El «New Yol» atemorizado por la deportación

- El miedo a ser repatriados se apodera de los barrios latinos de

La Razón, 13-05-2006

Nueva York – «¿De Fresa? Sí, aquí tiene, señor». Es María. Tiene 22 años y
trabaja cada día de 10 de la mañana a 7 de la tarde. Todo el día de pie,
sin moverse de su carrito de helados, se pone en la esquina de la calle
168 con Fort Washington Avenue, al lado de la parada del metro en pleno
corazón de Washington Heights, al norte de la isla de Manhattan. Allí es
donde se concentra en esta zona de Nueva York la mayor población de
hispanos. De la calle 155 a la punta de la isla en el barrio más al norte,
Inwood, la gente se mueve a golpe de «reggaetón» y las calles se desbordan
bulliciosas con la llegada de los primeros días de calor.
   Sí,
es Nueva York, pero que nadie intente hablar otra cosa que no sea español.
Hace poco que acompañan a María, ecuatoriana, su marido Luis de 30 años,
también de Ecuador, y su hija Marylin, de año y medio, que juega al lado
de su madre. Sin quitarle la vista de encima, María atiende a los clientes
y renuncia a hablar. «Tengo que atender a mis clientes, lo siento… que
hable él (por su marido)». Luis cuenta su historia a LA RAZÓN. «Nosotros
trabajamos duro». Él concretamente en la construcción. Vino hace 11 años a
Estados Unidos «por el río» (de forma clandestina a través del Río Grande
que hace frontera entre México y la potencia vecina). «Yo no pagué mucho
en comparación con lo que hay ahora, 8.000 dólares. Ahora son 15.000,
creo». Luis buscaba una oportunidad. Aun así, jamás se olvida de los que
dejó atrás. «Cada mes, le mando a mi mamá entre 200 y 250 dólares». Pero
también tiene la vista en los que vienen por delante. «Hay que tener
cuidado. Dios quiera que la niña salga adelante. Ahora, los hijos… Es
diferente. Entran, salen, no se sabe dónde van. Sólo espero que vaya por
el buen camino».
   Marylin es estadounidense. Nació en Nueva
York, como otros 3 millones de niños en Estados Unidos, que tienen la
nacionalidad aunque sus padres están en situación ilegal, a los que la
Administración Bush quiere deportar en virtud de las nuevas leyes que
pretende aplicar. Pablo Scarpellini, subdirector del periódico «Hoy»,
diario que leen los hispanos en la capital del mundo, explica desde su
rotativo que «todos, pero sobre todo los de México, tienen una gran
capacidad de adaptación y voluntad que no he visto jamás. Se meten en las
cocinas, limpian, hacen lo que sea y si no saben, lo aprenden. Se hacen
indispensables para la economía (representan el cinco por ciento de la
fuerza laboral en EE UU)». «Tanto como para que toda la sociedad haga la
vista gorda. Hay gente que vota republicano y tiene trabajadores ilegales
en casa. Hay una doble moral muy típica de este país», recalca.
   A pocos metros del puesto de María, trabaja Romano, que se encarga del
mantenimiento de un edificio de apartamentos en la calle 168 con Amsterdam
Avenue. Es dominicano y su único miedo es ser deportado. Su jefe, dueño
del edificio, sabe de su situación irregular, por eso Romano se esfuerza
en hacer cada día más a pesar de que el dinero que cobra apenas le
alcanza. Siempre pendiente, les recuerda a los inquilinos: «Por favor, no
separéis la basura de las cosas de reciclar. Porque ése es mi trabajo y si
lo hacéis vosotros, yo me quedo sin ello».
   Scarpellini
matiza que la inmigración que llega a EE UU es muy diferente a la de otros
países. «Aquí vienen sólo a trabajar». Scarpellini desgrana las formas de
entrada de estos inmigrantes en función de su país de procedencia. «La
división es geográfica. Los de Ecuador antes venían en avión con un visado
de turista y se quedaban. Ahora es diferente. La mayoría va a México y de
ahí cruza la frontera».
   Por eso, tienen que pagar unos
15.000 dólares a los «coyotes», que se encargan de cruzarlos de forma
clandestina. «Los centroamericanos utilizan un tren de carga. Lo llaman
La bestia. Hay muchos casos de gente que se queda en el camino, se caen
por la noche mientras se quedan dormidos y pierden las piernas», explica
Scarpellini, que justifica las oleadas que llegan cada día.
   Visas. «La situación en sus países es terrible. Pero saben que es la
ruleta que tienen que jugar». Por eso, pese a todo, las oleadas no cesan.
Según el subdirector de «Hoy», las nuevas hornadas están llenas de
colombianos, venezolanos, argentinos, chilenos que intentan conseguir
visados.
   Es en Washington Heights donde se concentra el mayor número
de dominicanos por metro cuadradado en todo el país. En las tiendas, se
encuentra siempre mucho arroz, habichuelas, plátanos maduros, bananas y
bananitos.
   Luis no llegó hace mucho a Nueva York. Hará unos 6 años.
Es de Santo Domingo. «Yo vine en yola (barca) desde Puerto Rico. Pagué
unos 500 dólares». Ya tiene su permiso de trabajo. «Le pagué a una chica
boricua (de Puerto Rico) 3.800 dólares» para casarse y conseguir así
legalizar su situación. Los puertorriqueños tienen la doble nacionalidad a
partir de un acuerdo de cooperación entre ambos países.
   Ninguno se atreve a vaticinar lo que va a pasar. Piden amnistía, otros
simplemente que les dejen vivir y trabajar en paz, mientras estos días en
el Congreso se debate qué hacer con estos 12 millones de personas en
situación irregular, pero sin los que, según la mayoría de analistas, el
país no puede funcionar.
   
