Por las calles de 'El triunfo'

El filme de Mireia Ros, con Juan Diego, Ángela Molina y Farruco, revive el barrio chino descrito por Francisco Casavella

La Vanguardia, 30-03-2006

Dentro de un mes, Mireia Ros estrenará la versión cinematográfica de El triunfo,la novela homónima publicada por Francisco Casavella en 1990. Se trata de un relato de inspiración hamletiana ambientado en el barrio chino de Barcelona. Sus protagonistas son jóvenes rumberos que sueñan con el éxito artístico y viejos delincuentes autóctonos cuya hegemonía peligra tras la llegada al barrio de agresivos magrebíes y subsaharianos.
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El Chino que recupera Mireia Ros – con la ayuda de veteranos intérpretes como Juan Diego y Ángela Molina o de debutantes como Farruco – ya no existe como tal. Desde los noventa ha experimentado un cambio tremendo. Quedan vestigios, callejuelas en las que todavía no entra el sol. Pero los derribos, el consiguiente esponjamiento de la trama urbana y la apertura de vías han transformado su geografía, mientras la llegada de una emigración multicolor transfiguraba su rostro humano.
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Le he pedido a Casavella – quien, por cierto, escribió El triunfo en el antipódico barrio de Pedralbes, mientras hacía la mili – que me acompañe en un paseo por lo que queda de aquel territorio mítico; por un dédalo que sedujo a autores con aura de malditos como Genet o Mandiargues, y que el escritor barcelonés descubrió de modo más prosaico: siendo niño, cuando lo atravesaba en compañía de su padre, procedente del domicilio familiar, en la calle del marqués de Campo Sagrado, y camino del Centro Gallego, sito en la Rambla. “Poco después, siendo un adolescente, lo exploré a mi aire – dice Casavella – . Al salir de los Escolapios, sentíamos la atracción de lo prohibido y nos aventurábamos por el Chino. Íbamos a ver las putas, claro. Pero, de paso, descubríamos tugurios; pasábamos ante el Kentucky, el Texas o el New York, así bautizados para que los marinos de la VI Flota se sintieran como en casa; o nos metíamos en uno llamado El Aaiún, feudo exclusivo de la colonia negra, del que fuimos amablemente invitados a salir…”
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El recorrido con Casavella empieza en Campo Sagrado, donde todavía vive, al lado de lo que fueron los Estudios Iquino. ( “Yo solía ver en el bar de la esquina – recuerda Casavella – a tipos vestidos de cowboy,echando un vistazo al reloj y exclamando: ´¡Me tengo que ir corriendo! ¡Me matan en la próxima escena!´.”) Y prosigue por la calle Reina Amalia en dirección hacia Sant Pau. “Hace veinte años esto era un territorio muy duro, campaban las bandas, se formaban broncas a menudo. Ahora, desde que se rodó aquí En construcción,la película de Guerín, es casi un enclave cultural”.
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Llegados a Sant Pau, Casavella se planta ante una puerta metálica e indica: “Aquí estaba el Titanic, una discoteca con clientela que no desentonaría en la serie Los Soprano.Luces rojas nada más entrar, y luego una sucesión de reservados que estimularon mi imaginación”. Más adelante, pasada la iglesia románica de Sant Pau, Casavella asegura: “Mediados los ochenta, aquí empezaba el peligro serio. El tramo entre Sant Pau y Sant Jeroni era de aúpa. En el barrio seguían viviendo los vejetes, los obreros, los emigrantes gallegos o extremeños, junto a los delincuentes tradicionales. Pero entonces se les sumaron los heroinómanos que venían a pillar agustín y los camellos que se lo vendían. Y se degradó la convivencia”.
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Dos pasos más allá se abre hoy la rambla del Raval. En esta luminosa mañana de marzo – la de anteayer – está ocupada por magrebíes, pakistaníes, filipinos, bolivianos, ecuatorianos, dominicanos, subsaharianos… También por estudiantes europeos matriculados en las universidades barcelonesas. Y por jóvenes profesionales del país que se han afincado en pisos nuevos o rehabilitados. Circulan madres con sus bebés y corretean niños jugando a la pelota. Casavella, rememorando otros tiempos, califica la imagen de “exótica”. Sin duda, el ambiente humano es ahora más variopinto. Otro tanto podría decirse del comercial: a las bodegas, colmados y peluquerías de toda la vida se agregan ahora carnicerías halal, locutorios, inmobiliarias que explotan los nuevos atractivos residenciales del lugar y mezquitas.
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Quedan aún rincones antiguos, zonas de sombras. Casavella deja la rambla del Raval y me lleva por Aurora. “El nombre de esta calle era un sarcasmo. Aquí abundaban las casas de putas terminales, los pisos laberínticos donde buscaban refugio los prófugos. Aquí estaba también, y permanece milagrosamente, el aparcamiento en el que sitúo el principio y el final de El triunfo”.Entramos en ese parking que Casavella eligió como escenario de un tiroteo, con cadáveres “boca abajo, como pollos remojados, flotando entre manchas de sangre y aceite”. Sigue siendo un recinto de lúgubre planta y entreplanta, rematado con azoteas.
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“Pero, por lo general, el paisaje ha cambiado mucho. Derribaron la finca de Hospital con Sant Jeroni donde yo ubicaba el banquete de boda de mi novela. Los descampados, peores que los del Bronx, escenario de asaltos y robos, son hoy plazas de diseño. También ha cambiado la gente – añade Casavella al pasar por Robadors – . Antes mandaban las prostitutas gallegas o andaluzas, maternales, a su manera simpáticas. Ahora, ya ves, son africanas o rusas, y algunas parece que querrían correrte a bolsazos”.
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El barrio chino de El triunfo ya no existe. Hace mucho que empezó a desaparecer. Y sigue diluyéndose día a día. Pero se resiste a expirar y, de un modo u otro, sigue vivo. Así es, en parte, gracias a libros y, ahora, películas. “Cada día – escribió Casavella al poco de publicar su novela – me prometo no hablar más del Barrio, no ir, no saber, y cada día recuerdo que al Barrio, al Barrio imaginado, el derribado, el de los espacios entre las casas, el de las calles que ya no existen, siempre se acaba por volver”.
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