Creo que soy Racista
Diario de Navarra, 26-04-2006EMILIO GARRIDO-LANDÍVAR
SALÍA de una discoteca, sola; mis amigas se quedaban más tiempo y yo ya no me tenía en pie y decidí salir en busca de un taxi. Era una noche de fin de semana y esperaba un taxi como tantas noches frías y chispeantes de esa lluvia fina que cae y parece que no moja, pero te cala los huesos. Estaba encogida, tratando de que mi cuerpo se protegiera con él mismo haciendo que la lluvia lo mojara lo menos posible; siempre tarda unos minutos el taxi, esperé como tantas noches había esperado…Hasta aquí tengo conciencia del frío y de esos minutos que son infinitos. Pensaba en mi cama y en mis padres, que aunque mayor de edad, sé que cuando abro el portal se le ensancha el alma a mi madre.Siempre que me voy me dice: cuídate, no vuelvas sola, no bebas mucho, disfruta porque eres joven, pero siempre con un poco de control. Yo por dentro, digo: Pelma, que eres una pelma. Pero sé que cuando mi llave entra en la cerradura, aunque parezca que está dormida, me oye y entonces es cuando de verdad se duerme.
El domingo a la tarde oí voces a mi alrededor que me parecieron extraños. Sentí que volví a tener de nuevo conciencia, e hice un esfuerzo por hilar mi final del sábado con el momento presente. Los ojos no los podía abrir del todo y vi a mi familia, en torno a mí. Me «tiraba la cara», como si una herida profunda atravesara mi rostro y mi cuerpo…¡era yo, no había duda! Estaba en el hospital. Intenté moverme y noté un murmullo. Mi madre pronunció mi nombre y sé que oí: Dios mío, se ha despertado. Había estado veinticuatro horas en la UVI en observación, a causa de una paliza con una barra de yerro, que dos inmigrantes eso lo supe después pasando por mi lado en una moto me propinaron por estar en un lugar, sola, esperando un taxi. Me asusté, me sentí impotente y con una rabia dentro que no podía despejar de mi cabeza. Perdí la conciencia y alguien llamó desde el móvil a la ambulancia tratando de que la ayuda fuera rápida. No sé quién llamó. Gracias a ese samaritano anónimo que siempre encontramos en el camino de la vida. Volví a sentir impotencia. Qué daño había cometido yo a nadie, mi pecado era ser joven y volver a casa en un taxi, como tantas veces lo había hecho en Pamplona con los focos de luz inmensa a mi lado…¡No me sirvió de nada! Tuve traumatismo craneoencefálico, puntos de sutura por todo el cuerpo y hematomas que duraran meses…
Hasta aquí sólo fueron pensamientos profundos y deslavazados, pues nada más intentar abrir la boca, mi madre decía: «¡No te esfuerces, tranquila que a Dios gracias estás bien, sólo ha sido un susto de muerte!». Dije: «Mamá, creo que soy racista». Claro que sí, hija mía; todos somos racistas del que hiere por herir, del que violenta por divertirse…No te preocupes, estás con nosotros, ha sido un duro golpe. Mi madre no sabía cómo consolarme de aquel sentimiento profundo que jamás había sentido tan fuerte y tan claro. Me rebelé contra muchas cosas que había leído y creído…aún sigo rebelada, sin hallar respuesta a la sinrazón de los violentos. Tengo veintitrés años, puedo razonar y tengo lógica, pero no le encuentro lógica, sólo me sale de lo más profundo mi rabia contenida y mis gotas de racismo. ¡No todos son iguales! Muchos están solos, desarraigados… Todos no tienen la culpa. Nos falta tiempo a todos para recorrer un camino de integración y de cumplir la ley con los violentos y con quienes no quieren integrarse ni educarse en valores sociales y de amigos. Esa gente, sea inmigrante u oriundo, necesita el peso de la ley, no pueden quedar sin su castigo. Hoy le tocó a nuestra hija, mañana no queremos que le toque a nadie más.
Emilio Garrido-Landívar es doctor psicólogo
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