Viva la vida / Alcorcón. Una de las zonas de marcha más polémicas de la Comunidad de Madrid resiste entre fuertes medidas de seguridad para evitar incidentes. La inauguración de bares dedicados a los grupos de inmigrantes ha reactivado a Costa Polvoranca, que ahora intenta limpiar su mala fama con locales más cuidados y variedad de música. Copas, baile, pistas amplias, 'ligoteo' y restaurantes abiertos hasta altas horas de la madrugada.
Pasión de Polígono
El Mundo, 07-04-2006Que por qué vengo al Polígono?, Puessss… porque aquí se pilla fácil», dice Pitu, sentado sobre su scooter. Su pilla se refiere a ligar, aclara mientras echa una mirada a cuatro chicas que pasan delante de él. «Mira eso, mira eso», le dice a su compañero de andanzas. Ambos suben desde Móstoles cada fin de semana a Costa Polvoranca, zona histórica, polémica, colorista siempre, peligrosa a veces, que recobra fuerza en la noche del sur madrileño. Estas calles industriales convertidas en plaza de ocio hace ya más de una década siguen ofreciendo una opción distinta de copeo lejos del centro de la capital. Exactamente a 12 kilómetros, 15 minutos por la carretera de Extremadura.
El Polígono de Alcorcón pervive con salud, a pesar de todo. Los dos asesinatos que carga en su historial (1995 y 2002) golpearon un lugar periférico, marcado con una cruz eterna por la Policía. En la época gloriosa, mediados de los 90, los más de 70 locales abiertos aquí eran un foco de problemas constantes. Reventó un par de veces por el costado de la violencia, para respirar de nuevo, aunque con matices distintos. La inmigración ha reactivado el negocio, con bares dedicados en exclusiva a clientela suramericana o africana. La mezcla deja dinero y problemas, pero la convivencia se mantiene sin excesivas aristas en los últimos tiempos. Aquí cada uno va a lo suyo. «Hay peleas, pero la seguridad privada ha reducido el número de incidentes», dice David, gerente del Risk, uno de los locales de moda en el Polígono.
Hace un año, los hosteleros de la zona se unieron para formar patrullas de seguridad en las calles en coordinación con la Policía Municipal. «Lo pagamos entre 15 garitos nacionales, porque ellos no han querido participar», recuerda un empresario. Ellos son los bares de inmigrantes, con mayores fricciones legales por culpa de las denuncias tras cierres tardíos o la ausencia, a veces, de licencias adecuadas. Pero el Polígono Urtinsa, denominación oficial, aguanta.
Son las tres de la mañana, momento en que el territorio toma temperatura. La variopinta clientela asoma caminando algunos, los que proceden de Alcorcón. En coche, la mayoría. El cierre de los bares en el casco urbano atrae a las masas, que buscan prolongar la marcha hasta las seis y media, hora de cierre pactada con el Ayuntamiento del municipio. Dosis de mesura gubernamental, nada que ver con la fiesta salvaje que hace una década se podía vivir aquí hasta las 12 del mediodía.
«Vivimos en el alambre y es básico para el negocio que la mala fama no regrese. Si no, esto se acabó», dice David en la puerta del Risk. «Buenas noches, son 10 euros con copa», informa. La gente fluye por las anchas avenidas cruzadas. La mayoría llega ya caliente de botellón o copas a cubierto. Una treintena de locales, con porteros imponentes, ofertan música y alcohol de distintas calidades. El garrafón no falta, claro, como en otros sitios. La droga tampoco, si la buscas. Cosas de la noche. «Al mínimo movimiento extraño, el tío va a la calle. A los camellos no se lo ponemos fácil», explica el director del Home, coqueta sala para bailar house.
