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Comerse el mundo, SA

El Periodico, 08-05-2006

Vinieron sin nada y, en algunos momentos, casi rozaron la indigencia. No tenían papeles, ni dinero, ni contactos. Sin embargo, los tres coinciden en que “las ganas de comerse el mundo” fueron su principal activo. Trabajaron sin descanso y ahora gestionan empresas solventes y en crecimiento que dan empleo a decenas de personas. Ellos forman parte de una nueva clase empresarial, la de los inmigrantes, que empieza a despuntar y cuyo principal problema es la falta de buen asesoramiento.


LILIANA (ARGENTINA)
Un capital de 300 pesetas y un montón de sueños

Todavía recuerda aquella tarde en que tuvo que decidir qué hacer con las últimas 300 pesetas que le quedaban. “Tenía dos opciones. O me las gastaba en comer o me compraba una tarjeta de metro. Opté por la tarjeta”.
Eran los primeros años 90 y Liliana Carrizo acababa de llegar a España huyendo de Argentina. “Allí me ahogaba la presión y la falta de expectativas”. Vino con un montón de sueños. “Quería estudiar, escribir, viajar…” La falta de recursos enfrió sus ilusiones. No tenía papeles, ni dinero, así que tuvo que buscarse la vida. Empezó cuidando niños y ancianos. “Pero yo necesitaba un trabajo creativo”, explica. Por eso pasó por un sinfín de empleos – – fotógrafa, captadora de pisos, teleoperadora… – – y creó una agencia de contactos.
Ahora, con una socia catalana, ha puesto en marcha una sociedad especializada en asesorar a empresarios para que reduzcan sus costes en comunicaciones y para que adecúen sus compañías a la ley de protección de datos y eviten así las sanciones. “Nos empieza a ir muy bien”, dice satisfecha, a sus 46 años. “Miro atrás y me da la impresión de que he crecido mucho. Para mí era impensable hace unos años crear una empresa y lo he hecho”.
Liliana está convencida de que “la necesidad te hace encontrar soluciones decisivas”. En su actividad diaria trata con empresarios, españoles e inmigrantes. “El empresario inmigrante sale adelante cuando comprende que aquí las cosas no funcionan igual que en su país”, explica Liliana, que insiste en que esos emprendedores extranjeros “precisan asesoramiento e información”.


JUAN (PERÚ)
El hombre que trajo la cevichería a España

En su restaurante, el limeño Juan Vera recuerda al dibujo animado del diablo de Tasmania. Este peruano es un torrente de energía que por donde va lo revoluciona todo dando órdenes, tomando decisiones, saludando a clientes, atendiendo el móvil…
Su historia es de esas biografías de hombre hecho a sí mismo más propias de EEUU. Vino a España con 18 años y 200 dólares que se diluyeron pronto, así que muchas veces tuvo que pedir comida a hospicios y parroquias. Cree que justo esa necesidad impulsa la iniciativa empresarial. “El inmigrante busca a toda costa la manera de salir del agujero y si eso pasa por montar un restaurante o una tienda, pues lo intenta”.
Trabajó de camarero y consiguió que le dejaran gestionar un bar en Badalona. “Trabajé sin descanso ni días de fiesta y reuní un pequeño capital, pues ningún banco me prestó ayuda”, comenta.
Fue entonces cuando montó con su esposa la brasería peruana El Ruedo, que tuvo tanto éxito que llegó a ser una cadena de cuatro locales. El matrimonio se separó y se los repartieron. En el que le correspondió, Juan montó el Costa Verde, “la primera cevichería de España”, dice. Allí afluyen en masa los peruanos a comer el ceviche (pescado marinado al limón) y otras delicias de su país.
Juan, que agradece a España las oportunidades, insiste en que el secreto “ser honesto para que la gente crea en ti”. Ahora, cuenta feliz que dos colombianas que trabajaban para él han montado un bar, El Refugio, donde siguen su estela.


MOHAMED (MARRUECOS)
Del mercadillo a la empresa de construcción

Mohamed Kadre llegó a España recién salido de la niñez. Con 14 años dejó Taurirt, su provincia natal, y se vino a vivir con su hermano mayor. Durante varios años, le ayudó en su negocio de venta ambulante por los mercadillos del interior de Catalunya.
Después, pasó por varios empleos en los que siempre destacó por su capacidad de trabajo: fue aprendiz en una imprenta, recogió vasos en una discoteca, trabajó de camarero de bodas y bautizos… Al final, empezó a trabajar de peón de albañil. “Un día me propusieron si podía juntar una cuadrilla de albañiles y dirigirlos”, recuerda.
Aceptó y entonces, con sólo 22 años, empezó una meteórica carrera de empresario. Comenzó mandando a siete paletas y hoy, con sólo 31 años, capitanea una empresa de construcción con 80 trabajadores y obras por toda Catalunya.
“Tengo trabajo contratado hasta el 2010”, comenta Mohamed, que ha ampliado sus actividades a Marruecos “con obras en Tánger, Casablanca y Uyda”. Para no olvidar sus orígenes, bautizó a su empresa Construcciones Oualedin, SL, que en árabe significa padres. “Es un homenaje a mi familia”, dice.

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