¿Quién teme a los hispanos?
ABC, 03-05-2006
ALFONSO ARMADA
MADRID. Todo publicista que se precie en la era de la información instantánea ha de ser capaz de acuñar una buena consigna. Samuel Huntington, ilustre profesor de la Universidad de Harvard, dio con una que hizo fortuna y le dio fama: «choque de civilizaciones». Se refería a la del mundo islámico con el anglosajón. Pero ha extendido la especie, abrumado por la ferocidad del censo, que en su último recuento cifraba en más de 40 millones el número de hispanos afincados en Estados Unidos, y a una «marea migratoria» de 850.000 inmigrantes «ilegales» tratando de agregarse cada año al «sueño americano», lo que ha terminado por arrebatar a los negros el dudoso cetro de ser la primera minoría. A diferencia de otros inmigrantes que tejieron el tapiz de las barras y las estrellas, Huntington acusa a los hispanos que presuntamente inundan las tierras del tío Sam de no integrarse como deben, de no comulgar con las ruedas de molino de la cultura que les acoge, de no participar de la misma ética protestante del trabajo, y como cima de su visión catastrofista de la historia afirma que la mayor potencia de la Tierra tiene en su seno el virus que provocará su derrota, su fragmentación, puesto que en vista del insaciable fermento latino surgirán «dos pueblos, dos culturas, dos lenguas».
Indignados por las leyes migratorias a debate en el Congreso en Washington, que pretenden ampliar el muro fronterizo con México, convertir la inmigración ilegal en un delito y penalizar a los empresarios que contratan a trabajadores sin papeles, los hispanos han iniciado un movimiento social atizado por una situación de precariedad jurídica y laboral, más que por líderes o por una fuerza política uniforme: no todos hablan español y proceden de países distintos, aunque la parte del león de los más de 11 millones de sin papeles esté formada por mexicanos.
Una idea de película
La campaña «un día sin inmigrantes» recogía una estrategia empleada en los años sesenta por los activistas César Chávez y Bert Corona, a favor de los braceros de California, y al mismo tiempo ponía en escena la fantasiosa hipótesis de la película «Un día sin mexicanos», dirigida por Sergio Arau, en la que se mostraba el caos en que se sumía California un día en que misteriosamente desaparecían todos los hispanos de guarderías, casas particulares, escuelas, tiendas de ultramarinos, surtidores de gasolina, hoteles, sembradíos, empresas de recogida de basuras y todos los empleos peor pagados del espectro laboral estadounidense. No lograron su objetivo de paralizar la economía del país, pero sí se hicieron oír como nunca antes, en una campaña cívica que algunos comparan con el movimiento a favor de los derechos civiles de la minoría negra, con dos diferencias notables: los negros eran ciudadanos de segunda en su propio país natal, la violencia formó parte del paisaje político, con acciones racistas del Ku Klux Klan, magnicidios como el de Martin Luther King o disturbios en numerosas ciudades. En las más de sesenta ciudades por las que el lunes desfilaron hispanos y otros inmigrantes, la violencia no compareció.
Senadores y miembros de la Cámara de representantes, amén de algunos comentaristas, han hecho hincapié en la presencia de banderas de los países de origen en muchas de las concentraciones como muestra del carácter anti – americano de los que reclaman sus derechos. Entre los análisis más viscerales destaca el que esgrimió Jim Gilchrist, uno de los fundadores del «Minutemen Project», que ha llevado a numerosos voluntarios armados a la frontera sur del país para ayudar a la «incapaz» patrulla fronteriza: «Cuando el imperio de la ley es dictadado por una turba de ciudadanos ilegales que ocupan las calles, sobre todo bajo una enseña extranjera, eso quiere decir que el país no está regido por la ley, es una dictadura de las turbas».
Voces más templadas, como las del hispanista Isaías Lerner, que huyó de la Argentina destripada por sus propios milicos e hizo de Nueva York su patria, desconfían de quienes ven un nuevo país hispano en el horizonte americano, consciente de que la capacidad integradora de Estados Unidos ha demostrado con creces sus artes seductoras en el pasado. Aunque es cierto que el español cada vez se escucha y se habla más, con emisoras y canales de televisión en auge, y una incipiente burguesía, su lectura es pesimista. El inglés lleva las de ganar. «Habrá una aportación muy intensa de los hispanos y lo latino al mundo anglosajón, lo que también contribuirá a un nuevo respeto a lo que tiene origen hispano. Pero no soy optimista sobre el futuro del español aquí». Por si faltaran argumentos a su favor, la neta caída de la natalidad en México, principal fuente de reserva inmigrante, con toda probabilidad hará que la marea, a pesar de la demanda de la gran economía del norte, amainará.
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