‘Sopa caliente’ para atajar el invierno

Voluntarios del París 365 realizan su particular ruta, de diciembre a marzo, para ofrecer un caldo y algo de conversación a las personas sin hogar que pasan las noches de frío en Pamplona a la intemperie

Diario de Noticias, UN REPORTAJE DE VIRGINIA URIETA.| FOTOGRAFÍA UNAI BEROIZ -, 17-12-2018

¡Constantino! Te estábamos buscando. ¿Qué tal estás, quieres un poco de sopa?”. Bien abrigado, gorro en la cabeza y chamarra atada hasta el cuello, Constantino saluda a la voluntaria, Yoli, con un abrazo. “¿Dónde estás durmiendo? Hemos ido a los cines pero allí ya nada… ¿no?”, le pregunta. Él lleva años en la calle y la de hoy será, probablemente, la primera conversación de su día, uno que por otra parte se antoja especial. A las nueve de la noche, el frío aprieta en la plaza de la Cruz donde, a 7 grados, las luces navideñas que ya adornan el horizonte de Iruña contrastan con una realidad mucho más apática. Constantino apareció entre la gente que salía de misa, después de pedir algunas monedas, y recibió a los miembros del París 365 como agua de mayo. Un cáncer de garganta le ha dejado casi sin voz pero entre ellos se entienden, y le pide a Yoli que coja su cartera. “Mira el carnet”, le susurra. Era su cumpleaños.

Así que el pasado miércoles lo celebró con un caldo y una nueva mochila, porque no hay nada como una sopa caliente y una buena conversación para atajar las bajas temperaturas. “Tenemos un regalo para ti”, le dicen Carlos, otro voluntario, y Yoli, enseñándole el kit de emergencia que reparten a las personas sin hogar durante la campaña Sopa Caliente que, desde hace seis años, ofrece algo que llevarse al estómago y un poco de compañía a las personas que durante los meses de frío se ven obligadas a pasar la noche (y parte del día) a la intemperie. Constantino sustituye su kit del año pasado, que todavía conserva, por uno nuevo. “¿Ese de cuántos grados es?”, pregunta, señalando el saco de dormir. Aguanta más frío que el que tiene así que lo cambia sin dudarlo, mientras le ayudan a apañar su nueva mochila, de 50 litros, en la que caben todos sus enseres. Toda una vida, que lleva cargada a las espaldas.

El pasado miércoles fue para Carlos Sanz, de 54 años;Yoli Martínez, de 48;y Alma Alfaro, de 23;la primera jornada de la campaña de este año, que se saldó con el reparto de 7 sopas, el reencuentro con viejos conocidos y la localización de nuevas personas a las que tratarán de ayudar durante cuatro meses, hasta que terminen los días de frío.

Tal y como marca el protocolo que establece el París 365, que cuenta con 422 voluntarios activos en sus diferentes iniciativas, “se conversa con las personas, se les escucha, y en caso de detectar determinadas necesidades se le comunica al grupo de acogida para que evalúe si pueden entrar a alguno de sus programas o si les derivan a los recursos del Ayuntamiento de Pamplona”.

Los voluntarios, en grupos de cuatro personas, realizan dos recorridos por semana, los lunes y los miércoles, desde las 20.00 horas aproximadamente hasta las 22.00, aunque todo depende de cómo vaya la jornada, de las personas que encuentren (algo que no siempre resulta fácil) y de si están dispuestas o no a recibir su ayuda o, simplemente, a aceptar un vaso de sopa.

Pertrechados con un mapa de la ciudad, que cuenta ya con algunos puntos que los trabajadores de calle desde los servicios municipales les han marcado para que les resulte más fácil encontrar a las personas sin hogar, comienza la ruta para los voluntarios.

Cargan la sopa y las mochilas en la furgoneta, con vasos, cu-charas, servilletas, un frontal, un cazo, sal, los chalecos, linterna y la ficha “de merodeo o recorrido”, que rellenarán con los datos y el lugar en el que han establecido su casaquienes van encontrando. Cuentan también con información sobre recursos de la entidad o del Ayuntamiento que puede ser útil para ellos. El kit de emergencia que reparten está dotado de un saco de dormir, esterilla, la mochila, termo, unos calcetines y, en el futuro avanzan, unas botas y algo de abrigo. El año pasado se repartieron 13 y se atendió a 58 personas. Desde 2012, cuando nació la iniciativa, se han entregado 1.293 sopas calientes. Fueron 189 el año pasado frente a las 279 de hace seis años.

CAMINO SIN MARCAR La primera parada es el puente de la Rochapea, pero a pesar del aviso parece que no hay nadie. “Los primeros días hay que ir buscándolos y después vas haciendo tu ruta, ellos también tienen sus rutinas así que el camino no está marcado”, señalan los voluntarios. En Pamplona, valora Yoli, “la gente no está tan desasistida. Muchos de los que están en la calle tienen algún tipo de problema psicológico, de dependencias o adicciones… Pero que te esperen y se alegren de verte año tras año no tiene precio. Algunos no quieren ni la sopa: simplemente que te pares, te sientes y hables con ellos”.

