Margarita, nombre de flor en cuerpo de rebelde
No pudo estudiar una carrera. Pero se licenció en luchar para cambiar el mundo. Y logró mejorarlo un poco
La Voz de Galicia, , 08-03-2018Tiene 78 años, unas arrugas bellísimas en la cara, tres hijos, nueve nietos y siete bisnietos. Se llama Margarita Feijoo Lino y se nota enseguida que es feliz. Pero la herida, su herida vital, de la que no culpa expresamente a nadie, sino al tiempo que le tocó vivir, aún le escuece un poco. Era joven, huérfana de madre y quería ser enfermera o incluso médica. Quería estudiar una carrera como estudió su hermano. Pero su padre, progresista en otras muchas cosas, médico y humanista, no lo vio bien. «Tampoco fue una prohibición como tal, yo creo que lo que quería era que fuese feliz y para él su concepto de felicidad pasaba por que yo hiciese cosas que hacían muchas mujeres entonces, es decir, llevar la casa, coser y ese tipo de cosas. Pero no marcharme a ningún lado lejos de él a estudiar, eso no le cogía en la cabeza», dice Margarita. Pero había demasiada energía y valentía dentro de Margarita como para ajustarse a los moldes de la época y punto. Fue y es esposa, madre y mujer de su tiempo. Pero a la par fue otras muchas cosas. Fue y es rebelde con causa. O causas. Entre otras cosas, luchó para mejorar las condiciones de vida del colectivo gitano y fue concejala en el PSOE, un partido que hoy la homenajea.
Margarita se quedó sin una madre que era «la alegría de la huerta» a los doce años. Dice que no fue fácil asumir su pérdida. Se casó muy joven con un hombre que todavía era estudiante de Medicina. Asegura que le empujó sobremanera para acabar la carrera: «No es por nada, pero las mejores notas las sacó cuando aparecí yo. Mira que le insistí para que estudiase», cuenta. Margarita siempre sintió la necesidad de hacer cosas por los demás. Y que fue así como dio con la lucha del colectivo gitano. «Tenía ahijados gitanos a los que había ayudado y sentí que había muchas cosas que hacer para mejorar sus condiciones de vida». Fue fundadora de la Asociación de Ayuda a los Gitanos y, sobre todo, trabajó codo a codo con ellos. Se emociona al hablar de las clases de alfabetización, de los cursos para que pudiesen sacar el carné, de la complicidad con las maestras de la escuela unitaria de O Vao para que bañasen en el colegio a los niños o les diesen un Cola-Cao si llegaban sin desayunar. Recuerda bien la tristeza de aquella noche en la que se plantó en O Vao porque un temporal había hecho de las suyas en las chabolas. O la impotencia del día en el que intentó que una mujer gitana preparase el examen de conducir y vino su padre a ponerle las cosas claras: «Casi me quiso pegar, el machismo era total entre ellos… pero entre nosotros también, que quede claro», dice Margarita con sonrisa. Luego cuenta que no fue fácil ni en casa ni en la calle que entendiesen que «una mujer pontevedresa de toda la vida, PTV que se dice ahora, anduviese metida en esos jaleos. Lo que pasa es que a mí siempre me importó muy poco lo que dijesen unos y otros». Incluso le suelta alguna que otra pulla a su marido: «Dice que siempre fue feminista… pero que no lo diga tan alto, que machista fue él, fueron todos e incluso fuimos las mujeres sin ser conscientes de ello».
El viaje de las ilusiones
Dice que a veces le llegaban alimentos para repartir y que no tenía otro lugar mejor donde guardarlos que en el pasillo de su vivienda, aunque ello supusiese poner en revolución a toda la familia. Cuenta también que vio reflejada su lucha en lo que decía y hacía aquel rapaz de chaqueta de pana que un día se convirtió en el presidente Felipe aclara que el que le gustaba era el Felipe de entonces, no el de ahora. Y que en 1983 se marchó a Madrid para participar en Ferraz en unas jornadas del PSOE sobre política social y los problemas del colectivo gitano. Volvió encantada: «Vine llena de ideas, de ilusión, de energía y de ganas de hacer cosas… y muy contenta con lo que proponían los socialistas» . Tanto es así que se hizo militante y un buen día incluso se animó a ir en las listas del partido. Fue de número cinco y ni se le pasó por la cabeza que acabaría siendo concejala. Pero lo fue. «Nunca pensábamos que entonces sacaríamos cinco concejales, y yo iba de quinta, la verdad es que no tenía ni idea de política municipal pero me encantó estar ahí, ver cómo se hacían las cosas en la política», cuenta. Cuatro años después dio un paso atrás y no se volvió a presentar. Pero hizo prender la llama socialista en toda su familia y sigue militando. Hoy su partido le reconocerá su labor. Ella, aunque agradecida, le quita importancia. Dice que aún queda mucho por hacer. Por eso hoy, además de dejarse querer, tiene previsto protestar, sumarse a la revolución feminista en marcha.
«Sí, debo parecerme a Pilar Bardem, que hasta me piden fotos»
A Margarita solamente hace falta decirle creo que te pareces a… para que ella sola termine la frase. «Ya sé lo que me vas a decir. Sí, lo reconozco, debo parecerme a Pilar Bardem, que hasta me piden fotografías. Hubo unos que llegaron a hacérselas, aunque les insistí en que yo no era famosa», cuenta entre sonrisas. Coincidencias de la vida, hubo una época en la que ella se metió a actriz de teatro. Recuerda que participó en Os vellos non deben de namorarse. «Fue bonito aquello, ir por el rural representando la obra», dice.
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