‘Brexit’ al margen, la realidad es que la cumbre de Salzburgo apenas dejará poso en el otro gran asunto de la actualidad política europea: la inmigración. En trazo grueso, los compromisos alcanzados por los 28 se quedaron en voluntades. La de dar prioridad a acuerdos con países del norte de África para contener ya en sus fronteras la salida de irregulares. Y la de impulsar el desarrollo del plan Frontex+ (que tiene como principal propuesta la creación de una fuerza de 10.000 guardias fronterizos en 2020), pero con matices.

El canciller austriaco, Sebastian Kurz, abanderó el refuerzo de las relaciones con otros Estados, sirviéndose del ejemplo de Egipto, país sin apenas flujos de indocumentados. Nada de centros o plataformas de refugiados, descartó cuando fue cuestionado por ese cortejo que la UE mantiene con un país gobernado por el militar Abdelfatah el – Sisi. Sí a políticas «fuertes y eficaces» en terceros países para que no se produzcan siquiera los embarques hacia Europa. El reparto de los inmigrantes que llegan a los límites del territorio común (pongamos Italia o España) no es «una solución viable para resolver la crisis migratoria», subrayó. Por tanto, la solidaridad, al menos desde ese punto de vista, se diluye.

Por su parte, Pedro Sánchez sostuvo que España «apoya ese cuerpo de fronteras en los términos planteados», pero con dos matizaciones: ha de ser flexible, «porque las necesidades en unos y otros países no son las mismas», y «complementario»: no puede poner en cuestión la soberanía de los Estados. Apoyo al fondo e incluso a la forma. Pero quedan los detalles.