Carlos Iglesias
LA PELICULA SOÑADA POR EL INMIGRANTE
El Mundo, 07-05-2006Para los españoles que emigraban a Europa en los años 60 muchas veces lo peor era el regreso. Ésa fue la experiencia del actor Carlos Iglesias, que se fue a Suiza con sus padres cuando tenía 5 años. Dejaba atrás un sótano donde vivía con sus abuelos, porteros en un barrio de Madrid, para vivir en un piso nuevo cercano a Zúrich, moderno y luminoso, igual que el de sus vecinos suizos.La familia se quedó allí siete años.
En lugar de los bloques de cemento, levantados en descampados del madrileño San Blas, donde mataban a los perros a palos, el niño se encontró con jardines diseñados para juegos infantiles y un trato de igual a igual con los otros niños. Su padre, mecánico fresador, que salió de la factoría Pegaso de Madrid ganando 1.300 pesetas al mes, recibía 13.000 pesetas por hacer el mismo trabajo en una fábrica de la ciudad de Uzwil. Un salario idéntico al de sus colegas ciudadanos del país. Los emigrantes tenían también los médicos, los hospitales y los colegios del resto de la población, eran ciudadanos de pleno derecho.
En siete años, el obrero español ahorró lo suficiente para comprarse un piso propio en Madrid. Aquella emigración económica que buscaba en Suiza mejores oportunidades que las de una España pobretona y aislada económicamente, padeció la soledad y la nostalgia de la familia, pero se encontró también con otras oportunidades, con derechos humanos y laborales, cultura y libertad. «Había gente que al volver no podía soportar su propio país», cuenta Carlos Iglesias , el famoso Pepelu del Mississippi de Pepe Navarro, el Sancho Panza que compartió el Quijote con Juan Luis Galiardo, un humorista y actor reconocido.
Iglesias nunca había dirigido cine pero había soñado muchas veces su película. Hace cinco años reflexionó sobre la nueva realidad de España, un país de emigrantes que recibía con recelo a los que llegaban, olvidando a tantos millones de españoles que habían sufrido la misma experiencia. El guión es el fruto de muchas conversaciones con familias que vivieron esa experiencia de la emigración y el traumático regreso. El productor Eduardo Campoy le animó a dirigirla él mismo y el resultado es Un franco, catorce pesetas, una película con críticas excelentes y más de un premio.
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