RECHAZO E INMIGRACIÓN
Diario Vasco, , 16-07-2018Un fantasma recorre Occidente, y esta vez se condensa en un concepto, el rechazo. Hace unas semanas la polémica del buque ‘Aquarius’ sacudía más de una conciencia. La negativa a no permitir desembarcar en puerto italiano a un buque con varios cientos de inmigrantes fue justificada por el ministro de interior italiano, Matteo Salvini –miembro del partido ultraderechista Liga Norte– en base a que «Italia no es el felpudo de Europa», al tiempo que afirmaba que con esa decisión «seremos más felices», en alusión a la población italiana. El núcleo discursivo de ambas afirmaciones lleva implícito el rechazo, y conduce a la creación de dos colectivos, el rechazable y el que rechaza. No se debe tomar como cosa de poca monta las consecuencias políticas de una dicotomía tan firme.
Casi al mismo tiempo, estallaba al otro lado del Atlántico un escándalo que aunque diferente en la forma, compartía el fondo con el caso italiano. Un video filtrado por un medio de comunicación mostraba a una niña llorando porque iba a ser separada de su padre. La razón es que ambos habían entrado ilegalmente en Estados Unidos, y la nueva política migratoria de la administración Trump trata a las personas indocumentadas que entran en el país como autores de un delito (y no como una infracción administrativa), de modo que al tener que ser juzgados, pierden la custodia de sus hijos. Este video ha puesto cara y voz a un drama humano hasta entonces oculto para la mayoría de la población estadounidense, y ha provocado un auténtico revulsivo, incluso entre las propias filas republicanas, obligando a Trump a dar marcha atrás. Todo esto tiene su trasfondo emocional: la dialéctica basada en instigar el miedo al inmigrante entre la ciudadanía estadounidense ha sido una constante del actual inquilino de la Casa Blanca, abonando el campo para que este tipo de propuestas puedan tener éxito, aunque esta vez no lo haya conseguido.
A los pocos días, en Bruselas se convocaba una cumbre informal para abordar el tema de la inmigración. La vieja Europa, la que se reivindica como cuna de la democracia, de la Revolución Francesa, la garante de los derechos humanos, una vez más se mostraba incapaz de alcanzar un acuerdo global, y conseguía en cambio un acuerdo de mínimos, ‘decepcionante’ para muchos. Posturas encontradas y evidentes diferencias de Norte a Sur y de Este a Oeste de Europa han abocado a tal final. Y es que en el seno de la Unión Europea, existen gobiernos que hábilmente politizan el odio o el miedo creando chivos expiatorios sobre los que una población frustrada y con miedo a posibles cambios proyecta su resentimiento.
Los ejemplos expuestos, condensan un núcleo común, el rechazo a un determinado colectivo, en este caso el inmigrante. Más allá de tratados y andamiajes jurídicos, el tema de la inmigración genera fuertes emociones en la población, y esa dimensión no se puede perder de vista a la hora de abordar posibles soluciones. No hay duda de que cada sociedad encara sus propios desafíos, y que uno de los que tenemos que abordar actualmente es el de la inmigración. Millones de personas huyendo de guerras, escapando de la muerte o de la miseria no es una realidad que se vaya a solucionar con cerrar puertos o crear colectividades sobre las que proyectar nuestros miedos sociales.
La historia abunda en casos de este tipo y nos enseña hasta dónde pueden llegar los efectos políticos de estas emociones. Conocemos de sobra por ejemplo lo ocurrido durante los años 30, cuando los judíos eran denominados «ratas» o «cucarachas», en una construcción discursiva que llevó a la masacre a unos mientras otros sectores miraban para otro lado o intentaban justificar el asunto. Y es que cuando el rechazo marca una estrategia política, las consecuencias son impredecibles, y nunca vienen acompañadas de buenos resultados.
Las experiencias del pasado nos enseñan que se debe evitar que el rechazo influya o mediatice el abordaje de la inmigración, y en cambio éste se rija por emociones como la empatía o la solidaridad. Recordemos aquí la propuesta de la filósofa Martha Nussbaum, quien en Emociones políticas, aboga por cultivar emociones apropiadas para la consecución de objetivos beneficiosos para la mayoría de la sociedad. Sin duda un planteamiento interesante que pone sobre la mesa la necesidad estrategias colectivas que inspiren planteamientos políticos en los que, en vez de crear fronteras, se abran campos de entendimiento y de comprensión, algo fundamental si queremos funcionar y convivir de la mejor manera posible en el mundo globalizado actual.
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