EL FIN DEL ACUERDO DEL TINELL, EL ANÁLISIS (I) // ¿ADÓNDE VA CATALUNYA? // SALVADOR GINER

Menos hecho diferencial

El Periodico, 12-05-2006

Las turbulencias políticas de estos días generan una multitud considerable de comentarios sobre el tipo de Gobierno que tenemos y, más allá, sobre la propia naturaleza que tiene (o puede tener) un Gobierno autonómico catalán. La situación me inspira también algunas reflexiones, que sin embargo no serán políticas – – en todo caso, nada partidistas – – sobre la sociedad catalana de hoy y, principalmente, la del futuro. En todo caso, los políticos, por mucho que se rompan la cabeza en sus enfrentamientos internas y en estrategias estrechas para conseguir cada vez más votos y ensanchar sus espacios de poder, tendrán que gobernar nuestra sociedad, y es esta, no en último sino en primer término, la que decidirá su suerte.
A pesar de que este no sea un comentario político ni partidista, hay que constatar de entrada que la muy probable aprobación del nuevo Estatut por el pueblo catalán intensificará el proceso de federalización de España iniciado con la transición a la democracia. Un proceso que sólo ha llamado por su nombre algún académico y que otros no quieren reconocer porque no entra explícitamente en el programa de sus partidos. Pero existe. Y determinará cada vez más muchas cosas que suceden en Catalunya. Cada vez que uno toma una medida específica de autogobierno para Catalunya y otras entidades proclaman el “yo también” – – Andalucía es nación, el Partido Popular valenciano anuncia que quieren todo lo que el Estatut catalán pueda ofrecer, son dos ejemplos – – progresa el camino federal. Alemania y Estados Unidos son federales. No peligra por este lado la unidad del Reino.
Este proceso, previsiblemente, irá acompañado de una corriente de descentralización paulatina del orden social de toda la península Ibérica. La corriente es subterránea, y se nota poco todavía. Si nos dejamos guiar por los criterios radiales que imponen las tendencias más obvias – – el AVE, la gigantesca conurbación madrileña, la concentración financiera en aquella ciudad, el macroaeropuerto en Barajas – – , señalar la aparición de una estructura en red puede parecer desatinado. No obstante, y contra todos los esfuerzos incansables de los jacobinos de derechas y de izquierdas, la corriente hacia una nueva regionalización es bien clara. Por lo que respecta a España, el desarrollo de grandes y prósperas regiones urbanas – – Málaga, Valladolid, Zaragoza, Valencia – – o ciudades ayer dormidas, hoy llenas de vida y generadoras de cultura y ciencia con fuerte pujanza económica, ha desbaratado el viejo y miserable mapa de Madrid y provincias, que solo tiene un puñado de nostálgicos condenados a extinguirse.
Catalunya se enfrenta a un futuro en el que pronto habrá dejado der ser una isla de modernidad, de mentalidad urbana – – Barcelona es la única metrópolis europea que encabeza una nación sin estado y que no ha diluido su naturaleza nacional – – , rodeada ahora de un mundo radicalmente diferente en términos de avance industrial y nivel de vida. Mientras que la revolución industrial en los siglos XIX y XX socavó diferencias en muchos países de Europa, en España la combinación de la diferencia étnica y lingüística de los catalanes con su industrialización y vida urbana, intensificaron la diferencia. Pero hoy y mañana lo que se llamaba en expresión para mí poco satisfactoria “hecho diferencial” se reducirá considerablemente. Nuestra diferencia radicará cada vez más en la cultura: la lengua, en primer lugar y por encima de todo – – no nos equivoquemos – – y nuestra predisposición, si sabemos mantenerla y potenciarla hacia una sociedad en cabeza en ciencia, conocimiento y capital humano.
Pero otros pueblos vecinos también avanzan en estos terrenos, de modo que un mapa socio – estructural de toda la Península nos enseña cada vez más que el tamaño de las clases medias, el mercado de trabajo, el estado de la salud pública, el grado de emancipación de las mujeres, y tantos otros indicadores, convergen casi en todas partes, como España, a su vez, converge con Europa. En cierto sentido, pues, cada vez somos menos diferentes. En una dimensión, no obstante, las cosas van por otro camino: Catalunya es una región económica lo bastante distinta y potente – – a pesar de sus problemas – – y todo indica que con algunas modificaciones, seguirá siéndolo. Y hoy en día, en Europa y en todas partes, las regiones económicas (algunas, transfronterizas) y no los estados, se están convirtiendo en los núcleos más destacados de crecimiento, innovación y transformación. Algunos estados y gobiernos desearían ignorarlo, pero el futuro está en Baviera, Lombardía y Piamonte, en el suroeste inglés, en el Bajo Rhin y los Países Bajos, más que en los respectivos territorios estatales de los que forman parte.
La coincidencia en nuestro caso de una fuerte personalidad étnico – cultural, con un centro metropolitano y con una región económica potente produce una mixtura extraordinariamente favorable para el futuro del país. Un futuro que oculta un instrumento de dos filos: el dinamismo de una región económica próspera, universitaria y lider en investigación y tecnología, atrae con una fuerza imparable a gente de todo tipo. Las condiciones tradicionales del capitalismo catalán, pero también la posesión de una lengua latina relativamente fácil de aprender y el prestigio de acceder a una sociedad más rica – – opulenta si se comparaba con otras – – ayudaron a los inmigrantes aragoneses primero y andaluces después a su incorporación y asimilación dentro de la sociedad catalana. Las cosas pueden ser muy diferentes cuando se llegue a una masa crítica de inmigrantes de otros lugares – – África, América Latina, Asia – – que producen una sociedad multiétnica, hasta ahora poco decisiva para la orientación de la sociedad civil catalana y la clase política, porque ocupa lugares entre las clases subalternas. El volumen y la intensidad inmigratoria – – el pasado año entraron medio millón de inmigrantes en España – – lleva un ritmo que, aquí, ya se ha hecho notar espectacularmente en las tendencias demográficas que registra el país.
No dentro de 25 años, sino dentro de 10, o un poco menos, la cara de la sociedad catalana habrá cambiado tanto que uno se siente tentado a recomendar a nuestros responsables políticos y de la sociedad civil que se lo piensen y repiensen, no fuera que el implacable paso del tiempo ya ha socavado las convicciones de los que soñaron con otro mundo ahora hace 20 o, más a menudo, 30 años. A veces parece que lo que se cuece y crece ante todo el mundo, en este país, no sea captado por una gente que manda, pero que entiende el mundo con una mentalidad pretérita. Es decir, que no lo entiende.

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