LA INMIGRACION EN EEUU / Un 1º de mayo hispano
«O vas a trabajar o te echan a la calle. Es lo que hay»
El Mundo, 02-05-2006Como escribió Pablo Neruda, «las abejas huelen la sangre, y las moscas zumban coléricas». En el día del Gran Paro los hispanos pelean una batalla inverosímil a ojos de un europeo.EEUU considera la huelga una coartada de vagos. Hay que enfrentarse a muchos prejuicios para secundarla.
El 1 de mayo, que nació en EEUU, cuando las grandes movilizaciones de anarquistas, fue desactivado hace tiempo. Retomar su espíritu, siendo un recién llegado, ciudadano de segunda, parece una hazaña.Más aún si tu ciudad es Nueva York, donde la gente cambia su corazón por un reloj. El despido libre facilita que los hombres elijan la invisibilidad. La huelga parece cosa de partisanos, terroristas o libertarios.
«Mire, nosotros haríamos huelga, pero para qué, si los compañeros mexicanos, que no tienen papeles, que son los damnificados, vinieron».Alfonso, dominicano, coloca cajas de verduras sobre los estantes.Un compatriota, Manuel, asiente con la cabeza. «Eso sí, a mis hijos los dejé en casa. Sus maestros incluso dijeron que no fueran; ‘mejor quédense en casa’, dijeron, así que allí están». «Pero a las tres vamos a la manifestación», añade Alfonso, «claro que vamos». Se refiere a la marcha que saturará la periferia del puente de Brooklyn, junto al consistorio, mientras los helicópteros de la policía aúllan sobre los megáfonos.
«Yo qué sé, a mí no me pregunte, no sé nada», comenta un muchacho en la puerta del supermercado. Ante la insistencia del periodista, termina por explayarse. «Depende de los managers, si el tuyo es bacano, pues te deja libertad, y si no, ya sabes, o vienes al trabajo o a la calle». Lo ha dicho mirando por encima de su hombro. Como carece de papeles teme la llegada de la migra, ese fantasma del que todos hablan. «La gente dice cosas. Hubo redadas estos días».
Verdad o no, los rumores de uniformados husmeando el rastro de sin papeles pasan de boca en boca. Confusas, la habladurías saltan por las esquinas. «Elegí venir porque me lo dejaron claro. Ahorita mismo me habrían botado si hubiera desobedecido».
Washington Heights, zona de Harlem con mayoría dominicana, amanece dividido. El seguimiento del paro resulta desigual. Comercios cerrados y abiertos alternan sus mensajes. Muchos trabajan con lo mínimo. Parte de las plantillas optaron por quedarse en casa, «aunque los patrones abren de cualquier forma, para que no se note y luego decir que la huelga fue un fracaso», señala un inmigrante que prefiere ocultarse. Después, ahumado por la parrilla, voltea las hamburguesas. En el establecimiento donde trabaja acudieron sin rechistar. Cobran cuatro dólares al día. No se engañan. Saben que su sueldo es una estafa, aunque comparado con lo que ganaban antes, en sus países, consideran su situación un milagro. «Qué puedes hacer. Deberíamos habernos plantado, pero falta unión».
La falta de un líder carismático, de un rapsoda, de tipos que enardezcan los ánimos y sacudan conciencias es un argumento repetido.Lo cierto es que las radios hispanas han machacado los últimos días con mensajes en favor de la huelga. Sintonizarlas, hoy, provoca un sentimiento ambiguo. Siguen activas, pero sólo encuentras música. Las bravuconadas, el argot, los chistes de barrio y las rimas que presentan los últimos éxitos del reggaeton han desaparecido.
María, portorriqueña, pasa revista desde la caja registradora.«Mire, en el supermercado faltaron 150 hombres, ¿eh? 150, la mitad de la plantilla. Ahora, veremos cuántos pueden trabajar mañana». «Hombre, no van a echarlos», apostilla Fernando, un amigo que ha bajado para comprar provisiones. «Lo que pasa es que los clientes no se enteran, porque esto sigue abierto, pero faltaron muchos camiones, falta mercancía, y falta gente». «¿Irás a la manifestación?», pregunta su amigo. «No puedo, salgo muy tarde». Lo ha dicho almidonando la voz, como disculpándose. Encoge los hombros, sonríe, saluda a otro cliente. No hay tiempo para disquisiciones.
Grand Central, donde desembocan los ferrocarriles que suben hacia el norte, presenta un perfil inusitado. Hay mucha menos gente que de costumbre. Los trabajadores que sirven en Wetschester han secundado el paro con más fortuna. Quizá porque en los pueblos el yugo es menos pesado, gracias al trato familiar. Según Ernesto, la vida, allí, ha modificado su pulso. Bajo la bóveda fastuosa, escenario de películas legendarias, aclara que acudió «para solucionar unos asuntos».
Frente a la Guardia Nacional, vestidos de camuflaje, apoyados bajo los relojes que señalan la salida de unos trenes medio vacíos, ofrece su relato. «Trabajo en un restaurante que se llama El Rinconcito Salvadoreño, y estaba cerrado. Los clientes nos apoyan, dicen que si no hablas, nadie te escucha, y les parece correcto que protestemos. Incluso un policía, que retiró una pancarta porque decía cosas sucias, me ha comentado que él cumple con su trabajo pero está con nosotros».
Ernesto regresa a Queens, donde, cuenta, el paro «se ha notado mucho». Habla de calles casi desiertas. «Mire, sí, esto es distinto.Queens, al menos la parte colombiana, es igualito a un barrio de Bogotá. Manhattan no; aquí la gente viene por la mañana y a la noche sale corriendo, y no nos sentimos en casa».
«Pues es lo que hay. Usted no lo sabe, pero faltaron varios compañeros, los de mantenimiento». Julián, portero de un lujoso inmueble de la 60, en Broadway, aclara que a él no le quedó más remedio.Su situación resume la de la millones. Atrapados entre sentimientos contrapuestos, acuden a sus trabajos y cuentan, orgullosos, las ausencias.
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