Sin bajar la mirada
La Vanguardia, 16-04-2006Miró a la cámara intentando buscar ayuda en el fondo del objetivo, un artilugio inhóspito que para Fernando parecía el espejo mismo de su desconcierto. Se trata de Fernando Ujiguilete, el portugués de origen guineano al que hace ocho días en Castellar del Vallès dos, tres o cuatro individuos le marcaron a golpes en su cuerpo la tarjeta de visita de la barbarie. La imagen de la víctima en la fotografía de Jaume Mercader, su rostro abatido, su mirada concentrada en el único ojo sano que le quedó tras la trifulca, nos mostró a todos el largo y tortuoso camino que queda por cubrir para evitar que la xenofobia se instale no ya en la mente de los salvajes que apalearon a Fernando, sino en la de una mayoría silenciosa que no pega, pero puede dañar con su silencio.
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Manejar con criterio y tranquilidad los escabrosos designios de la convivencia entre autóctonos e inmigrantes no es precisamente una tarea fácil. Pero todos, desde el más influyente de los políticos hasta el menos notorio de los ciudadanos, deberíamos aportar el mayor grado de nuestra cordura para atajar a tiempo situaciones de desequilibrio que alimentan actuaciones tan bochornosas como la vivida en Castellar del Vallès.
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Para ello, para evitar que otros Fernandos sufran vejaciones físicas o morales por el color de su piel, es imprescindible que la sociedad sea implacable con el cumplimiento del deber, esa línea fina que separa el respeto de la ofensa primero y el salvajismo después. Por ejemplo, parece bastante necesario que la justicia, o la ley que aplican los jueces, permita responder con mayor dureza a este tipo de actitudes. Quienes golpearon a Fernando fueron puestos en libertad en un plis – plas, y sin castigo no hay ejemplo, y sin ejemplo hay barra libre para que cada cual modele las normas de conducta según su libre albedrío.
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Castellar, como otras localidades de Catalunya, vive momentos de tensión, de miedo flotante en las calles, y nuestra sociedad no tiene nunca que verse obligada a bajar la mirada, ni por la acción de cuatro chulos de baja estofa ni tampoco porque algún colectivo inmigrante quiera vivir de la sopa boba simplemente por ser inmigrante. La receta tiene dos ingredientes: respeto y justicia, precisamente lo que parecía reivindicar el rostro de Ujiguilete, un hombre hecho y derecho que llegó a Castellar a ganarse el pan trabajando y que todavía no acierta a entender por qué ha tenido que acabar en un hospital.
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