VIAJE AL FIN DE LA SUERTE
Diario Vasco, , 27-06-2018Hay muchas personas, no todas, por desgracia, que por fortuna se angustian ante el drama que se está viviendo en el Mediterráneo y sus costas. No es de seres humanos volver la espalda a otros semejantes que están en peligro simplemente porque intentan encontrar un mejor medio de vida. Soy hijo, nieto, sobrino y primo de emigrantes que muchos años atrás hicieron lo mismo en el Atlántico. Entiendo a los que huyen de la violencia y la miseria y me gustaría poder ayudarlos.
Pero también comprendo a quienes desde su responsabilidad se enfrentan con la dificultad, por no decir imposibilidad, de atender a los deseos y necesidades de tantos como se arriesgan a desafiar la suerte. Mírese como se mire, los países ribereños Grecia, Chipre, Malta, Italia, Francia y España no pueden brindarles ni la acogida que sería de desear ni mucho menos acomodo y forma de vida a los que llegan. La situación es grave y muy difícil para los gobiernos que buscan soluciones.
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Son muchos los obstáculos que surgen en esa búsqueda. El primero, la negativa con tintes xenófobos y de un desprecio a los que sufren que repugna a recibirlos o acogerlos como Hungría, Austria y ahora Italia, y fuera del continente europeo los Estados Unidos de Trump. Es una actitud insolidaria no sólo contra los migrantes sino también con los demás países cuya situación geográfica obliga a afrontar el problema en solitario.
La emigración dentro del planeta es algo tan antiguo como el propio hombre e imprescindible muchas veces para el desarrollo de los pueblos necesitados de mano de obra. El problema es el caos en que este proceso de trasvase de personas entre continentes se realice en medio de un profundo desorden y a costa de muchas vidas; más pérdidas de vidas que en las guerras que a menudo nos estremecen. Hay abundantes razones por las que muchos quieren emigrar y países que quieren y precisan inmigrantes. Lo peor, lo que convierte en sangriento este proceso, es en primer lugar la intervención de quienes quieren aprovecharse de las necesidades de unos y el sentido humanitario de otros para ganar dinero. Son las mafias que están detrás de esta avalancha irresponsable de personas sin que les preocupe que juegan con sus vidas.
Incluso con la buena voluntad y los mejores sentimientos de quienes, impulsados por su conciencia y sentimiento particularmente las ONG participan en las labores de salvamento de los que criminalmente han sido embarcados hacia el peligro. Las mafias empiezan por recurrir a señuelos para esquilmar a los migrantes y luego aprovecharse de los sentimientos humanitarios ajenos para que eviten lo peor y les proporcionen argumentos para seguir operando su nauseabundo negocio.
Estos días los principales líderes europeos están enfrascados en encontrar soluciones. Y la primera, no la única, debería ser la de desenmascarar ese comercio humano: acabar con las mafias y explicar a sus futuras víctimas con campañas de información de los engaños, riesgos y fracasos a que están expuestos.
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