REPORTAJE

Menús nacionalizados

El Periodico, 25-04-2006

Los inmigrantes en Catalunya intentan conservar las costumbres alimentarias de su país, pero pocas veces lo consiguen. Incorporan ingredientes locales en sus platos, sustituyen especias exóticas por las disponibles en los supermercados, a menudo comen más cantidades y consumen más grasas que en sus países de origen.
La mayoría aseguran que comen igual que en su tierra natal. Pero un reciente estudio acerca de la alimentación de los inmigrantes publicado por la Fundació Jaume Bofill revela que no siempre se percatan de los cambios progresivos que experimenta su alimentación.
La mayoría se ven obligados a adaptar sus platos en función de los ingredientes que encuentran. “Aquí cuesta conseguir el pescado ahumado que se cocina en Senegal. Por eso, hay que conformarse con pescado normal”, asegura Mbaye Gaye, de 35 años. “Cuando viene algún conocido de mi país, mando a traer cosas como bisap, una flor que usamos para condimentar”, añade.
Pero la larga jornada laboral es una de las causas que más contribuye al cambio de dieta. “Soy chef, pero mi alimentación ha empeorado. Con tanto trabajo, llego a casa y no me apetece cocinar. Sólo para fiestas o fines de semana preparo platos de mi país”, explica Claudia Bayliss, una mexicana de 28 años.
Los cambios en la alimentación no son iguales en todos los colectivos, sino que están regidos por la situación personal y familiar. “Las familias con niños se ven obligadas a incluir platos españoles porque los chicos piden comer como en la escuela”, explica Juanjo Cáceres, investigador de la Sociedad para el Estudio Interdisciplinario de la Alimentación y los Hábitos Sociales.
Muchos inmigrantes – – en especial los centroafricanos – – comen menos en sus países de origen. Un aumento repentino de grasas y azúcares y la supresión de zumos tropicales, vegetales y especies ocasionan transtornos alimentarios.
Mercè Vidal, directora de la ONG Nutrición sin Fronteras, explica que los inmigrantes del Magreb suelen desarrollar caries y diabetes tipo 2 por la gran cantidad de tés con azúcar refinado que consumen.

Platos mixtos
Los hijos de los inmigrantes muchas veces no comparten el gusto por los platos del país de sus padres. Nora Raquel Caizapanta, una ecuatoriana de 41 años, asegura que sólo sirve a sus hijos platos ecuatorianos los fines de semana. Prefieren opciones españolas como el pan con tomate y el jamón serrano. “Lo que sí les gusta son los zumos naturales que hacemos en Ecuador. Pero con las prisas, tengo que comprar los envasados”, explica Nora Raquel, quien confiesa que ha ido abandonando “por falta de tiempo” la comida de su país. “Mis padres no han cambiado sus hábitos alimentarios porque sí se pueden dedicar a la cocina”, agrega.
La utilización de otros ingredientes o productos es una constante de la cual muchas veces no se percatan los inmigrantes. “Los paquistanís comemos igual que en nuestro país. Allí no compramos pan, sino que lo hacemos en casa. Aquí, a veces tenemos que ir a la panadería cuando no tenemos tiempo para hornear”, explica el paquistaní Yabed Ilyas. “Eso sí: comemos más carne, porque allí es cara y no se consigue”, acota.
Los inmigrantes extrañan la preparación de las tortillas sobre planchas de terracota en los pueblos de México, el pescado salado al sol en las calles de Senegal, y la yuca con plátano verde que se sirve en la costa de Ecuador.

Nostalgia servida
En los pueblos de México, las tortillas de maíz se hacen de forma casera, una tradición heredada de la gastronomía azteca. Allí la mazorca se lava, seca, cuece y se deja crecer. Luego se muele y se cocina en un fogón de leña. En lugar de ello, Alejandra Hernández, una mexicana de 36 años, tiene que comprar la masa de las tortillas en el supermercado y cocinarlas en una sartén de teflón.
“El sabor es muy diferente. Si recuerdo el olor de esas tortillas tradicionales, se me hace agua la boca. Las que hago aquí apenas me sirven de consuelo”, explica Hernández.
Según el estudio de la Fundació Jaume Bofill, el inmigrante con familia en España es menos propenso a tener problemas de salud. El entorno familiar hace que los cambios en la alimentación no sean bruscos y los hombres solos con precariedad económica son el grupo más vulnerable.

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