El terror que ha enmudecido a los niños rohingya

El Periodico, EVAN SCHUURMAN. EQUIPO DE EMERGENCIAS DE SAVE THE CHILDREN EN COX'S BAZAR, BANGLADESH., 25-10-2017

Shawkat*, de nueve años, tiene un vendaje alrededor de la cabeza y una mirada vacía. Su expresión deja entrever que su mente y su cuerpo son dos mundos separados. Nunca he visto el rostro de un niño con esta expresión de vacío.

Su tío Ali, que ahora cuida de ella, a pesar de ser la undécima boca que debe alimentar, dice que rara vez habla. Hasta que llega la noche. Ahí es cuando vuelve el terror. “Empieza a llorar y a gritar a su madre. Casi no duerme y siente mucho dolor”, cuenta.

Su madre, su padre y sus tres hermanos fueron asesinados por las fuerzas militares de Myanmar. Toda su familia desapareció en unos minutos. Los soldados llegaron a su pueblo en el estado norteño de Rakhine y abrieron fuego, incendiaron las casas y empezaron a matar indiscriminadamente. En el caos de la huida, los que lograron escapar se escondieron en la selva, incluida Shawkat*. No hubo tiempo de recoger nada. Era eso o salvarse.

“Fue una brutalidad, una masacre planeada”, asegura Ali, cuyos padres también fueron asesinados. Afortunadamente, un grupo de vecinos de la aldea se encargaron de Shawkat*. Caminaron durante días, subiendo y bajando montañas y bajo la lluvia torrencial. Golpeados y magullados, consiguieron llegar al distrito Cox’s Bazar de Bangladesh, que ahora es el hogar de unos 800.000 rohingya; más de medio millón llegó en las últimas siete semanas.

Ali buscó a Shawkat* por todas partes, y finalmente se enteró de que estaba en un hospital local. En un momento de desesperación, este reencuentro estuvo lleno de una alegría rara.

La mayoría de personas se ha refugiado en los asentamientos improvisados a menos de una hora a pie del río Naf, que divide los dos países. En el otro lado, todavía pueden ver las colinas de Myanmar.

Los asentamientos en sí son un espectáculo para la vista. Las exuberantes colinas verdes han quedado ahora desnudas. El terreno ha sido transformado para dar espacio a los refugios de bambú y plástico. Cuando llueve, el suelo se convierte en una piscina de fango y de agua sucia y contaminada.

Las carreteras dentro de los campamentos son una colmena de actividad, con enormes camiones arriba y abajo llevando toneladas de ayuda. Los hombres descamisados llevan a cuestas grandes bultos de bambú mientras los niños deambulan en busca de comida, dinero o algo qué hacer. Hay paraguas por todas partes, protegiendo a las personas del fuerte sol o de las fuertes lluvias; parece como si no hubiera un punto intermedio.

Este lugar inhóspito es ahora el hogar de Shawkat*, junto con otros más de 300.000 niños rohingya recién llegados. La mayoría de ellos pasan sus días en un aturdimiento inducido por el trauma.

En las últimas semanas he entrevistado a una veintena de mujeres, hombres y niños rohingya sobre lo que sucedió en Myanmar y sobre cómo son sus vidas ahora en Bangladesh. Todos y cada uno de ellos cuentan historias similares de ataques mortales en aldeas y escapes desesperados. La angustia está en todas partes.

Las entrevistas fueron crudas y emocionales. Las mujeres lloraban ante mis ojos mientras relataban cómo mataban a sus parientes y cómo sus casas se convertían en una hoguera.

He estado en muchas crisis humanitarias en los últimos cinco años, incluidos lugares como Sudán del Sur, Irak y Afganistán. Pero nunca he visto algo como esto, donde tanta gente, especialmente niños, están tan visiblemente angustiados o traumatizados.

Lidiar con este trauma es parte de nuestra respuesta humanitaria. Organizaciones como Save the Children ya están ejecutando programas para hacer frente a este problema a través de grupos de juegos terapéuticos para los más pequeños conocidos como “espacios amigables para niños”.

Pero lo que realmente se necesita es educación. La escuela no solo es un espacio donde aprender; proporciona rutina y una sensación de normalidad. Es un lugar donde los niños pueden hacer amigos, jugar y recordar lo que es ser niño. También es una manera de protegerlos de la explotación y el abuso.

Sin embargo, en este momento más de 450.000 niños rohingya en edad escolar no van al colegio. Asegurar que los niños puedan acceder a la educación en emergencias como esta salva vidas. Nunca estuve tan seguro de esto como ahora cuando veo las caras atormentadas de tantos niños traumatizados como Shawkat*.

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