ARTÍCULO // EL PUNTO DE VISTA

¿DÓNDE ESTÁ LA BARCELONA SUCIA?

El Periodico, 12-04-2006

Cierto: la inmigración se está convirtiendo en uno de los problemas ciudadanos más acuciantes, y angustiosos. Genera conflictos de todo tipo: sociales, educativos, humanitarios, convivenciales… Pero a río revuelto, ganancia de pescadores. Y hete ahí que hay quienes se benefician sustanciosamente de esta situación que tanto dolor, pobreza, y humillación provoca en quienes la padecen, los individuos que – – al contrario de lo que cree buena parte de la población – – llegan a los países llamados civilizados para intentar alcanzar una vida mejor. Una vida mejor que, al fin y al cabo – – ¡qué miseria! – – , consiste simplemente en comer.
Entre esos países llamados civilizados figura – – ¡qué cosas! – – el nuestro. Pero en este país nuestro tan civilizado, en esta ciudad nuestra tan moderna, tan arquitectónicamente fotografiada, tan diseñadoramente difundida en todo el mundo, ocurren fenómenos de extorsión propios de épocas casi medievales en las que imperaban la crueldad y la explotación más salvajes. En esta ciudad cuyas autoridades se llenan la boca, y las urnas, hablando de multiculturalidad, de mezcla de etnias, de convivencia de culturas y religiones distintas, hay ciudadanos que presumen de no bajar más allá de la plaza de Catalunya, de no pisar Ciutat Vella ni el Raval, e incluso hay taxistas que arrugan el morro cuando se les pide que te dejen en la parte baja de la ciudad: “No es por racismo, que conste; pero, la gentuza que vive por allí no va en taxi, y, cuando la deje a usted, ¿quién me coge?” Bien, mal menor comparado con otros problemas graves. Por ejemplo: la vivienda.

EN CIUTAT VELLA y en el Raval la cuestión de la vivienda clama al cielo. Por una parte, el mobbing inmobiliario, es decir, las inhumanas presiones de las inmobiliarias para que gentes que viven desde hace años a precio de renta antigua en casas más bien deterioradas que, también desde hace años, no se les permite reparar decentemente, acaben por abandonarlas, hartas de soportar vilezas sin fin, como, por ejemplo, encontrar cadáveres de perros en descomposición en la puerta, soportar cortes de luz o de agua pese a haber pagado las facturas del consumo, abrir el portal de la casa y tener que esperar un hora para entrar debido al hedor que les recibe porque alguien ha regado la portería con líquidos pestilentes o les ha regalado con un buen plantel de basuras putrefactas, etcétera.
Generalmente, y como cabe suponer, son jubilados, ancianos o personas sin muchos posibles económicos quienes viven en esos habitáculos que, a fuerza de impedir sus periódicas reparaciones, se han convertido en infrahumanos. De lo contrario, de contar con ingresos que les permitieran trasladarse, no se resignarían a vivir a oscuras, sin agua, con basuras en la entrada o con gatos muertos, sanguinolentos en la puerta, con vigas y techos cayéndoles encima y cubos recibiendo el agua de la lluvia. Jubilados algunos, ancianos sin jubilación otros; enfermos sin recursos; parejas de nonagenarios, inmovilizado uno por dolencias propias de la edad, arrastrándose el otro por el barrio haciendo míseras compras de alimentos, sin ayuda social. Son a esas personas a las que se les hace la vida – – es un decir – – imposible para que abandonen sus casas – – es otro decir – – y se vayan, ¿a dónde? A la calle, a la puta calle. ¿Dónde si no van a ir?
¿Y qué hacen después las inmobiliarias?, ¿qué hacen cuando ya han conseguido echar a la calle a esa parte de la ciudadanía a la que nadie defiende? Hacen, han hecho y siguen haciendo, pisitos nuevos. Como los de la rambla del Raval, que compran buena parte de la gente adinerada de la ciudad, esa gente a la que oímos decir: “No bajo de la plaza de Catalunya”. Compran esos pisitos y los alquilan, claro. Generalmente, los alquilan a algún inmigrante con papeles, en situación legal, que se encarga de llenarles la casa, el pisito. Se encarga de llenárselo a tope. Con decenas de personas. Con una familia entera por habitación. Son, claro, familias de inmigrantes sin papeles, que no pueden protestar ni por las condiciones en las que viven, ni por los abusivos precios que les cobran. Porque el señor, o la señora, que “no baja de la plaza de Catalunya”, saca, por lo menos, 3.000 euros al mes (a los que hay que restar la pequeña comisión que le da al inmigrante con papeles que hace de tapadera), y en dinerillo negro.

HACE POCO supe de un profesor que, enterado de que un chiquillo de su colegio estaba enfermo, fue a visitar al alumno y se lo encontró por la calle, a media tarde, ardiendo de fiebre. El chico le explicó que su familia “sólo tenía derecho” a ocupar la habitación por la mañana; por la tarde, “le tocaba” a otra familia.
Hay que limpiar el Raval, por supuesto. Pero, ¿de qué?, ¿de quiénes? ¿Por qué no se empieza por las cuentas de quienes “no bajan de la plaza de Catalunya”? ¿Dónde está la Barcelona limpia y la Barcelona sucia?

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