Un techo donde dormir junto a la estación de tren
Antiguos almacenes en ruinas son el lugar donde más de mil personas esperan para poder cruzar la frontera
Diario Vasco, , 09-05-2017«¿Queréis un poco?». No tienen prácticamente nada. Van con lo puesto y comen gracias a la labor que varias organizaciones realizan, pero junto a la estación de tren de Belgrado hay más de mil refugiados que no dudan en ofrecer el poco café y pan que tienen. Antes de acudir a los antiguos almacenes en ruinas situados junto a la principal estación de tren de la capital serbia, nos advierten de la dureza de lo que se ve allí.
El tiempo acompaña: sol y buena temperatura para ser invierno y estar en Europa del Este. La situación que viven estos refugiados se dio a conocer cuando gran parte del Viejo Continente sufrió en enero una ola de frío que dejó en Serbia temperaturas inferiores a los 35 Cº bajo cero. Sobra decir que no cuentan con calefacción y que la única forma de encontrar calor que tienen los refugiados es quemando todo tipo de objetos muchos de ellos generan humo tóxico y las traviesas. Los antiguos almacenes abandonados tienen los tejados de madera, con el peligro que conlleva si hay fuego cerca…
Entre edificio y edificio, en campos de tierra donde antiguamente había vías, los jóvenes, con zapatillas completamente destrozadas en muchos casos, juegan a todo tipo de deportes: voleibol, fútbol… y, sobre todo, cricket. Y lo practican rodeados de basura y un olor difícil de describir con palabras. Es tal la situación que se ven ratas.
PUBLICIDAD
inRead invented by Teads
Ahí están también dos jóvenes, él valenciano y ella asturiana, que cuentan que llevan 26 días ayudando en la zona. «Conseguimos verduras, las cocinamos y hacia las 19.30 horas las repartimos», relatan. Muestran cómo son los almacenes por dentro. No hay ni luz. Faltan las ventanas. Se ven tiendas de campaña; también restos de algunas hogueras. En un rincón se ve a un joven lavándose la cabeza con un cubo de agua no precisamente clara.
No hay mujeres y aquí se ven pocos niños y niñas, aunque los hay. «Ellos van a los campos», cuentan. Por fuera, decenas de pintadas: «Food not bombs (comida, no bombas)», se lee en alguna pared. «Open borders (abrid las fronteras)», en otras. Al salir de los almacenes se ve una larga fila de personas esperan para recoger de una camioneta un café y un bollo de pan.
En enero se registraron temperaturas inferiores a los 35 grados bajo cero; no hay calefacción
Es en ese momento cuando nos ofrecen lo poco que tienen. Saif Ullah, afgano de 21 años, cuenta que tiene «familia en Canadá y en Beirut». Él, como muchos otros que están en la estación, no busca ser acogido en un campo de refugiados porque no quiere «estar controlado. Quiero cruzar la frontera para entrar en Hungría. Lo he intentado varias veces, pero siempre me han pillado».
Con la cazadora de la Real
Nos dirigimos a una zona en la que hay varios hombres jugando a cricket. Llama la atención uno de ellos. Desde lejos se identifica una cazadora de temporadas anteriores de la Real Sociedad. Le decimos que traemos ropa del mismo club, pero no entiende inglés. Sonríe para una foto mientras esquiva alguna que otra bola y repite su nombre y su país de origen: Mohammed y Afganistán.
Cerca está Abdul, un paquistaní de 26 años, ingeniero, que habla perfectamente inglés y que dice que sueña con llegar a Francia. «Llevo dos meses y medio en la estación».
(Puede haber caducado)