Una caravana continua

Unas 10.000 personas están cruzando México rumbo a Estados Unidos en cuatro caravanas diferentes, pero se calcula que entre 450.000 y 500.000 lo hacen cada año

Diario de Noticias, , 15-11-2018

Dafne (22 años), Alberto (24) y su bebé de nueve meses han tenido que abandonar la caravana migrante. “Todavía no lo asimilo, yo quería llegar a Estados Unidos. ¿Ahora qué voy a hacer?”, lamenta, desconsolada, la mujer. En Irapuato (Guanajuanto) tuvo que ser hospitalizada por “un fuerte dolor de cabeza y en el estómago” y la niña lleva dos semanas con tos y fiebre. “Ya no podemos seguir. Estoy muy débil, ya no tengo fuerzas para caminar. No estoy bien alimentada y en el trayecto no se duerme bien, dormimos en el suelo y en la calle. Ayer llegamos al auditorio de Guadalajara a las siete de la noche y a las cuatro de la mañana teníamos que salir de nuevo, así no se puede. Igual la niña tiene gripe, fiebre, ya no quiero arriesgarla porque me da miedo que en medio del camino le pase algo”, explica Dafne, nombre ficticio de esta mujer que no puede regresar a su país, Honduras, por la amenaza de la mara.

“Tengo amenazas de los pandilleros”, reconoce. “Le dijeron a mi mamá que yo no puedo entrar en mi sector, que es donde yo crecí. Ellos se enojaron porque me fui a vivir a otro sector”, explica. Dafne vivía en Honduras con su marido y su hija, que ahora tiene cuatro años, cuando decidió migrar. “Yo solo quería trabajar, sacar a mi familia adelante”. Entonces viajó a México, pero la deportaron. “Las cosas con mi exesposo se pusieron mal y decidí volver a migrar hacia México”. Llegó a Tapachula en 2016 y se estableció en la ciudad. “Fue entonces cuando mi exesposo me mandó mensajes y me dijo: ¿Sabes qué? Que unas personas me dijeron que no puedes entrar en la colonia, si tú entras, ya sabes lo que te puede pasar”, relata Dafne. “Por eso no puedo regresar”, está amenazada por las dos maras.

La última vez que la mujer vio a su hija de cuatro años fue la pasada Navidad. “Ahora tengo miedo de no volver a verla más. Mi exesposo dice que la niña es suya, que un juez se la ha entregado y que solo la puedo ver si él me deja”, cuenta, angustiada. Pero no es el único motivo que le preocupa. Es consciente de la corta edad de su hija, que no va a entender la situación, y teme que se sienta abandonada. “Hace un mes dejaron la casa y se fueron a una aldea por seguridad. Mataron a una prima de mi exesposo y a su esposo, esa muerte estuvo bien fea”, explica. La violencia es una constante en su historia.

Hasta hace tres semanas Dafne vivía en Tapachula (Chiapas), donde conoció a Alberto. El bebé nació hace nueve meses y, precisamente, por tener una hija mexicana van a poder regularizar su situación en México. El martes por la mañana llegaron al albergue para migrantes El Refugio, situado en la comunidad del Cerro del 4, en Guadalajara. Allí se quedarán los tres hasta que tramiten sus papeles y encuentren un trabajo. Conviven con otros migrantes centroamericanos, algunos de ellos integrantes de la caravana que ha abandonado recientemente la ciudad rumbo al norte del país, pero en su mayoría personas que intentan llegar a Estados Unidos en solitario a través del tren.

En la actualidad, unas 10.000 personas están cruzando México rumbo a Estados Unidos en cuatro caravanas diferentes, pero se calcula que entre 450.000 y 500.000 centroamericanos lo hacen cada año. “Me alegro de que se haya dado la caravana, porque por fin se ha visibilizado a esta gente, que durante años ha caminado por nuestro país en la sombra, totalmente discriminados y enfrentándose a situaciones de peligro”, analiza Patricia Gascón, voluntaria que reparte comida entre los migrantes que pasan por Guadalajara.

