Prueba de fuerza hispana en EE. UU.

"Lo que ganaba en Guatemala un día en el campo lo gano aquí en una hora", asegura Elmer Castro

La Vanguardia, 02-05-2006

“En Guatemala trabajaba de cajera en un banco y aquí limpio casas, pero no me arrepiento”, afirmaba ayer María Isabel Ordónez, de 44 años, frente al Mercadito Ramos II, en Langley Park, un suburbio del norte de Washington con alta densidad de población hispana. El supermercado estaba cerrado, en solidaridad con la jornada nacional de boicot – Un día sin inmigrantes – convocada en todo Estados Unidos en demanda de una generosa ley que regularice a los sin papeles, en su inmensa mayoría latinoamericanos.
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La protesta fue una demostración de fuerza sin precedentes. Millones de personas participaron de alguna u otra forma en la movilización. Unos se echaron a la calle en marchas multitudinarias en Los Ángeles, San Francisco, Denver, Washington, Chicago, Miami y otras grandes urbes. Otros simplemente dejaron de acudir a sus empleos o cerraron sus negocios. Hubo quien pensaba atender la llamada de sacar una vela y una bandera estadounidense frente a su casa, a las ocho de la noche, como reflexión silenciosa, o de vestir una camisa blanca para demostrar que los latinos son pacíficos y con profundos valores, como la devoción por la familia. Se produjeron nuevos walkouts (estudiantes que dejan las escuelas para manifestarse), actos cívicos de diversa índole y hasta el repique de campanas en iglesias (se hizo en Gaithersburg, Maryland, en homenaje a quienes han muerto cruzando la inhóspita frontera desde México).
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Desde primera hora, las emisoras en español, en tono combativo y algo triunfalista, no cesaban de pulsar la opinión de los oyentes, de orientar a la gente y aclarar malentendidos. En el condado de Montgomery (aledaño a Washington DC), el Departamento de Educación envió mensajes telefónicos grabados a las familias de estudiantes latinos para asegurarles que eran falsos los rumores de que los alumnos indocumentados serían arrestados por la policía si acudían a clase. En todo el país circularon bulos – casi siempre sin fundamento – sobre redadas indiscriminadas. La angustia en que viven los sin papeles contribuyó a que los rumores prosperaran.
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El éxito de la protesta fue difícil de medir con baremo humano o económico, pero resultó evidente el seguimiento masivo y el impacto mediático. Cerraron grandes plantas de procesamiento de carne del Medio Oeste, y Goya Foods, el mayor suministrador de comida hispana, dejó de repartir sus productos. Entre los impulsores de protestas anteriores hubo división de opiniones. La Iglesia católica y otros grupos desaconsejaron el boicot laboral y comercial. El alcalde de Los Ángeles, Antonio Villaraigosa, insistió en que en las marchas se enarbolaran banderas con las barras y estrellas y no las de los países de origen de los inmigrantes , así como que los estudiantes no abandonasen las clases.
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En Langley Park, la venezolana Elisabeth, con 25 años de residencia en el área de Washington, se enfadaba con los hispanos que habían acudido a comprar comida a las tiendas de asiáticos. “¿Es que no tienen arroz y frijoles en su casa? ¿Qué es eso de no apoyar a su gente?”, gritaba. “¡Si yo no tuviera agua, me iría a beber a un charco!”, agregó. “Los americanos no van a sacar el trabajo que sacamos los pobres hispanos; burros, indios nos llaman”, agregó. “Nosotros resistimos a los españoles y seguimos resistiendo”, terció con ironía Inmer, un salvadoreño que trabaja en la limpieza, al saber que el periodista era español.
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“Lo que ganaba en Guatemala en un día de trabajo en el campo (cuatro dólares), lo gano aquí en menos de una hora”, explicó Elmer Castro, de 29 años, ocho de ellos como ilegal en EE.UU. “Lo que anhelamos es visitar a nuestra familia y poder volver”, añadió. De lo mismo se quejaba su compatriota María Isabel, que recordaba que no pudo ni asistir al funeral de su hijo de 12 años, que murió durante un tiroteo mientras jugaba a fútbol en la calle, en su país. “Estoy muy agradecida a EE.UU., que nos ha dado cosas con las que soñábamos. Pero me desesperaba cuando mi otra hija me decía que quería verme, pero tenía que luchar para salir adelante. Uno no deja a la familia para volver con las manos vacías”.
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