Otra vuelta de tuerca: la emigración elegida

El País, 14-05-2006

Desde el año 2002, la mitad de los cuatro millones de empleos creados en España han sido ocupados por inmigrantes. En 2000, la población inmigrante de entre 16 y 64 años era el 4,2% del total; el año pasado, el 11,6%

EL MODELO DE GLOBALIZACIÓN VIGENTE acentúa sus características: libertad absoluta de movimientos de capitales, libertad amplia de bienes y mercancías (con las dificultades que se producen en el seno de la Organización Mundial de Comercio) y, por el contrario, restricciones crecientes a la libertad de circulación de personas. La mayor parte de los países desarrollados ponen más trabas a los movimientos de personas, a veces anárquicos e incontrolados.


La última vuelta de tuerca se da en Francia, lo que tiene mucha relevancia al haberse considerado siempre un país de inmigración. Como explica en su libro Sami Naïr (Y vendrán… editorial Bronce), desde el siglo XIX, Francia, más que cualquier otro país europeo y a semejanza de EE UU y Australia, se convierte en un país compuesto por una gran parte de ciudadanos de origen inmigrante. Hace unos días, la Asamblea Nacional ha comenzado a discutir un proyecto de ley sobre la inmigración, cuyo autor intelectual es el ministro del Interior (lo que no deja de ser significativo), Nicolás Sarkozy.


Este proyecto de ley ha sido definido como el instrumento que permitirá a Francia escoger a sus inmigrantes en vez de padecerlos. ¿En qué consiste la inmigración elegida?: elegimos cuántos y quienes son aceptados, y los demás tendrán que ir a los nuevos países de inmigración. El Ejecutivo determina cada año en qué sectores de la actividad económica se necesita mano de obra para admitir a un número determinado de inmigrantes cualificados que puedan trabajar en ellos. En última instancia, se trata de cambiar el tradicional modelo humanitario por otro directamente relacionado con el mercado de trabajo y la eficiencia económica.


Las limitaciones crecientes a la entrada de inmigrantes también tienen que ver con sus nuevas características: cada vez con mayor frecuencia, las poblaciones se van de sus países de origen sin intención de volver; el trabajo ya no se concibe como una posibilidad de mejorar la vida de los familiares que se quedan en el país de origen, sino como un medio para intentar cambiar de vida y echar raíces en el país de destino. El viaje es sólo de ida, y el objetivo es el reagrupamiento familiar y el permiso indefinido de residencia en donde se les acoge.


Tan importante como la política de inmigración es la de integración – sería mejor decir “de acceso a la ciudadanía” – en los países de acogida. Para ello es básica la evolución del mercado laboral. Los datos de la Encuesta de Población Activa del primer trimestre de 2006 en España son inquietantes: a pesar de que nuestro país crece a una tasa interanual del 3,5% (más que los países de nuestro entorno), el paro repuntó porque ese crecimiento no es suficiente para dar trabajo a todos los que lo buscan. En ese periodo entraron en el mercado laboral 180.000 personas más, mientras que sólo se crearon 85.900 empleos. Es decir, la economía española crea empleo, pero es incapaz de absorber toda la nueva mano de obra. Las perspectivas para la economía española en 2007, tanto de la Comisión Europea como del Fondo Monetario Internacional, indican que el próximo ejercicio el PIB crecerá menos. ¿Qué ocurrirá entonces?


La multinacional del trabajo temporal Manpower acaba de publicar su último índice laboral, elaborado por el catedrático de Economía Aplicada Joan Oliver. Muchos de sus datos son sugerentes: la mitad de los cuatro millones de empleos generados por la economía española desde 2002 han sido ocupados por inmigrantes. Para explicar la dependencia de la población inmigrante, Oliver declaró: “Sería inimaginable sacar del mercado laboral a más de dos millones de trabajadores y eliminar a cuatro millones de consumidores”. Estas cifras son una media desde 2002, pero el proceso se ha ido intensificando: la población inmigrante de entre 16 y 64 años era en 1992 el 1,9% del total; en 2000, el 4,2%; en 2002, el 6,9%, y el 11,6% en 2005.

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