ÁFRICA

El heroísmo de un obispo español en República Centroafricana

El padre Juan José Aguirre cobija en su parroquia a 2.000 civiles musulmanes rodeados por las milicias cristianas de República Centroafricana Los grupos armados cometen masacres casa por casa con total impunidad

El Mundo, ALBERTO ROJAS, 21-08-2017

República Centroafricana no existe. Sobre el mapa tiene fronteras, un horizonte selvático, una capital y hasta cuenta con un aeropuerto internacional, pero es todo una gran ficción. En realidad, este kilómetro cero del continente es hoy un conjunto de islas rodeadas de barrios quemados, de muertos mal enterrados y de grupos armados sin patria. De existir, República Centroafricana sólo sobrevive en el corazón de algunos hombres y mujeres que, en vez de contribuir a su disolución definitiva, han decidido luchar contra su destrucción con todo en contra. Una de esas personas es el español Juan José Aguirre. El padre Aguirre es el obispo de Bangassou, una de esas islas de tierra roja y bosques tropicales donde, en los últimos meses, lo que queda del país se desangra a tiros y golpes de machete. En su misión católica, Aguirre y su obispo auxiliar, el también español Jesús Ruiz, mantienen a 2.000 civiles musulmanes a los que las milicias cristianas Antibalaka (literalmente, los que no temen a las balas del AK) hubieran exterminado de no ser por su intervención. Hoy, la parroquia donde se encuentran es un auténtico polvorín y sus anfitriones, los religiosos católicos, sus escudos humanos. Toda la zona alrededor de Bangassou está controlada por el señor de la guerra nigeriano Ali Darassa, un criminal saqueador que ha venido a llevarse los despojos de esta antigua colonia francesa. Con su milicia Seleka, de mayoría musulmana, ha ido conquistando pueblo a pueblo desde su base de Bría (donde se extraen los diamantes más grandes del mundo) hasta la frontera con el Congo, que la marca el río Ubangui. En los 12 pueblos que ha conquistado ha ido destruyendo las parroquias católicas. La mayor parte de los sacerdotes están en paradero desconocido. La única ciudad que aún no ha podido conquistar es Bangassou, controlada por las milicias cristianas Antibalaka, la mayoría de ellos niños o adolescentes armados, drogados y sin disciplina. Ante los ataques de Ali Darassa, los Antibalaka la tomaron con los habitantes musulmanes de Bangassou. 2.000 musulmanes refugiadosEl odio y la manipulación, en un país donde jamás hubo problemas entre las comunidades cristiana y musulmana, habían cocinado un ambiente explosivo que finalmente reventó el pasado 13 de mayo. Casa por casa, los Antibalaka fueron matando hombres, mujeres y niños. Más de 100. Cuando llegó a oídos del padre Aguirre, que estaba en la catedral, consiguió refugiar al resto de musulmanes en los dominios de la iglesia. En total, fueron 2.000 personas que llevan metidas allí desde entonces. “Ellos no pueden salir. Si las mujeres intentan abandonar el recinto de la catedral para recoger leña las disparan los francotiradores. Si no los hubiéramos metido allí ya los habían exterminado”, cuenta Jesús Ruiz. “Todos los días llenamos los tanques de agua, pero no tenemos más recursos para atenderles. Han quemado los bancos de madera de la iglesia para poder hacer leña y cocinar, pero no queda nada más”, asegura este religioso, que describe una situación compleja y tensa. “Los cascos azules de la Minusca (misión de paz de la ONU en el país) protegen nuestro perímetro para que los Antibalaka no entren, pero hay un problema grave: son marroquíes y egipcios y han tomado partido por los musulmanes”.

