La gran mudanza a Atenas

Miles de refugiados varados en Grecia, hartos de los campos y las islas, se están trasladando a la capital. El Ayuntamiento avisa de que no tiene medios para integrarlos y advierte de la tensión social que se vive

El País, NACHO CARRETERO, 08-05-2018

Tres meses fue lo que aguantó Ahmed Alwakkil en el campo de refugiados de Moria, en la isla griega de Lesbos. “Aquello está mal. Está desbordado, la gente de la isla no nos quiere allí, no hay oportunidad de hacer nada…”, cuenta Ahmed, nacido en Damasco, 20 años. Lo hace en un viejo sofá de un apartamento de Atenas que comparte con otros jóvenes refugiados.

De la capital siria huyó hace dos años para evitar ser reclutado. Formó parte de la gran oleada de refugiados que zarparon en endebles embarcaciones desde Turquía. Su idea, como la de casi todos aquellos que escapaban, era utilizar Grecia como punto de salida a Alemania o Reino Unido. Pero el cierre de fronteras quebró sus planes. “Me he quedado atascado aquí, en Grecia”, dice. Después se queda pensando, se acaricia la cuidada barba que luce. “A veces paras y piensas: ¿Cómo me ha pasado esto? Yo tenía mi trabajo en Damasco, vivía feliz con mi familia… Hace tres años ni siquiera sabía lo que era Grecia”. Ahmed sonríe. Después se queda en silencio.

Cuando salió del campo, Ahmed se trasladó a Atenas. “Me instalé en una plaza del centro donde vivían otros refugiados. Unos voluntarios nos daban sacos de dormir y yo dedicaba el día a buscar trabajo. Pero no sabía inglés ni griego, así que no encontraba nada. Era feliz, eso sí. Cualquier cosa que fuera no estar en el campo era buena”.
Milad Ghobadi también huyó —en su caso de Irán, su país natal— y también aterrizó en un campo griego, el de Eleonas, muy cerca de Atenas. Aguantó seis meses. “Estar mucho tiempo en un campo es imposible. Caes en depresión”, explica este joven de 25 años en cuyo móvil todavía guarda sus fotos esquiando en Irán o paseando en su coche deportivo. “La gente en Europa no imagina que nosotros teníamos vidas parecidas a las suyas. Que pasamos de una vida normal a estar aquí, sin nada”.

Milad cree que en Grecia se vive una suerte de cuenta atrás. “Para mí es un hecho que todo el mundo va a irse de los campos, a buscarse la vida en Atenas. En los campos la gente no hace nada, no produce, no trabaja… Solo duermes y comes”. Opina lo mismo Ahmed: “No hay nada para nosotros allí. No te asesoran, no te ayudan a encontrar empleo… Es lógico que la gente se vaya”.

Está ocurriendo y el Gobierno griego, junto a organizaciones como la Cruz Roja —organizadora de esta visita— lo está advirtiendo: los aproximadamente 60.000 refugiados que se han quedado en Grecia (del casi millón que llegaron entre 2015 y 2016) se han hartado de los campos y han puesto su mirada en Atenas. Una ciudad todavía herida por la crisis y que, dicen sus gobernantes, no puede asumir la enorme mudanza que se les viene encima.

Atascados
El 20 de marzo de 2016 entró en vigor el acuerdo UE-Turquía por el cual se cerraba la ruta desde la costa turca a las islas griegas. En los días posteriores, como fichas de dominó que caen, las fronteras internas del viejo continente también se sellaron: Macedonia, Bulgaria y Albania cerraron los pasos a lo refugiados que querían continuar su trayecto rumbo a, sobre todo, Alemania. Miles de ellos se quedaron varados en Grecia.

Los 70 campos que Cruz Roja gestionaba en el país se atestaron. Ya no eran lugares de tránsito, los refugiados se vieron obligados a asumir que, de forma indefinida, aquel era su nuevo hogar. El pasado mes de marzo la gestión de los campos pasó de Cruz Roja al Gobierno griego, algo que ha enfadado —todavía más— a los migrantes. “Antes las condiciones eran buenas, teníamos atención médica constante. Ahora todo falla, estamos más abandonados”. Lo dice Ahmad Al Rashid, kurdo de 34 años que, desde hace dos años, vive en el campo de Ritsona, a unos 60 kilómetros de Atenas.

Ahmad y su familia sirven té en el contenedor industrial que han convertido en su hogar. Conviven con otras 700 personas en un lugar sin nada alrededor: a Ritsona se llega después de abandonar la autopista y atravesar un camino escoltado por viejas fábricas y un cementerio de neumáticos.
fobia.

“En Atenas estamos viviendo una calma tensa. Un incidente con inmigrantes podría cambiar todo en un momento” dice Lefteris Papagiannakis, vicealcalde para Asuntos de Migración de Atenas. “Tendríamos un problema gravísimo. Y no quiero imaginar lo que pasaría si tuviese lugar un atentado como el de Barcelona”.

Grecia insiste en recordar que son un país de tránsito, que no pueden absorber la nueva y gran llegada. Que no son capaces de lograr que Atenas integre a miles de nuevos vecinos. Que necesitan ayuda. De momento, la UE parece no escuchar.

SE ESPERA UNA NUEVA Y MASIVA LLEGADA POR EL NORTE DE GRECIA
Tal vez lo más preocupante de este imprevisible equilibrio en el que se mueve Grecia es que los refugiados siguen llegando, a pesar de que en el imaginario popular el asunto parece pasado. Desde las islas arribaron el pasado mes de marzo 2.400 personas, un 60% más que el mismo mes del año pasado. Y se espera un aumento en verano.

El punto más relevante, sin embargo, está en la frontera norte greco-turca. El río Evros delimita un paso que no ha sido incluido en el acuerdo UE-Turquía, por lo que cientos de refugiados, desde hace semanas, están cruzando un lugar en el que ni siquiera hay un puesto de control. “No tenemos protocolo establecido para el norte, así de claro”, admite Maria Daniella Marouda, vicepresidenta de Cruz Roja Grecia. “Se viene un problema importante en esa zona. Un problema para toda Europa”.

El ministro griego de Migración, Dimitris Vitsas, expresó públicamente hace unos días que la situación en el norte “es muy preocupante” y que espera la llegada de “miles de refugiados en los próximos meses”. Solo el pasado marzo, según Cruz Roja, entraron por este paso 1.480 personas, siete veces más que el pasado año.

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