Los extranjeros residentes en Euskadi han vuelto a crecer de forma intensa a raíz de la recuperación económica posterior a la crisis. Pese al aumento de 9.596 personas registrado el pasado año, la población inmigrante sigue siendo muy inferior a la media del conjunto de España. Por fortuna, el País Vasco ha sido por ahora ajeno a los preocupantes brotes de xenofobia que se extienden por Europa, más allá de los recelos que el diferente suscita en sectores muy minoritarios. Aún así, se hace preciso reconocer en cuantos foros sea posible la valiosa aportación de los ciudadanos procedentes de otras latitudes e intensificar su llegada en el futuro para encarar con mayores garantías algunos de los problemas más serios a los que se enfrenta nuestra sociedad. «Necesitamos a los 10.000 inmigrantes que vienen cada año a vivir con nosotros», reconoce la consejera de Políticas Sociales, Beatriz Artolazabal. Así es. Ellos no solo cubren la fuerte demanda de mano de obra en actividades a las que renuncian los autóctonos –por ejemplo, el cuidado de personas mayores– o que tropiezan con dificultades para encontrar trabajadores. Los más de 62.000 cotizantes a la Seguridad Social en julio –un récord histórico– son un buen reflejo de ello. Además, aparte de enriquecer culturalmente una Euskadi mestiza y plural, han evitado una caída de la población en las dos últimas décadas e insuflado oxígeno a unos niveles de natalidad alarmantemente bajos, cuyos efectos empiezan ya a ser visibles y, si no se corrigen, resultarán demoledores a medio plazo. Solo una mayor presencia de inmigrantes permitirá paliar las consecuencias económicas y sociales del envejecimiento de la población hacia el que avanza con paso firme el País Vasco. Los 206.000 ciudadanos de nacionalidad extranjera que conviven entre nosotros han contribuido –y seguirán haciéndolo– al bienestar de una Euskadi que les acoge porque es solidaria, como ha demostrado; pero, sobre todo, porque los necesita.