Proyecto español ofrece en Atenas cobijo a jóvenes refugiados no acompañados
El Periodico, , 03-02-2018Dos meses más tarde se los volvió a encontrar. En peores condiciones. Sin techo bajo el que cobijarse y deambulando sin rumbo por la inhóspita plaza Victoria. Eran los mismos chavales que había asistido en el campo de El Pireo antes de que se desalojara en mayo de 2016.
Este fue el detonante para que Natalia Pelaez, la médica que acudió a la llamada de emergencia humanitaria por la crisis de los refugiados en Grecia, recapacitase su concepción sobre el voluntariado y renunciase a volver a casa, al menos a corto plazo.
Año y medio después sigue en Grecia, donde hay un total de 3.350 menores no acompañados, de los cuales 2.290 están en lista de espera para obtener un refugio, según los últimos datos proporcionados por el Centro Nacional griego para la Solidaridad Social (EKKA).
El patrón común de estos adolescentes es que han huido de sus países de origen en solitud, con patologías médicas y depresiones profundas, lo que les convierte en un colectivo especialmente vulnerable `para las redes de la droga y la prostitución.
En este panorama irrumpe “Alternativa habitacional”, el proyecto Holes in the Borders de la asociación española que engendró Natalia con un grupo de voluntarias junto con Acció Solidária Mediterránia, otra agrupación formada por voluntarios catalanes.
“Alternativa habitacional” acoge a jóvenes varones, comprendidos entre los 18 y 25 años, no acompañados y sin techo.
Natalia, como artífice, y Leila, una intérprete árabe, alquilaron un piso por 200 euros mensuales en el barrio ateniense de Kypseli. En la vivienda hay cabida para diez chicos y un voluntario, encargado de velar por la convivencia.
Ahora el encargado de esta labor es Guillermo Madruga, un cocinero que se unió al proyecto tras haber realizado ya previas colaboraciones. “Es importante la presencia de una figura masculina para que tengan un reflejo paterno”, cuenta a Efe.
La tutorización personal, filosofía de Holes in the Borders, la complementan Yolanda y Alba, dos activistas que guían y asesoran a los chavales en sus necesidades burocráticas, jurídicas o sanitarias.
Anteriormente ya habían pasado épocas viviendo en el edificio, pero ambas decidieron abandonarlo debido al desgaste emocional y físico.
En el domicilio cohabitan chicos de Afganistán, Palestina, Siria, Irak, Nigeria, Bali y Sudan. A pesar de las variopintas nacionalidades, Guillermo asegura que “se llevan bien entre ellos y los problemas que puedan haber son de convivencia, no de racismo”.
Todos ellos saben que en las habitaciones está prohibida la entrada de drogas o alcohol y que deben regresar al piso antes de la una de la madrugada.
“No queremos ninis en nuestra casa, por eso a los chavales les obligamos a sacarse un título de inglés o griego si quieren quedarse”, asegura Natalia.
Inculcar una disciplina en jóvenes que han tenido una anómala adolescencia no es sencillo, pero de momento han conseguido que la mitad estén ya trabajando, aunque sea de manera irregular al no tener el estatus de asilado.
Esto conlleva que corran el riesgo de ser explotados laboralmente, como es el caso de un chico de Sudán que no ha querido revelar su identidad, que estuvo trabajando durante un mes en una cafetería por 150 euros hasta que, según él, le despidieron de forma improcedente.
Algo más de fortuna sí tuvo respecto a sus amigos que viven en la Plaza Amerikís, ya que su hermano mayor ahora en Inglaterra conocía a Natalia y ésta le abrió las puertas de la casa tras haber dormido a la intemperie “sólo” tres días.
“No me gusta Atenas porque no hay trabajo. Mi objetivo es aprender inglés para ir a Inglaterra, pero para ello también necesito ganar dinero”, explica.
A pesar de los esfuerzos de los activistas para garantizar su protección en el futuro, el joven de 18 años deja entrever que, ante la falta de oportunidades laborales, no le quedará más remedio que abocarse a las mafias para viajar a Inglaterra y juntarse con su hermano.
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