En la furgoneta fluyen conversaciones sobre Eduardo, Juan, Antxon, Janus… Todos tienen nombre, y su propia historia. “Se crea un vínculo con ellos, hay mucho itinerante pero también gente a la que ves todos los años, con la que te involucras”, admiten.

Carlos lleva cinco años, Yoli cuatro (siempre han formado parte del mismo equipo) y para Alma, que siente predilección por el voluntariado y éste le llamó la atención, el miércoles fue su primer día. Cada uno tiene sus motivaciones pero todos comparten las ganas de hacer algo, de aportar su pequeño granito de arena sin recibir nada a cambio, tal vez “calmar el gusanillo de la conciencia”, como dice Carlos, que cuando comenzó la crisis decidió presentarse en el París para ver en qué necesitaban ayuda.

“En Sanfermines estuve en el comedor durante dos años, después vine a la Sopa Caliente y lo hago encantado, aunque sé que depende de cómo sea cada uno. Tuve un compañero que terminó yéndose porque se enfadaba con la realidad, le parecía una injusticia ver a la gente en la calle y sufría mucho. Tú sabes que no puedes hacer gran cosa pero si eres capaz de que no te influya demasiado, de irte a casa y de no pensarlo mucho, es algo muy bonito. También por los compañeros”, valora.

Yoli reconoce que hay veces que le apetece “hacer más”, porque hay ciertas limitaciones. “Te quedas con la sensación de que tú luego te vas a tu casa, él se queda aquí, y no has hecho nada. Depende de la idea que tengas de lo que puedes hacer con esta campaña. No eres la salvadora de nadie, sólo vienes, les escuchas, te van a contar lo que les dé la gana… Al principio les crees a todos, luego ya no tanto bromea. No puedes hacer todo lo que quisieras pero te tienes que adaptar. Son personas como nosotros, simplemente que les trates como tal, como si fuera un colega al que ves todos los miércoles, hace mucho”.

Confiesa que, a veces, cuando termina la campaña, hace palmeritas en casa y se las lleva. La Nochebuena del año pasado decidió llevarle a Antxon sopa de pescado de su ama y algunos turrones de postre. “Había un señor pasando con él la tarde, en Pamplona hay mucha gente buena”, reconoce. Cuando no había kits compraban calcetines, calzado, algunas cosas que necesiten… Hasta unas gafas. “Ves que tienen los zapatos mal y los pides al París. Recuerdo un día que Janus estaba pidiendo en el mercado y bajó una chica a darle una cazadora. No quería que pasara frío, lo hizo a título personal. El chico que está en Iturrama tiene de todo porque mucha gente le da, es una pasada”, revela, y añade: “A los que estaban en el cajero del paseo de Sarasate un hombre les pagaba una pensión de vez en cuando”.

LOS CAJEROSDespués de pasar por Los Caídos, señalado también en el mapa, toca el paseo por los cajeros de Carlos III. “Las cosas se han complicado porque en muchos ya no les dejan estar, aunque es nuestro ‘nicho de mercado”, explican desde el París. A la altura de La Caixa empiezan a sonar la armónica y la pandereta de Paco, que pide algunas monedas acompañado por dos perros en una calle prácticamente desierta a las diez de la noche. “He comido hace un rato pero os lo agradezco igual. Dicen que el buen rollo alimenta apunta con una sonrisa. Es muy bonito que haya gente que cuide a la gente”, añade.

Un poco más arriba, junto a una Laboral, ocupan los bancos Ramona y Marcell, de Rumanía. Tienen la mochila que los compañeros del París, que hacen su pertinente ruta el lunes, les dieron hace un par de días. Yoli les explica dónde pueden dormir, las posibles ayudas y albergues que existen. “Hace cinco años había más gente, cuando empezó la crisis. Por la inmigración no hemos notado que haya más, aunque estamos empezando la campaña. Hay gente de aquí y de fuera, un poco de todo. Algunas veces la sopa casi se nos acaba y otras nos volvemos con el caldo entero: ningún día es igual”, señala, mientras prepara tres sopas y cuenta que alguno de los que atendieron el año pasado ha conseguido rehacer su vida, “tiene trabajo y está bien. Nos gusta enterarnos, saber de ellos, porque nos alegramos. Compañeros de otros años nos siguen preguntando por ellos, aunque te desvincules no terminas de hacerlo”, revela.

Y se preocupan, más el día que no los ven. “Depende mucho de cómo tengas tú el día y de cómo lo tengan ellos, pero tratamos de ayudarles”, reconocen. Este año se han sumado dos voluntarias y cada vez son más los que se animan, “aunque siempre hace falta gente”. Las últimas sopas fueron para Mikel y Ainhoa, que llevan días durmiendo junto al cajero de Sarasate, después de que les echaran. Para los voluntarios no es fácil compaginar pero, reconocen, les compensa. “Ves muchas cosas pero también te haces fuerte. Lo importante es tratar de hacer algo, ellos lo necesitan”.

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