Las notas del mundo, en el Metro de Madrid
El Mundo, 24-04-2006Un erh – Hu, instrumento de cuerda y de arco, llamado en español violín chino de dos cuerdas, es interpretado por Luxian Sheng en el andén de la estación de Metro de Moncloa. Lleva cinco horas de trabajo y en un estuche negro, con forro de terciopelo rojo, sólo hay cinco euros. Al lado, el CD de su última producción cuyo título y canciones están en chino.
A más de uno, poco le importa lo que hace el artista. Otros detienen su paso apresurado y contemplan durante unos minutos un sonido que no se ahoga, pese al ruido de los trenes y el zapateo de los usuarios. «Eso es arte. Qué hace un artista de estos aquí.Flipa a cualquiera», dice Rosa mientras saca de su bolsillo 50 céntimos.
En español deficiente, Sheng recuerda que ha dedicado toda su vida a la música y siempre ha sido pobre. Por eso decidió desde hace dos años dejar China y probar suerte en los metros europeos.Este año está en Madrid. No le ha ido bien con el dinero pero, explica, siente que su música le gusta a mucha gente.
«Soy profesor para el que quiera pero es difícil que me entiendan porque no hablar bien español», indica el hombre que pide atención para su próxima pieza. El sonido transporta hasta Asia mientras Sheng escribe que se trata de Manantial bajo la Luna, obra de Ah Bin, uno de los mejores músicos de su país. Sheng gana a diario entre 15 y 30 euros.
El Metro es una puerta para conocer los ritmos de todo el mundo y en cada andén no es extraño encontrarse artistas de regiones apartadas. En sus 13 líneas hay espacio para todos los continentes, siempre que no se viole la normativa de 1998 que establece que los artistas pueden trabajar libremente excepto en los andenes, cerca de las taquillas, dentro de los vagones y sin interferir el tránsito de los pasajeros.
M2 encontró músicos como Sheng que optan por mostrar el folklore de sus países: ecuatorianos interpretando música andina; africanos con percusiones y reggae; rusos, cantantes de ópera; españoles con violines. Un profesor búlgaro con su propia orquesta. Un cubano, con su son. Aunque también hay rumanos con tango argentino en sus acordeones o música mexicana.
Africa y Europa en un compás
Sierra Leona y Bulgaria fusionan ritmos en la estación de Gran Vía. Alfred Lafa, de 45 años, toca el tambor. Aurelian Radulescu, de 40, el saxofón. La combinación deja con la boca abierta a muchos. A otros, de tanto verlos, les provoca cierta indiferencia.Pero los artistas saben que no pasan desapercibidos, más aun cuando la tecnología les da posibilidades de amplificación muy a disgusto de los encargados de la seguridad del Metro.
Alfred huyó de Sierra Leona en 1988, después de una masacre.Allí pertenecía al coro de la iglesia y ésa fue su escuela de música porque en realidad es ingeniero. Desde hace dos años su oficina es la estación del Metro y su herramienta de trabajo, un tambor redondo. En ese sitio permanece desde las 9.00 hasta las 22.00 horas. «Con Alfred he hecho un gran equipo. En Bulgaria hay un músico en cada rincón y eso unido a la crisis económica del país quita oportunidades a personas como yo», indica Aurelian.
El hombre saca todos los días fuerzas para darle vida a su saxofón, «al que cuida como un hijo». El jazz en todas sus manifestaciones, afro, folk, rock y la música latina, son interpretados para poner a bailar a los viajeros o, en muchos casos, sólo provocar contemplación.
Ambos pueden ganar en un día de trabajo hasta 60 euros pero el esfuerzo es mucho y hay días malos. A algunos ya los han contratado para presentaciones en fiestas o en bares de Madrid pero, muchas veces, el sueldo es bajo.
En Legazpi, canciones de Julio Jaramillo, Segundo Rosero, Noé Morales, Roberto Zumba y Claudio Vallejo, reconocidos dentro del género de música popular en América del Sur, se oyen en los andenes. Son melodías que se escuchan en esos países en cantinas donde se va a «ahogar las penas». Allí está Luis Santillán, de Ecuador, que trabaja todos los días de ocho a ocho. «La clave es llegar temprano porque quien llega primero se gana el derecho a tocar». Ése es el acuerdo que hicieron los músicos para evitar conflictos.
Los músicos tratan de no violar las reglas que impuso Metro sobre donde sí y donde no pueden tocar. Pero, a veces, la necesidad es tanta que algunos deben correr entre vagón y vagón, entre andén y andén para buscar un céntimo y no irse a la cama con el estómago vacío.
El profesor Vezco Zdravk luce agotado en Príncipe de Vergara.Toca el saxofón, el violín y el clarinete. Pero no es suficiente para sobrevivir en Bulgaria. «Trabajamos por amor. Es lo que aprendí y lo que me quita el hambre».
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