México cuenta con una red de 90 albergues repartidos por todo el país, 23 de ellos del Servicio Jesuita al Migrante y organizaciones que trabajan con él

México cuenta con una red de 90 albergues repartidos por todo el país, 23 de ellos del Servicio Jesuita al Migrante o de organizaciones que trabajan con él. Están ubicados, generalmente, junto a las vías del tren, que es el medio que utilizan los migrantes centroamericanos para subir al norte, y en su mayoría son lugares de reposo, en los que no pueden estar más de tres noches. El caso del albergue El Refugio, del padre Alberto Ruiz, es diferente. Aquí no solo se ofrece descanso, sino también protección y acompañamiento. Los migrantes pueden quedarse todo el tiempo que quieran y les ayudan a encontrar trabajo. “Se ha creado un vínculo entre la comunidad del Cerro del 4 y el albergue, hay personas que vienen y nos dicen que tienen trabajo para los migrantes, nos traen ropa”, explica Saray Ruiz, coordinadora del albergue, como ejemplo de otra de sus particularidades. “Generalmente, se suelen quedar dos semanas y trabajan en la construcción hasta que consiguen dinero para el pasaje en bus”, explica.

EL ALBERGUEHasta hace siete años, el albergue funcionaba como un centro de rehabilitación, pero al estar cerca del tren, el padre Alberto vio la necesidad de atender a una población cada vez más creciente. “Al principio, venían cinco o diez por mes, hace tres años ya eran quince por semana”. En la actualidad llegan una media de entre 35 40 personas diarias. Con la llegada de la caravana a Guadalajara, además, esta cifra se ha incrementado a entre 60 y 75. “Empezaron a venir el viernes, fue una pareja de hondureños, al principio dijeron ser de la caravana, pero empezaron a llegar autoridades y policía municipal para llevárselos al auditorio. Muchos se negaron a ir, se sentían intimidados y tenían miedo a la deportación, ellos identifican a las autoridades con eso. Siguieron llegando más, pero ya no decían que eran de la caravana, aunque se nota, tiene más prisa por irse, sobre todo”, narra Saray.

El 90% de las personas que llegan al albergue son hondureñas. “Antes venían puros hombres, pero este año han empezado a llegar mujeres solas, con niños chiquitos, embarazadas, familias completas, menores no acompañados. Cuando la caravana entró por el sur de México, nos llegaron muchos menores no acompañados. En su mayoría tienen entre 13 y 17 años y vienen por amenazas o invitaciones a trabajar con las maras, entonces la familia decide que se vengan”, refleja Saray, quien lamenta que “son muy pocos los que tienen un futuro alentador, van y vienen de una institución a otra”.

REGRESO A EL SALVADOR En el Cerro del 4, junto a las vías, hay una cementera. El tren ingresa todos los días a recoger la carga y es entonces cuando los migrantes aprovechan para subirse a él. Ricardo lo intentó hace dos días, pero no pudo agarrarse. Mañana hará un nuevo intento, pero no va hacia el norte, sino hacia el sur, de vuelta a casa, a El Salvador. Tiene 20 años y lleva seis meses en México, ha estado en la frontera con Estados Unidos, en Mexicali, pero no quiere seguir. “Cruzar, no lo veo, viene demasiada gente”, sostiene. Quiere pasar las Navidades en su país, donde viven su madre y su hermana. “Ella está preocupada, me dice que regrese”.

No es para menos. Abordar el tren de La Bestia implica arriesgarse a sufrir una mutilación e, incluso, a la muerte. “A veces va rápido, si va muy fuerte es mejor dejarlo ir, te puedes quedar sin un pie o una mano”, aconseja Ricardo, experto ya en la materia. Ha cogido ya cuatro o cinco trenes en su ruta por México. La última vez se cayó y lleva una semana con dolor en la costilla. “En Palenque (Chiapas) pasé miedo, iba dormitando en el tren y de repente gritaron: ‘¡migración, migración!’ y echamos todos a correr”, cuenta. Fue ahí cuando se separó de sus tres amigos.

Ricardo asegura que el viaje es duro, por eso no quiere seguir, a pesar de que salió de El Salvador por amenazas. “Está muy peligroso allá. Mataron a mi prima. Ella puso una pequeña tiendita y le hicieron extorsión, eran 1.000 dólares los que teníamos que estar pagando cada mes y ella no quiso, así que la mataron. Yo vivía con ella y también me amenazaron”, explica. Reconoce que le da miedo volver, “pero no voy a ir al mismo lugar. Quizá Dios tenga algo bueno para mí algún día”.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)