   José Rey, El
Salvador: Periodista y poeta convertido en camarero
   >José lleva
cuatro años viviendo ilegalmente en Estados Unidos. Su entrada en el país
es la más usada por los ilegales mexicanos y centroamericanos. Como muchos
otros pagó 6.500 dólares a un «coyote», las mafias que atraviesan la
frontera, para cruzar por la divisoria por el Río Grande (a través de
México). No terminó periodismo en su país, escribe poemas y participa en
certámenes. En Nueva York, es ayudante de camarero. «No tenemos ninguna
oportunidad en nuestros países. A veces pienso que me equivoqué y que me
tenía que haber ido a España. Quizá después de estar aquí, me vaya allí.
Mi país estaba parado. La actividad cultural, todo. El Salvador ya no da».
   
   Tymaree Cook, Estados Unidos: Sus abuelos procedían
de Suiza
   >Esta norteamericana encarna el anterior zarpazo de la
inmigración en EE UU, los años de la inmigración procedente de Europa y
que huía de la posguerra contra Hitler. Sus abuelos llegaron de Suiza y
hoy es masajista. «Apoyo a la inmigración porque todos somos inmigrantes.
Mis abuelos vinieron de Suiza, como ahora los hispanos. Estados Unidos es
un país hecho de inmigrantes. Ahora no se puede decir que unos fuera y
otros dentro. No. California está llena de inmigrantes que vinieron a
trabajar. Yo he estado en Costa Rica de vacaciones y la gente me ha
tratado muy bien. Son muy buenas personas. No sé si va a haber amnistía,
pero espero que la haya».
   
   Nahyshene
Molina, Puerto Rico: La inmigración de primera categoría
   >«Nahyshene tiene sólo 16 años. Nació en Puerto Rico (tiene la
nacionalidad estadounidense de nacimiento a partir de un tratado de
cooperación entre ambos países). Es estudiante de Escuela Secundaria y
afirma con orgullo y en un acto de reafirmación de su pasado que «todos
somos inmigrantes. Yo nací en mi Puerto Rico, pero mis padres vinieron
para acá y vivimos aquí. Con nosotros, los puertorriqueños, todo es más
fácil porque somos estadounidenses gracias a los acuerdos. Es muy
importante ayudar a todos los hispanos en EE UU. Ellos y nosotros somos
los que en conjunto hacemos la historia de este país».
   
   Orlando Humana, Honduras: El aventurado que cruzó solo la frontera
   >Cruzó solo por la frontera de manera clandestina por Río Grande y hoy
lleva tres años en la ilegalidad en Estados Unidos. «Vi los mapas y miré
el camino para pasar. Hay una zona que no está muy vigilada que es la
buena para intentar la aventura de cruzar. Pero no voy a decir cuál fue mi
camino. Estropearía el plan a otros». No tiene un trabajo fijo o definido.
Hace muchas chapuzas y reconoce que trabaja en «lo que se puede», un
eufemismo de muchos inmigrantes ilegales para no dar muchas pistas de su
devenir por el país. Al cruzar la frontera estuvo dos años en Austin
(Téxas) y «luego me vine para acá (por Nueva York) a trabajar. Vamos a ver
si hay amnistía. Hay que soñar».

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