En el Polígono los bares son amplios, aprovechando las naves industriales que en su momento fueron. El estilo del gentío varía. De tiernos mayores de edad a veteranos con los 30 bien cumplidos. «Esto me gusta. No molestas a los vecinos, no te echan pronto y tienes un montón de opciones a pocos metros», cuenta Nacho, tras dedicar un par de sonrisas a una de las gogós del Risk, que parece que le mira, pero no. Ella sí atiende a conciencia a la cámara del fotógrafo. El local aspira a cierta exclusividad, elegante en la decoración y en la elección del personal. En Madrid, el recinto quizá sería un referente. Pero estamos en el Polígono.
Cuatro y media de la mañana. Hora cumbre. Colas en las puertas de casi todos los pubs. «Llevo años viniendo desde Madrid. Si no te metes con nadie, te lo puedes pasar bien. Hay movidas como en cualquier zona de marcha», opina Rober, apoyado en un coche mientras apura una botella con amigos. Un camarero sin nombre es más negativo: «Te lo digo de verdad: si fuera cliente, no pisaba por aquí ni de coña».
M2 avanza en la noche poligonera sin rasguños. Los coches ya brotan en segunda fila. Entre ellos, parejas besándose o chicas agachadas sin ganas de esperar el turno en los baños. Quien busca intimidad escapa algunas manzanas más arriba, a la oscuridad de las naves propiamente industriales, cerradas el fin de semana.
Un garito con pretensiones hawaianas no quiere periodistas. «Os vais de aquí ahora mismo, que luego sólo sale mierda sobre el Polígono», grita de mala manera el propietario. Suena reaggetón y un seguridad acompaña al periodista y al fotógrafo hasta la calle. Camino del Home se oyen voces de discusión femenina, apaciguadas pronto. Hoy, por fortuna, hay más buen rollo que acritud. Cuatro chicos piden una foto para dos chavalas con botas altas y minifalda. Ellas sonríen. Susana, ya dentro de la discoteca, reclama un posado. Rubia, fuerte escote. «Que se vean bien las tetas», reclama con mucho carmín. Salta el flash en la oscuridad y llega el beso de agradecimiento.
Uno de los dj del Home explica que la gente quiere básicamente house comercial. Sube las regletas jugando con la música. La gente baila sin hablar. Ya es tarde. Pasadas las seis, las luces aflojan y se marca la salida. Hay remolones, pero el desalojo es tranquilo. En la calle, las patrullas se preparan para uno de los puntos claves de la noche, cuando el tráfico aumenta. Los taxis cotizan al alza y el que no lo encuentra pregunta por la parada de las blasas, los autobuses que van hacia Madrid.
El estómago obliga a acudir al Piratas. Esta cervecería se ha convertido en lugar de parada obligatoria para matar el hambre de la madrugada. Con rock apretando de fondo, las planchas reparten carne de buey de primera. El bocadillo completo es la estrella de la casa. «Abrimos todos los días, y damos de comer durante toda la noche», apunta Annie. «Pon la tele que sale Alonso», le reclaman desde el otro lado de la barra. El asturiano se dispone a partir en Australia y aquí, en el Polígono, muchos apuran la velada ya desayunando, con el Renault en la pantalla. Fuera, Pitu vuela de la noche poligonera en su scooter con compañía femenina.
LOCALES DEL POLIGONO
Risk: Calle Navales, esquina Electrónica. Jueves a domingo. Buen ambiente. Home: Calle de las Industrias. Jueves a domingo. Todo música ‘house’. Malibú: Calle Navales, esquina Industrias. Jueves a domingo. ‘Pachangueo’ y amplitud. Rincón Latino: Calle de Polvoranca, esquina Electrónica. Jueves a domingo. Merengue y salsa. Piratas: Calle de Polvoranca. Abierto toda la semana. Imprescindible para cenar. Cómo llegar: Alcorcón, km. 12 de la Nacional V. Autobuses directos desde Príncipe Pío, números 511, 512, 513, 514. Metro, línea 10, parada Puerta del Sur.
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