En un rincón del Raval
El País, 09-05-2006Abdalá es un joven de 17 años que llegó a España desde Marruecos escondido bajo un camión. Quería otra vida, y sobre todo trabajar. De esto sólo hace un año. Ahora es un auxiliar de mantenimiento de edificios y estos días le toca preparar el cemento en una obra del hospital Clínico. Naturalmente tiene un sueldo y consigue pagar un modesto piso donde vive solo. A Abdalá le parece un sueño y cuando me lo cuenta le brillan los ojos. Es consciente de que no ha sido fácil y de que ha llegado hasta aquí gracias a su esfuerzo, aprendiendo un oficio y una lengua, y dejándose aconsejar. Pero Abdalá también sabe que este sueño se lo debe, en buena parte, al Casal dels Infants del Raval, adonde fue a parar después de estar en un centro de acogida. Por esto me asegura que muchos de los chicos que corren por el barrio sin hacer nada o, peor, esnifando cola no tienen la menor intención de mover un dedo. Las cosas son más complicadas de como me las cuenta Abdalá, y lo compruebo hablando con un grupo de educadores del casal, que se quejan de la Administración, que da permisos de residencia a jóvenes que luego se quedan en la calle sin trabajo ni posibilidades formativas, porque no hay recursos ni centros para esta edad. ¿Dónde se acogen, pues, estos chicos? El Casal de Raval, entre otras muchas cosas, intenta llenar este vacío. Abdalá es un ejemplo.
Me cuenta que estuvo ocho meses en la formación ocupacional del casal, pero además participó en uno de los talleres que se acostumbran a montar aquí, en este caso un curso de imagen. El resultado ha sido un documental que se ha podido ver estos días en el cine Verdi de Barcelona y que lleva el título Què penses de mi. Se trataba de entrevistar a gente por la calle para sonsacarles qué opinión les merecen los inmigrantes marroquíes. Lo realizaron siete jóvenes (dos chicas y cinco chicos), vecinos del barrio, de procedencia marroquí y asiduos del casal.
Alí es un barcelonés de 16 años estudiante de cuarto de ESO. Desde los 11 frecuenta el casal. Va cada tarde al salir del instituto y se instala en la sala de estudio, luego se conecta a Internet o juega al futbolín. “Aquí he hecho muchos amigos”, comenta. La experiencia del documental le parece extraordinaria y se lamenta, como todos los demás, de que no continúe. “Trabajamos con la cámara siete meses, siempre con uno de los profesores al lado. Íbamos a la salida del metro y preguntábamos qué opinión tenían de los inmigrantes marroquíes”. Alí está convencido de que la gente no fue sincera en sus respuestas, porque casi todo era positivo y la realidad les demuestra, muchas veces, lo contrario.
Majida es otra chica del grupo. Tiene 18 años y hace sólo un año que llegó a Barcelona con su familia. Echa en falta su tierra, a sus amigos y sobre todo al novio que dejó en Marruecos. En el casal aprende informática y dice que los meses en que prepararon el documental fueron fantásticos.
Todo esto me lo cuentan una tarde, en una de las salas del inmenso casal, en la calle de la Junta del Comerç. Antes, Enric Canet me ha enseñado todas las dependencias y me ha hecho un resumen de la historia del centro y lo que se cuece aquí, que es mucho. Enric forma parte del equipo directivo y es responsable del voluntariado, que ya llega a 500 personas, muchas de ellas extranjeras, aunque también hay personal cualificado en régimen de contrato.
El Casal d’Infants del Raval abrió el año 1983, cuando un grupo de gente del barrio decide montar un casal para niños. A estos niños se les llevaba a la escuela, se controlaba que estuvieran limpios y que se alimentaran bien. Con el tiempo las actividades fueron evolucionando y ahora existen cinco grandes proyectos: Niños y familia, que acoge a los más desfavorecidos; Jóvenes y comunidad, que atiende a muchachos de 16 a 21 años, muchos de ellos de la calle, se les alfabetiza y se atienden sus problemas; Escolarización, destinado a jóvenes entre 12 y 16 años que legalmente deberían estudiar, pero se sienten mejor aprendiendo un oficio; Entorno escolar, que, en colaboración con los institutos del barrio, proporciona refuerzo escolar a los chicos que lo necesitan, y Ayuda a los menores no acompañados, para jóvenes sin familia tutelados por la Generalitat que aprenden un oficio y alos que se busca trabajo y una casa controlada por educadores. Pero la labor del casal va mucho más lejos: hay un centro de día con asesores jurídicos para niños que han delinquido y son reincidentes, o sufren una situación familiar conflictiva; se organizan colonias y salidas familiares; las madres pueden aprender yoga o participar en talleres de cocina; se enseña catalán y castellano, informática… Cada día se atiende a más de cien niños y se controla que vayan limpios y que asistan a la escuela. “Hemos conseguido que la sociedad se implique”, comenta Enric. El casal continúa siendo privado y buena parte de los que trabajan en él se dedican en exclusiva a buscar financiación para los proyectos. El edificio está cedido por el Ayuntamiento; pero si buscamos qué porcentaje aporta, resulta un 7% del gasto global. Escuchando a toda esta gente y conociendo su labor uno queda aturdido, y se le ponen los pelos de punta al viendo el derroche público de cosas innecesarias, cuando en un rincón del Raval se cuece algo grande. Y en silencio.
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