Las antiguas fábricas textiles del Vallès, refugio para los 'sintecho'

Los ayuntamientos les dan ayudas sociales, pero muchos no pueden acceder a un trabajo por su situación legal

El Periodico, , 17-02-2019

Hace dos semanas, en el polígono industrial de Can Feu, en Sabadell (Barcelona), saltaron todas las alarmas. Un hombre asaltó a una joven que salía de fiesta y la llevó a un edificio abandonado donde vivía con otras personas. Allí, seis individuos la violaron. El barrio se estremeció y el espacio fue clausurado. Pero la pobreza, en su estado más crudo, no desaparece. Porque más allá del suceso, hay  una realidad que ya no indigna y que se ha normalizado. Solo en la cocapital del Vallès viven 30 personas en las naves industriales. También en Terrassa (Barcelona) se han detectado casos. Mendigan ayudas sociales que les ofrece el ayuntamiento. Por no tener, no tienen ni orden de desahucio. Y sin esto es imposible activar ayudas sociales para darles un techo.

Él vive en la zona que antaño fueron unas oficinas de un antiguo telar. Básicamente porque el resto de la nave está en ruinas. Literalmente. El techo ha caído y lo invade la suciedad. De todo tipo. En la puerta ha instalado una cerradura, y la abre y cierra con llave. “Aquí vivimos cuatro personas. Dos arriba y dos abajo, en esta planta”. El primer espacio, de unos 20 metros cuadrados estaría prácticamente vacío si no fuera por el montón de bolsas y de trastos que se acumulan a la pared de la sala. Por ejemplo, una silla, dos ventiladores y carros del súper. “Me dedico a buscar chatarra”, aclara. A la derecha, un pasillo oscuro lleva a su cuarto. Hay ropa tendida con lo que había sido un extintor. Antes de entrar a la habitación avisa. “Hay otro chico durmiendo”. Cierto. Encima de un colchón y tapado con mantas se entrevé un cuerpo. “Es un chico más joven que yo, marroquí, que estaba ocupando un piso y se quedó en la calle”, explica.

El resto de la sala conserva antiguos muebles de oficina. Y una tela hace de pared de lo que pudo ser un despacho. Ahora se ha transformado en una más que precaria cocina, con apenas una bombona de butano y cámping gas. Adelmajid se muestra orgulloso de haber creado este espacio. Tras la visita, se marcha al curso de catalán. “Es gratis, pagué 20 euros por los libros. Creo que si aprendo catalán encontraré trabajo”, dice. En realidad será mucho más difícil. No tiene papeles (ni de residencia ni de trabajo) y sin esto no le pueden contratar. Antes de llegar a Barcelona estuvo trabajando en negro en el puerto de Málaga, arreglando barcos. “Me clavé un cuchillo y no pude ir al médico, no quiero volver a hacerlo”. 

Viste limpio y con gomina. En realidad no parece un ‘sintecho’. “Cada día me ducho en la Cruz Roja; allí también me dan ropa”. Es lo único que le puede ofrecer el ayuntamiento, además de vales de alimentos. Lo confirma el regidor de Acción Social de Sabadell, Gabriel Fernàndez. “El ayuntamiento ha empadronado a todas las personas que duermen en las naves, pero son personas en situación irregular: no pueden trabajar con contrato ni tampoco acceder a la mesa de emergencia”, lamenta el concejal, que pide un cambio “urgente” de la ley de extranjería. “Les deja en total indefensión y nos niega la posibilidad de intervenir con éxito”.

Al recurso de la Mesa de Emergéncia, que crearon la Generalitat y el mundo local en el 2015 para ofrecer realojo a familias vulnerables, solo pueden acceder prioritariamente las personas que tienen una orden de desahucio o son víctimas de maltrato machista. “Si los propietarios de las naves no denuncian la ocupación, no se puede desalojar”, aclara el concejal.  El ayuntamiento sí que ha podido dar alguna alternativa para niños o mujeres, de los que también se han dado casos. “Básicamente por su alta vulnerabilidad y porque pueden ser víctimas de explotación sexual”, añade.

Marc, en cambio, otro vecino del barrio, se sorprende al constatar que, al lado de su casa, escondido entre los escombros de una nave que hace años vio a pleno rendimiento, ahora vive Abdelmajid. Tienen casi la misma edad. Marc se va para casa. “Tengo prisa”. El argelino se queda. "Al congelador", dice con una sonrisa.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)