TESTIGO DIRECTO / TUCSON (ARIZONA)
Los samaritanos del desierto
El Mundo, 29-03-2006Jesús Hernández Arias, 44 años, cruzó la frontera de noche y mordió el polvo en la tierra prometida: «Nos llevaban al corre corre y yo soy diabético. Llovió un poco, se me subió el azúcar y ya no sentía las piernas. Veníamos 20 en el grupo, y al principio me ayudaron, pero después no podían. Me dejaron tirado en mitad del desierto».
Lo último que recuerda Jesús es la piedra donde reposaron sus huesos antes de quedar inconsciente a pleno sol. Una mano amiga le rescató a tiempo y le llevó hasta el hospital Santa María de Tucson. Mucha gente que no conocía vino darle ánimos, aunque Jesús se temía que en cualquier momento llegara la «migra» y le mandaran de vuelta a Campeche.
Al cabo de 10 días, por su propio pie, Jesús salió del hospital a tiempo para unirse a la vigilia por las muertes en el desierto, en el altar de El Tiradito de Tucson, donde leyó en voz alta los nombres de varios compatriotas caídos en el intento: «Alejandro Pérez Contreras, ¡presente! José Luis Hernández Rodríguez, ¡presente!…».
El año pasado encontraron 207 cadáveres, aunque calculan que ha habido fácilmente más de 5.000 muertes en los últimos 10 años, cuando las autoridades norteamericanas fortificaron los pasos fronterizos de Douglas y Nogales y forzaron a los inmigrantes a aventurarse en el desierto de Arizona.
«No podíamos dejar a la gente morir como alimañas», recuerda María Ochoa, 57 años, hija de una mexicana que se mojó la espalda en Río Grande. «Los que nacimos a este lado, tenemos un deber moral con los mexicanos. Pero ante todo somos humanos, y no podemos quedarnos cruzados de brazos ante tanta tragedia».
María Ochoa trabaja en la Oficina de Empleo local y casi todo el tiempo libre lo dedica a su labor de samaritana. Empezó como voluntaria en Humane Borders (Fronteras Humanas), llevando agua a las 70 estaciones jalonadas por el desierto «para evitar que los indocumentados mueran de sed». Pero quería hacer algo más por ellos, y decidió colaborar con Los Samaritanos y No Más Muertes, y trabajar como voluntaria en el campamento de Arivaca, patrullando para socorrer a los que logran dar el salto.
«Llevamos los coches cargados con mucho líquido y con hielos y sábanas, para envolverles bien y que les baje la temperatura si nos los encontramos tirados en el desierto», explica María, que recuerda entre lágrimas la historia de dos hermanas, rescatadas al borde de la muerte: «A una de ellas, en el hospital no lograban que le bajara la temperatura y murió».
A la caza de «ilegales»
Los samaritanos como María actúan en la frontera deslizante de la ley, bajo el revoloteo incesante de los helicópteros de la Patrulla de Fronteras, la asistencia cada vez visible de la Guardia Nacional y la sombra amenazante de los minutemen» (vigilantes), los rancheros que recorren la frontera a la caza de ilegales.
Los encontronazos entre unos y otros son cada vez más frecuentes, ahora que Los Samaritanos y No Más Muertes – surgidos hace apenas cinco años – han ganado en presencia a lo largo de la frontera.La Border Patrol asegura que no actúa contra ellos a menos que «oculten o den cobijo a un extranjero ilegal», pero los voluntarios afirman que los hostigamientos son cada vez más frecuentes.
La temporada caliente empieza el 1 de abril: los patrulleros, los samaritanos y los vigilantes medirán sus fuerzas en el emblemático Tres Puntos, el lugar desde donde se lanza la ofensiva contra la inmigración ilegal (515.000 arrestos a lo largo de 2005).
Al otro lado de la frontera, la lanzadera está en Altar, Sonora, donde todos los días parte una oleada de más de 1.000 inmigrantes rumbo al norte. Jesús Hernández Arias asegura que pagó 100 dólares por unirse a la cola de su grupo de 20 (la tarifa oficial del coyote no suele bajar de los 1.000 dólares). «Pasamos por Nogales y no tuvimos muchos problemas», recuerda. «No más que luego empezó a llover, y yo ya me quedé».
Otro que se quedó rezagado fue detenido y deportado sin más.Jesús no acaba de creerse el cómo y por qué de su milagro: «No se sabe bien si me encontró la policía o quién; el caso es que no fueron los patrulleros. Sólo sé que cuando me desperté estaba en la cama del hospital; ahorita estoy durmiendo en una iglesia y me van a ayudar a encontrar trabajo. Yo soy agrónomo, y puedo trabajar en jardines y en invernaderos. Mi sueño es hacerme con 10.000 dólares no más, y volverme al ranchito que tengo allá en Campeche, y dar trabajo a la gente, y ahorrar algo para mi hijita de seis años, que no sabe si estoy vivo o muerto».
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