NO ES LO MISMO
ABC, 03-05-2006
La coincidencia en el tiempo entre los debates legislativos en Francia y en Estados Unidos en torno a la inmigración ofrece la falsa impresión de que son intercambiables. La aparente similitud viene además alimentada por la proximidad de citas electorales en ambos países, y por la demagogia de algunos dirigentes políticos – tanto europeos como norteamericanos – , ansiosos por llenar sus zurrones con fórmulas simplistas que escamotean la complejidad del problema.
La ceremonia de la confusión presidida por los autodenominados partidos progresistas de ambos lados del Atlántico pretende endosar el sambenito de xenófobo a todo político o partido que busque regular el desbocado flujo inmigratorio, en particular si es de derechas.
Pero ¿qué tienen en común los «sin papeles» hispanos reclamados por la pujante industria norteamericana y los trabajadores franceses? En Francia, millones de jóvenes salieron a la calle para mostrar su oposición frontal a ser despedidos sin indemnización en sus dos primeros años de trabajo. En Estados Unidos, millones de ilegales se han manifestado estos días para reclamar, simplemente, su derecho a trabajar duro y no ser deportados.
El problema de la inmigración ilegal en Estados Unidos tiene fuertes componentes económicos y políticos, pero no ideológicos. Estados Unidos es un país de inmigrantes y, sobre todo, el fenómeno de la inmigración afecta en particular a una población hispana de raíces cristianas, como la de la mayoría anglosajona, preparada para asumir plenamente los valores sociales dominantes.
En Europa, la inmigración ilegal – y en general todo el proceso migratorio a gran escala – plantea en cambio un desafío ideológico mayúsculo. Buena parte de los inmigrantes son musulmanes, refractarios por razones culturales y de religión a integrarse en las sociedades de acogida. El fenómeno del gueto tiene, en el caso de los fieles del islam, una dimensión voluntaria que es preciso asumir para afrontar con realismo el problema. Cuando el ministro del Interior francés, Nicolas Sarkozy, afirma que «el inmigrante que no ama a Francia es mejor que se marche» está haciendo quizás algo de demagogia. Pero sólo algo.
FRANCISCO DE ANDRÉS
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