Tanto la Unión Europea como Canadá se vanaglorian de autoproclamarse como democracias occidentales. No obstante, en torno a la emigración y refugiados, los canadienses han acogido, los dos últimos años, a cerca de 300.000 migrantes desplazados (todos ellos conservan allí sus derechos ciudadanos). Son, básicamente, sirios y eritreos, distribuidos en campos de Jordania, Libia, etc. Por el contrario, una avalancha de pateras con personal mayoritariamente africano se dirige hacia tierras europeas y el Mediterráneo, siguiendo diversas rutas. El Estado español se comprometió a dar salida a 160.000 migrantes de un total de 2,2 millones en Europa y solo ha cumplido con 13.500. La política inmigratoria apenas funciona y cuando la hace se debe a la empatía de voluntarios, oenegés, etc.