«Es la ley gitana: si vuelven, les matamos»

ABC, 01-04-2006


TEXTO: ISABEL RODRÍGUEZ DE LA TORRE

VALENCIA. «Sois las mujeres. Lo envenenáis «tó». La mejor, «ahorcá»», masculla sentado en una escalera un gitano viejo. Su maldición se funde con el kikiriki de los gallos con los que juegan dos pequeños en la calle y el grito lastimero de una anciana, que quiebra el silencio con un «¡ay! mis hijos, mis nietos, que me los han quitao».

Lo repite como una letanía sentada en una silla ante la vivienda de los Moreno Muñoz, conocidos como «los Kung Fu», donde la tarde antes se vivió una orgía de sangre tras la visita inesperada de varios miembros de otra familia rival, «los Maniguos».

«Donde los vean los matan»; «como vuelvan, hacemos una hoguera con ellos»; «el día que se los crucen, los liquidan». «Es la ley de los gitanos», afirma una mujer, borracha de ira mientras otra va de un lado a otro con una bolsa de plástico recaudando fondos para el funeral. El ánimo de venganzase masca en la barriada de la Alquerieta, en Alzira, donde la noche, bajo la estrecha vigilancia de la Policía, ha sido muy larga.

Los cadáveres de José Moreno, de 53 años, de sus dos hijos, Isidro, de 26, y Ramón, de 22, y de su hermano Luis, de 37, están en el Instituto de Medicina Legal de Valencia, pero un centenar de amigos y familiares («nosotros somos todos primos», dicen) les velan en su ausencia ante la puerta de la casa en la que fueron acribillados a tiros.

El hijo que niegan

La Policía, que ayer detuvo a una mujer más (ya hay cinco arrestados) mantiene que la espita saltó por «desavenencias familiares»; que una pelea el día anterior entre dos adolestecentes, Ramón, de los «Kung Fu», y Emilia, una «Manigua», por la custodia de un hija común de corta edad fue el prólogo de la reyerta. No se descarta que haya «algo más», eufemismo para evitar citar la posibilidad del ajuste de cuentas entre dos clanes rivales que compiten por controlar el mercado de la droga. Quienes ayer velaban a los muertos lo niegan: dicen que «los Kung Fu» eran «gente humilde» que «nunca tenía problemas», que se dedicaban a la chatarra y a la agricultura; cuentan que Ramón, «el Moro» era muy tímido, era tan «enlachao» que hasta sus amigos tenían que azuzarle para que le dijera algo a las chicas. Niegan que tuviera un hijo con Emilia, dicen que ella es virgen y que estaba prometida con su primo Juan. Cuentan que los dos jóvenes discutieron el día antes por el uso de una cabina, que él la apremió para que terminara pronto y que ella respondió a sus urgencias estampándole el auricular en la cabeza. Que Ramón, «el Moro», y su padre, fueron a hablar con el padre de ella, «a poner paz»; pero que el prometido de la muchacha se metió por medio y se peleó con Ramón.

Al día siguiente, a media tarde, cuando los «Kung Fu» tomaban café y el barrio mataba las horas viendo la novela que echaban en la tele, llamaron a la puerta. Eran «los Maniguas». Muchos. Diez, quince, o veinte. Muchos. Descendieron de una fugoneta y un coche, Vestían gabardinas para ocultar las armas. Algunos tenían una en cada mano. Pistolas, escopetas, cuchillos y palos. Y así recorrieron 20 metros hasta llegar a la vivienda, una modesta planta baja. «Venimos a gloria. En son de paz», dice que dijeron. «Entonces, pasad», le respondió el cabeza de familia de los Moreno Muñoz. Y entonces, «tatatatatá». Abrieron fuego.

«Son quinquis»

«Los mataron cuando estaban bebiendo café, a traición y lo pagarán», se lamenta una gitana incapaz de entender por qué los hombres, esos que guardan el luto a las puertas de las vivienda de los muertos, no hacen «justicia»; incapaz de comprender «por qué no se ponen una bata blanca» y entran en el hospital donde está «el Luca», uno de los «Maniguos», que resultó herido en el ataque al recibir un fuerte golpe en la cabeza.

El recuerdo de la Juani, la esposa de José y madre de los dos chavales fallecidos, irrumpe en las conversaciones. Se debate entre la vida y la muerte: le han extraído una bala que tenía alojada en la cabeza, pero la herida del costado es la que preocupa. Detenida el jueves, ayer quedó en libertad. A su hija de 13 años, que también estaba en casa, junto a dos primas, cuando llegaron «los Maniguos» la encañonaron y le dijeron: «no te matamos porque no queremos», añade un familiar para ilustra la «cobardía» de los presuntos agresores. «Son quinquis, mitad gitanos mitad payos». «Se las dan de predicadores de Dios, pero son matadores, asesinos», apuntan en relación a la vinculación de algunos de los miembros de los maniguas con la iglesia Evangélica. «Tienen «mu» mala «follá»», apostilla otro. Los hombres se dispersan en corrillos; y comentan, y mascullan y urden… Las mujeres se preocupan por los ritos. Sustituyen las coloridas zapatillas de los familiares directos de las víctimas por unas negras; y ellas, doloridas, se dejan hacer; cortan y reparten varios metros de tela negra para improvisar pañuelos, delantales, faldas… El funeral se celebrará previsiblemente hoy.

En la Alquerieta, en lo alto de una montaña de Alzira, las cosas han cambiado mucho en los últimos años. Los carteles de «Se vende» decoran las paredes de las casas de esta humilde barriada, que está sirviendo de refugio a numerosas familias gitanas expulsadas de otros barrios por la presión urbanística. A lo payos de la zona no le gustan lo que ven y se han ido marchando progresivamente porque el «vivir y dejar vivir» no se sobrevelleva con facilidad. Discusiones, juergas, peleas de perros, de gallos… «Son los dueños de la calle». Allí, a escasos metros de los «Kung Fu» también vivien varias familias del clan de los «Maniguas» con quienes estan emparentados. José, el padre de familia de los «Kung Fu» murió junto a sus dos hijos en la reyerta. Sobrevivió su mujer. Tienen otros seis hijos. dos mujeres y cuatro varones (uno de ellos en prisión). Todos saben que en la Alquerieta ya nada será igual. Los «Maniguas» ayer abandonaron sus casas.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)