La prostitución, ¿explotación sexualo trabajo?

Gara, 31-03-2006

Ruth Mestre, profesora de Filosofía del Derecho de la Universidad de Valencia, define como «compleja» la relación que las mujeres han tenido durante la historia con los derechos, el trabajo y la ciudadanía. Mediante la ponencia “Tráfico de mujeres para la industria del sexo”, muestra que esta relación se complica aún más cuando se trata de mujeres extranjeras. El IX Curso de Derechos Humanos celebrado en Donostia sirvió a la valenciana para requerir el reconocimiento como trabajo de la labor que desempeñan las trabajadoras del sexo porque, según asegura, la principal vía de acceso a los derechos es el trabajo.

Frente al discurso oficial, Mestre plantea que el reconocimiento de los derechos laborales y del trabajo sexual como trabajo es imprescindible para evitar el «abuso» o «explotación sexual» que sufren estas mujeres. En referencia a las extranjeras, indica que la mayoría se dedican a labores que no se consideran trabajo, como lo son las labores del hogar en general, la limpieza, el cuidado de menores, personas mayores o impedidos, y la prostitución.

En este sentido, recalca que el problema no está en la migración, sino en las respuestas que reciben por parte de la sociedad de destino: «El tipo de respuestas que estamos articulando tiene que ver con cómo hemos construido la ciudadanía; con las leyes de extranjería señalamos que alguien que, en principio, no pertenece a nuestra sociedad puede ser reconocido como sujeto de derechos si cumple con una serie de requisitos». Y el principal acceso a los derechos, según recalca, proviene de la actividad laboral, porque «si no tienes trabajo, no eres nadie. En definitiva, no tienes derechos».

Respuesta «sexuada»

Mestre opina que la respuesta de la sociedad ante la inserción de los inmigrantes viene «sexuada» en consecuencia al «sistema patriarcal que se nos ha impuesto». Explica que la sociedad crea la idea de la mujer inmigrante partiendo desde esta base, por lo que es considerada como «un sujeto especialmente frágil, subordinado y con una serie de características que, en realidad, está construyendo la Ley de extranjería». En consecuencia, la figura de la mujer se dibuja como sujeto de lo que se denomina migración de arrastre ­mujer que se traslada al destino de su pareja­, o bien como trabajadora excepcional no reconocida ­labores domésticas o cuidado­. La tercera descripción es la de «víctima del tráfico», mujeres que no han decidido ni desplazarse ni trabajar en lo que están trabajando. Según Mestre, esta última es la visión de la Ley española de Extranjería o la de la Unión Europea.

Mestre opina que, en definitiva, las extranjeras casi siempre se encargan de trabajos relacionados con el cuidado de terceras personas, que comparten tres características: han sido asignados a las mujeres, se realizan en el ámbito privado – doméstico y no se consideran realmente trabajos.

Por eso, el problema aparece cuando estas actividades consideradas íntimas se mercantilizan.Según Mestre, «se quedan en una línea poco clara entre el trabajo formal e informal, porque nuestra visión de lo que es trabajo está fuertemente marcada por la división entre lo público y lo privado».

En cuanto al trabajo sexual, detalla que en algunos estados se plantea como delito, en otros es considerado mal menor, unos cuantos reconocen la actividad ­con zonas de alterne y planteado como la relación entre dos adultos conscientes­, y, unos pocos, reconocen el derecho de las trabajadoras.

Una industria variada

La profesora de Valencia considera que el trabajo sexual es una industria atravesada por distintos ejes: «Tenemos una variedad inmensa en las industrias del sexo, desde las líneas telefónicas al trabajo de la calle, pasando por el alto standing, las bailarinas e, incluso, las empresas de lencería».

Además, explica que en ese entramado industrial las personas están posicionadas de manera distinta en referencia a la edad, el sexo, el género, y la etnia, y detalla que el «reconocimiento» de las inclinaciones sexuales de las personas está llevando a la industria a incorporar a homosexuales y transexuales. «Existe una variedad inmensa y se está dejando de hablar sólo de mujeres que son dominadas sexualmente por los hombres. Holanda viene a ser esto», asegura, porque, en opinión de Mestre, ha sido capaz de regular esta realidad.

Tanto en Holanda como en el resto del mundo, las trabajadoras del sexo exigen el reconocimiento de sus derechos y la creación de cooperativas de trabajo para regular su situación que, según asegura la ponente, en ocasiones llega a ser de indefensión total. Indica que los estados deben «reconocer que hay redes organizadas exigiendo esto en muchos países del mundo», y asegura que si los estados llegaran a reconocer el trabajo sexual como trabajo, estas mujeres tendrían derechos mediante los que poder defenderse ante la explotación sexual y los abusos que sufren.

«No paran de exigir que el trabajo sexual debe ser trabajo. No olvidemos que la principal vía de acceso a los derechos es el trabajo, y si tú dices que no es trabajo, estás diciendo que la persona en cuestión no tiene derechos. Podemos cuestionar que para tener derechos sea necesario trabajar, pero ellas sólo pueden tener derechos partiendo desde el trabajo. Esa es la visión actual», concluye. –

DONOSTIA

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