Estambul derriba su club maldito
La Vanguardia, , 26-05-2017Esta vez la sacudida ha sido violenta y repentina, pero sin nocturnidad. El exclusivo club Reina de Estambul, tristemente famoso desde la pasada Nochevieja, ha sido reducido a escombros por orden municipal. Si el terrorista de entonces ensangrentó sus manteles y destripó sus otomanas, desde el lunes ya no quedan en pie ni los tabiques. La terraza más exclusiva a orillas del Bósforo –favorita de estrellas de paso como Daniel Craig o Bono– es ahora un montón de cascotes. Borrón y cuenta nueva, hasta que la brisa disperse los fantasmas de los treinta y nueve asesinados y setenta heridos por el fusil de asalto de Abdulkadir Masharipov.
Aquella medianoche poco pudo hacer la pistola del único guardia armado contra un kaláshnikov y menos aún pudieron el confeti y el champán. Varios se salvaron tras echarse al mar, mientras que otras murieron por no poder correr con tacones. Una matanza sin tregua hasta que el terrorista uzbeko agotó sus municiones, tras lo cual se restregó en la sangre de una de sus víctimas para camuflar su huida entre el caos que había creado.
Veinte semanas más tarde, con el Reina todavía clausurado, una excavadora ha derribado sin contemplaciones y en menos de una hora las partes construidas de forma ilegal. Debieron ser muchas, puesto que la fachada es lo único que se ha salvado. La decisión ha pillado por sorpresa al propietario, Mehmet Koçarslan, que en Nochevieja se encontraba en otro de sus locales –gestiona también el islote de Galatasaray, aguas arriba. Aunque el dilema de volver a ofrecer entretenimiento en un matadero reconoce que lo consumía. Pasar página no es fácil –todos los negocios de Koçarslan llevan el nombre de una de sus hijas y Reina es la menor– pero parece inevitable. Su web ya no anuncia fiestas sino que ofrece una guía de reclamación de indemnizaciones.
El Reina albergaba también el restaurante más caro de Estambul. Y despedir el año allí era despedirlo por todo lo alto. Lo cierto es que había motivos de sobra para desearlo en el dramático 2016, con la terraza del Reina a un tiro de piedra del primer Puente del Bósforo, ahora Puente de los Mártires del 15 de Julio por las víctimas de los tanques golpistas que lo tomaron. En el mismo distrito de Besiktas, dos bombas habían asesinado tres semanas antes a cuarenta y ocho personas –la mayoría policías– junto al estadio de fútbol y en el parque Macka, rodeado de hoteles de cinco estrellas. A lo que había que sumar el atentado contra la avenida Istiqlal, arteria de Estambul, o en la esplanada de Santa Sofía, su corazón. Por eso aquella noche un cartel en el Reina rezaba “Go to hell, 2016!”, sin saber que el infierno, en lugar de irse, estaba a punto de empezar para sus seiscientos clientes.
El caso es que a partir del Reina la orilla europea del Bósforo es un mundo de privilegio y panorama que se antojaba seguro. Desde las mansiones de madera de Arnavutköy hasta la riqueza nueva de Bebek o la más antigua de Tarabya (Therapia), donde Kavafis vivió en su juventud.
Estambul es una encrucijada y en el atentado del Reina se juntaron cosmopolitismos de distinto signo. Entre los asesinados había mas de quince nacionalidades, mientras que en el moderno piso de Esenyurt donde Masharipov fue capturado al cabo de quince días –tras dejar atrás barrios de inmigrantes– convivían cinco personas con cinco pasaportes distintos, incluido un kirguís.
Para detener a Masharipov se desplegó a dos mil policías que peinaron la vasta comunidad centroasiática. Pero la clave estuvo en los celos de su propia esposa –con la que vivió como yihadista en Pakistán–, a la que pretendía abandonar junto a sus dos hijos para irse a Siria con las tres concubinas de Egipto, Somalia y Mali con las que habría sido recompensado tras su faena. Se le encontraron también cerca de doscientos mil dólares, acercándolo más a un asesino a sueldo que a un fanático que se contenta con el paraíso celestial. Pese a lo cual, las confesiones del uzbeko –que por las fotos no parecen extraídas mediante masajes turcos– han seguido estrictamente lo que se espera de un buen yihadista y hasta ha aparecido su vídeo de despedida.
Ya un día después del atentado, un comunicado del Estado Islámico lo atribuía a uno de sus “soldados”, que habría “golpeado uno de los nightclubs más famosos donde los cristianos celebran su fiesta apóstata”. Algo que chirría con la realidad de que todos los muertos –también los indios o la israelí– resultaron ser musulmanes. Porque desde hace un par de años, en Estambul en general y en Ortaköy en concreto, las únicas alegrías las da el turismo de Oriente Medio.
Luego Abdulkadir Masharipov confesó –en ruso– que su primer objetivo había sido Taksim (el equivalente a la plaza Catalunya) pero que las medidas de seguridad le llevaron a sugerir un cambio a su mentor “en Raqa”, capital del Estado Islámico. Sobre la marcha habría recibido la orden de atentar en su lugar contra el diario izquierdista Cumhuriyet, por haber reproducido las viñetas danesas de Mahoma. Pero cuando Masharipov se percató de que parecía no haber nadie de guardia, solicitó otro objetivo y le ofrecieron la gran fiesta del Reina.
A día de hoy, la metrópolis turca sigue apesadumbrada y no termina de bajar la guardia, por si aquel tremendo atentado aún no hubiera mandado al infierno al 2016.
(Puede haber caducado)