Liderazgo sin rumbo del África subsahariana
La Vanguardia, 13-05-2006Por qué los países del África subsahariana son los más pobres del mundo? Una razón es la serie de estrategias para el desarrollo mal diseñadas que el FMI y el Banco Mundial han implementado en la región durante casi medio siglo. Pero también ha tenido una participación desastrosa la cultura centenaria de liderazgo que está arraigada en muchas sociedades africanas. Una mayoría abrumadora de gobernantes africanos considera a sus países como una propiedad personal, que pueden usar como mejor les convenga. Esta concepción del poder llevó a que en siglos pasados los reyes entregaran a sus súbditos a los tratantes de esclavos. Actualmente, los líderes derrochan los recursos e ingresos de sus países, lo que deja a la mayoría de su población empantanada en la pobreza, la enfermedad, el hambre, la guerra y la desesperación.
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La actual fiebre del petróleo en África Occidental es un perfecto ejemplo del problema. En vez de que sea un activo, el petróleo se ha convertido en una desventaja que genera pobreza, corrupción, conflictos étnicos y desastres ambientales.
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No tiene por qué ser así. Por ejemplo, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, está usando los ingresos del petróleo de su país para dar alfabetización y atención médica gratuitas, para ayudar a mitigar la deuda de sus vecinos argentinos y ecuatorianos, para forjar alianzas energéticas con América Latina y el Caribe y para proponer un acercamiento estratégico con los países andinos. Ha revivido el panamericanismo y Venezuela se ha convertido en miembro del Mercosur, el grupo regional que tiene como miembros a Argentina, Brasil, Chile, Uruguay y Paraguay.
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Pero si la cultura disfuncional de liderazgo ha dejado fuera del alcance del África subsahariana una agenda similar de unidad y progreso social, también lo han hecho el FMI y el Banco Mundial. Cuando los países del África subsahariana obtuvieron su independencia a finales de 1950 y principio de 1960, sus líderes heredaron estados en bancarrota sin acceso a los mercados internacionales de capital. Como resultado, los líderes africanos recién establecidos no tuvieron más alternativa que subcontratar el desarrollo económico al FMI, al Banco Mundial y a los países occidentales que los controlan. La liberalización económica, la desregulación de los movimientos de capital, la supresión de los subsidios, la privatización de activos públicos valiosos (liquidación sería una palabra más apropiada), la austeridad fiscal, las altas tasas de interés y la supresión de la demanda se convirtieron en la norma. Los programas de ajuste estructural exigidos por el FMI y el Banco Mundial acabaron por transformar a estos países en basureros de los excedentes agrícolas excesivamente subsidiados y sobrevaluados y los productos manufacturados obsoletos de Occidente.
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Era obvio desde el principio que la estrategia del FMI/ Banco Mundial estaba destinada a fracasar. Sus préstamos estaban diseñados para perpetuar el papel de África como proveedor de materias primas, mientras que enredaban al continente en una intrincada red de deudas y dependencia de la industria de la ayuda.El FMI puede cortar no sólo sus propios créditos, sino también la mayoría de los préstamos del Banco Mundial, un prestamista mayor, y de otros prestamistas multilaterales, de los gobiernos de los países ricos e incluso de gran parte del sector privado.
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Pero consideremos a Argentina, que sufrió una profunda depresión de cuatro años que se inició en 1998. Al rechazar las exigencias del FMI de tasas de interés más altas, de aumento en los precios de los servicios públicos, de austeridad presupuestal y de mantenimiento de la insostenible paridad peso/ dólar, el gobierno de Néstor Kirchner pudo trazar su propio curso económico. A pesar de las repetidas amenazas del FMI, Argentina instrumentó una línea dura hacia los acreedores extranjeros, a quienes se les debían 100.000 millones de dólares. En septiembre del 2003, Argentina hizo lo impensable: una moratoria hacia el mismo FMI. El FMI cedió, lo que condujo a una recuperación económica rápida y robusta.
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De igual manera, no se puede delegar a otros el desarrollo del África subsahariana. Afortunadamente, hay esperanzas de que la región pueda resistir la destructiva agenda neoliberal de Occidente. Según el Departamento de Energía estadounidense, las importaciones anuales de petróleo de ese país provenientes de África pronto llegarán a los 770 millones de barriles, lo que generará aproximadamente 200.000 millones de dólares al continente durante la próxima década. Si los precios del petróleo permanecen altos – lo que es probable en el futuro inmediato, dada la fuerte demanda desde EE. UU., Japón, China e India – , los ingresos por concepto del petróleo pueden alcanzar de 400.000 a 600.000 millones de dólares.
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Para cosechar beneficios, el África subsahariana debe formar una confederación basada en el petróleo bajo la tutela de grupos regionales reformados minuciosamente que se propongan fomentar la integración económica y la unión política. Esto daría a la región la fuerza para llevar a cabo una estrategia de desarrollo similar a la que adoptaron en el pasado Estados Unidos, los estados miembros de la Unión Europea y los países del Este asiático.
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Todos estos países impusieron controles al capital y regularon la inversión extranjera en las primeras etapas de su desarrollo económico. El África subsahariana no es diferente. La atención se debe poner en la diversificación de la economía y en el fortalecimiento de la capacidad productiva de los proveedores nacionales. Eso supondrá diseñar asociaciones extranjeras con miras a asegurar que las empresas locales se beneficien de la transferencia de tecnología y la capacitación, para generar de ese modo un mayor valor agregado en la producción nacional y las exportaciones. También implica subsidiar y proteger la producción nacional tal como lo hicieran los países desarrollados alguna vez (y hacen todavía cada vez que les conviene).
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Sin embargo, el primer paso para instrumentar tales políticas debe ser la reinvención y revigorización de la identidad panafricana. Europa, Asia y cada vez más América Latina están demostrando que la integración regional ofrece el camino más sano hacia el desarrollo. En África esto no será posible hasta que surja una nueva casta de líderes con espíritu de servicio público genuino. Reducir la dependencia del África subsahariana del FMI y del Banco Mundial podría hacer que ese día llegue más pronto.
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