Parte del recinto de la catedral donde se refugian 2.000 musulmanes sitiados por francotiradores de las milicias cristianas. NATACHA BUHLERMSF
“Eso ha provocado un rechazo por parte del resto de la población, que los observa con desconfianza. Tampoco ayuda que cada vez que salen de patrulla por Bangassou disparen a todo lo que se mueve, sean civiles o milicianos”, dice. Además, los marroquíes han perdido ya a siete soldados en intercambios de fuego con los Antibalaka. La neutralidad se rompió hace unas semanas. Las fuerzas musulmanas Seleka tomaron Gambo, una población a unos 75 kilómetros de Bangassou. Ante la permisividad de los soldados de Naciones Unidas presentes, acabaron decapitando a 50 milicianos Antibalaka. “Algunos sacerdotes compran comida para las familias musulmanas refugiadas aquí, pero tienen que hacerlo a escondidas. Si las milicias cristianas Antibalaka ven que los religiosos estamos alimentando a los musulmanes nos matarán sin dudarlo. Ya han amenazado a nuestra enfermera. Si se le ocurre curar a alguno de ellos, los otros vendrán a por nosotros”. ¿Cómo es el día a día para los musulmanes refugiados dentro de la catedral? “La gran mayoría de ellos son muy agradecidos. Saben que les hemos salvado la vida. Una mujer acaba de tener a un niño y lo ha llamado Aguirre en honor a Juan José, pero hay un pequeño grupo de jóvenes, una minoría radicalizada de 14 o 15 que nos amenaza de muerte a diario y que están bien armados”. La población de la zona está cruzando masivamente hacia el Congo, al otro lado del río. Como no se puede oficiar la misa en la catedral de Bangassou, un campo de refugiados, el padre Aguirre ha llegado hasta a ir a territorio congoleño para celebrarla con los refugiados. Jesús Ruiz habla de las travesías al Congo para huir: “Una mujer nos pidió que la ayudáramos a cruzar el río junto a nuestros sacerdotes. Llevaba a sus cuatro hijos consigo, el más pequeño era un bebé. Los Antibalaka detectaron el bote y lo detuvieron. Obligaron a los sacerdotes a entregarles a la mujer y a sus hijos a punta de ametralladora. Les dispararon a todos, pero la mujer sobrevivió y pudieron recogerla herida de bala y en shock en la orilla del río. No respetan nada”. Las armas fluyen sin control y se da una paradoja curiosa: mientras las milicias reciben puntualmente partidas de Kalashnikovs y munición, las fuerzas armadas nacionales, entrenadas por Francia y España bajo el mando del general Fernando García Blázquez, sufren un embargo de armas. Es decir, los soldados que deberían defender a los civiles no pueden armarse, mientras que las milicias, cada una con lealtades diferentes, todas ellas asesinas, campan a sus anchas pertrechadas hasta los dientes.

El asesinato de civiles es diario y masivo. En la imagen, un hombre herido en Bangassou. NATACHA BUHLERMSF
Bangassou es sólo una muestra en miniatura de la suerte que está corriendo el resto del país. Pequeñas islas de desplazados internos, aterrados ante la posibilidad de un genocidio a cámara lenta y hacia los dos bandos, sobreviven desde 2013 en condiciones muy precarias escondidos en escuelas, iglesias y hospitales. El mejor ejemplo de lo último es Batangafo, una ciudad en el norte, también rodeada de selva, donde 15.000 personas se han refugiado en el centro que Médicos Sin Fronteras (MSF) tiene en la localidad. Su coordinador, el español Carlos Francisco, describe una situación catastrófica: “Unos perdieron sus casas en los ataques, otros tienen miedo de salir… Hemos tenido que poner letrinas para todos, conseguir agua potable, hacer vacunaciones masivas de enfermedades como el sarampión, que aquí tenemos un brote… Por desgracia no podemos movernos nosotros tampoco del hospital desde hace tres semanas. Es una situación desesperada”. Como les sucede a los sacerdotes de Bangassou, en el hospital de Batangafo también sufren amenazas de uno u otro bando a la hora de desempeñar su labor: “Tratamos de enviar un mensaje de imparcialidad. Les hacemos ver que no formamos parte del conflicto, pero nos cuesta hacernos entender”, dice Carlos Francisco. La población no es desplazada, sino redesplazada, es decir, han ido moviéndose por varias localizaciones ante el avance de la violencia. La Minusca, por su parte, lleva desde 2013 intentando pacificar la situación, pero cada vez está más lejos del objetivo. Las ciudades son esqueletos de barrios quemados, con los musulmanes cercados en las poblaciones cristianas y los cristianos en localidades con mayoría musulmana, a la espera del asalto final. Un periodista local, intérprete de este reportero hace unos años, cuenta desde Bangui: “No hay un genocidio porque no hay coordinación entre las milicias. Cada una mata por su cuenta, con alianzas entre ellas en una ciudad y declaraciones de guerra entre las mismas en otra. República Centroafricana ha desaparecido. Nunca fue gran cosa, pero ya no queda nada”.
Una guerra continua
República Centroafricana es uno de los países más pobres y subdesarrollados del mundo, aunque posee enormes recursos naturales como oro y diamantes en sus minas de Bria y Carnot. El idioma local es el sango, aunque en las escasas zonas urbanas se habla también francés, la lengua de la antigua metrópoli. En su historia ha conocido pocos momentos de estabilidad. Cada cuatro o cinco años había un golpe de Estado que cambiaba un dictador por otro, con el autodenominado “emperador Bocassa” como mejor ejemplo. En 2013 un grupo de milicias del norte del país se unieron en lo que llamaron coalición Seleka e invadieron el país con ayuda de mercenarios de Chad y Sudán. Desde entonces se desató una cruenta guerra civil con las milicias cristianas Antibalaka que ha virado hacia un conflicto religioso.

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