EN EL MUNDO

Mamá a 9.000 kilómetros

El Periodico, 12-05-2006

Ser madre no es fácil. Y lo es aún menos cuando tus hijos están a 9.200 kilómetros, que es la distancia que separa Barcelona de Quito. Por emigrar, muchas madres pagan un elevado peaje. Además de los problemas de explotación laboral y de vivienda, ellas tienen que controlar la educación de unos hijos al otro lado del Atlántico. Y todo, con la presión de saber que, al no estar a su lado, corren el riesgo de perder su papel como madres.
Este fenómeno es muy grave en la comunidad ecuatoriana. Esta inmigración se ha caracterizado porque las mujeres, atraídas por un mercado laboral que las demandaba para el servicio doméstico, emigraron antes que los hombres.
“Ser madre transnacional es ser madre a miles de kilómetros de tus hijos”, señala Claudia Pedone, la socióloga especialista en el colectivo ecuatoriano que, por encargo de la Fundació Jaume Bofill, ha hecho un análisis del papel de la familia en la inmigración basado en de entrevistas en España y en Ecuador.
“Es una madre – – dice Pedone – – que intenta día a día no perder su rol afectivo. Está pendiente de la familia allí y aquí. Pese a la lejanía, vigila que los niños vayan al dentista, que se tomen los medicamentos y que vayan bien en la escuela. Además, dicen a su familia cómo gastar el dinero que les envía”.

Romper con la tradición
Su sociedad las estigmatiza. “Al hombre que emigra se le ve como un héroe que se arriesga por su familia”, dice Pedone. Eso cambia cuando emigra la mujer, pues en esa sociedad se es mujer en la medida en que se cumple con el destino de ser madre. “Se la ve como una madre que abandona a sus hijos”.
Sus hijos quedan entonces al cuidado de las abuelas, tías o primas. “Cuando es la abuela, no hay salario, pero si es una tía, junto al dinero que envían para su manutención va una paga para la cuidadora”.
Una vez aquí, la mujer inmigrante tiene la obligación de pagar la deuda que contrajo para inmigrar y de reunir el dinero suficiente para traer al marido. “Muchas veces, sus esposos las amenazan con quitarles a los hijos”, explica la socióloga.
Estas separaciones, que se prolongan varios años, generan situaciones traumáticas. “Mis padres criaron a mi hijo”, explica Joana, una ecuatoriana radicada en Madrid. “Ahora él sabe – – cuenta entristecida – – que yo soy su madre pero le dice mamá a mi mami”.
Josefa, otra inmigrante, recuerda con dolor el día en que volvió a ver a sus hijos. “El reencuentro fue difícil con la pequeña. Cuando la quise coger en brazos, no me reconoció y se puso a llorar. Estaba acostumbrada a mi hermana”.
Muchos hijos quedan marcados por la separación. “Los niños se quedan vegetando y renuncian a todo hasta que se los llevan a España”, dice desde Ecuador la esposa de un inmigrante en Murcia. Por eso, muchas madres intentan compensar su ausencia con regalos. “Los padres – – continúa – – creen que la solución es dárselo todo”.
Esa separación causa problemas de comportamiento. “La nena cuando se enoja dice que se va a ir con su mamá”, cuenta doña Nora, una abuela de la provincia de Tungurahua que se hizo cargo de su nieta de siete años pues su hija está en Barcelona. “Los maestros me dicen que el problema es que su mamá está lejos”.

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