«Mis alumnos me han hecho llorar en clase»
? Los profesores piden ayuda y alertan de que la violencia en las aulas ya
La Razón, 02-05-2006Madrid – «Gilipollas» es lo último que un alumno le ha llamado a Luisa
Claver, profesora de inglés en un instituto del barrio barcelonés de
Trinidad. En sus 20 años de docencia ha visto y oído de todo, sabe
perfectamente a qué «público» se enfrenta cada día («los alumnos son los
que son y ya está», dice), pero pide «tener a alguien detrás que me
apoye». Y es que el profesor, a menudo, se enfrenta con «la indiferencia,
la desidia y la falta de sensibilidad de los órganos de gobierno».
No hace mucho, una intervención quirúrgica le obligó a ir a clase con los
ojos hinchados y la cabeza vendada, que se cubrió con un gorro. Uno de sus
alumnos, ecuatoriano de los Latin King, empezó a increparla: «Me dijo que
me quitara el gorro, que de qué iba, con esa cara, una cosa muy
vejatoria». La profesora exigió que se le abriera un expediente por su
conducta impresentable. Pero la respuesta fue que «eso lleva mucha faena».
Las permanentes agresiones verbales e incluso físicas que sufren muchos
profesores pasan en demasiadas ocasiones con indolencia ya no sólo ante
los órganos de gobierno de los centros, sino ante la inspección educativa
de las administraciones, que tratan de evitar por todos los medios que el
problema vaya a más. «Prefieren lavar la ropa en casa y que no se hable de
esto fuera», puntualiza Luisa Claver.
El resto de los
profesores, o la mayoría, también calla. Los interinos, porque están a
disposición del director para renovar las plazas el curso siguiente o para
que les reclamen en otros centros. Los fijos, para mejorar su horario.
«¡Es todo tan mezquino en la profesión!», se lamenta Luisa. Ella, en
concreto, asegura que no suele tener problemas de disciplina en las aulas,
aunque «un sólo alumno te puede boicotear una clase de veinte». «No siento
vergüenza, sino pena», apostilla.
El caso de Josefa López,
nombre ficticio, es bien distinto. Ella es profesora en un instituto de la
ciudad de Valencia, aunque lleva meses de baja laboral «porque no puedo
soportar la presión que me genera dar clases al primer ciclo de la ESO».
«El clima de trabajo es inaguantable», relata a SOS Bullying, un servicio
puesto en marcha por el sindicato de profesores ANPE para ayudar a las
víctimas de acoso escolar.
La situación de quien dice llamarse
Josefa ha llegado hasta tal punto que «he salido de clase llorando varias
veces. Por las mañanas, al llegar al centro, se me hacía un nudo en la
garganta y me bloqueaba de tal modo que me resultaba insoportable entrar
en clase».
Cuando, ya derrotada, fue al médico para solicitar
la baja, pidió que no constara su enfermedad, puesto que se sentía
«impotente y avergonzada, como adulta y con un título universitario». Y
lanza un mensaje desesperado: «Si no cambian las leyes sobre enseñanza y
se preocupan de los docentes, la educación en nuestro país acabará con
graves problemas, puesto que los profesores no podemos, ni merecemos,
trabajar así».
Por el contrario, Luisa asegura que ha
tenido rabia, nunca vergüenza, por la nula respuesta de una inspección.
«Lo único que les importa es no tener problemas, y la única sanción que
ponen es que el alumno diga que se va a portar bien, así que le sale
gratis», explica . Esa impunidad permite que los estudiantes conflictivos
campen a sus anchas. Con el problema añadido de que los padres tienden a
ponerse de parte de sus vástagos: «Se les llama y no vienen, aunque a
veces es casi mejor, porque acaban culpabilizando al profesor», cuenta la
profesora de Barcelona que, a su vez, recuerda que «hace dos años vino el
padre de uno y agredió al jefe de estudios», o que «a un profesor de
inglés le destrozaron el coche». Para muchos docentes, utilizar el
transporte público supone una garantía de que no la emprenderán a golpes y
rayajos con sus vehículos.
Con este ambiente laboral, el número
de bajas se dispara. En general, los problemas que afrontan los profesores
en las aulas siguen un mismo patrón, como el que relata otro de los
docentes que recurrió al asesoramiento de ANPE: «Soy profesor interino en
un instituto y desde mi llegada al centro tuve problemas para dar clase.
Una buena parte de los alumnos no paraban de hablar, se levantaban cuando
querían y no había manera de hacerles entender que yo estoy allí para
ayudarlos a aprender. Traté de hablar con los alumnos más conflictivos,
traté de ponerme serio y nada dio resultado».
El docente
en cuestión abordó la cuestión con sus compañeros: «todos más o menos
tenían problemas con los mismos alumnos, pese a que iban tirando, no sin
salir frecuentemente nerviosos, medio afónicos…». «El tutor – prosigue –
me dijo que trataría de hablar con los padres, pero que la mayoría eran
familias que no respondían o que no podían controlar a sus hijos. Sólo
consiguió hablar con una madre, que le explicó que desde que se había
separado no sabía con quién iba, en definitiva, que no lo podía
controlar». El resto de las familias, ni tan siquiera acudieron al centro.
De nada sirvió la expulsión de dos de los alumnos, «han vuelto con una
actitud más chulesca todavía». Así que, adelanta el profesor, «yo lo tengo
claro, el año que viene intentaré por todos los medios no trabajar en este
centro». «Me cansa escuchar tanto hablar de integración, de tolerancia, de
derechos de los alumnos… ¿y los alumnos que tienen ganas de aprender y
trabajar?».
Luisa Claver incide en este contexto y asegura que
los chavales «se han dado cuenta de que la mayoría de las veces sus
conductas quedan impunes. Tienen derechos, por supuesto no deberes, y si
pasa algo dicen ah, pues le denuncio».
«Ahora son
los menores los que tienen todos los derechos, a los adultos nos pueden
pisotear, insultar y vejar y no ocurre absolutamente nada», conviene otra
profesora, que asegura estar cansada de escuchar que los únicos que sufren
acoso escolar son los alumnos por parte de sus propios compañeros, cuando
también los hay «que nos hacen la vida imposible». «Muchos docentes
estamos cansados de alumnos maleducados, que son incapaces de comportarse
debidamente en sociedad y simplemente se dedican a molestar, insultar,
vejar y hacer insoportable la vida a sus compañeros y profesores», añade.
Un problema que, en su opinión, deriva de la «pésima educación que muchos
padres dan a sus hijos, para que el niño no le moleste le dan todo lo que
piden y así maleducan y forman a personas egocéntricas incapaces de
ponerse en la piel de la otra». Un problema que, a su juicio, se
solucionaría con la apertura de «escuelas para padres» en las que personas
especializadas o psicólogos muestren a los padres el debido camino a
seguir para conseguir la adecuada educación de sus hijos. Propuestas no
faltan, aunque todos los profesores inciden en que es toda la sociedad la
educa.
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