos puede ir ahorrando algo para mandar a su país.

Su jornada laboral empieza a las 9.00. «Le saco a pasear, hago la comida y le cuido», cuenta Bethy mientras arrastra la silla de ruedas por la plaza Belluga de Murcia. «Tengo libres los sábados por la tarde y los domingos por la mañana», explica.

El servicio doméstico se nutre en Murcia, como en el resto de España, de trabajadoras inmigrantes. Casi siete de cada diez de estos empleados, mayoritariamente mujeres, provienen de fuera del país. El proceso de regularización permitió sacar a la luz miles de contratos, pero la mayoría continúan en la economía sumergida.