«Te acostumbras a rescatar pateras, pero nunca al dolor humano»
Los guipuzcoanos Nikolas Uribarren y Jesús Lourido trabajan en Salvamento Marítimo en el Mediterráneo y en el mar de Alborán
Diario Vasco, , 01-05-2017Su misión es salvar vidas en la mar y, como los médicos que operan a corazón abierto, Nikolas Uribarren describe su trabajo con una mezcla de precisión mecánica y sentimiento por los sueños desesperados de la inmigración ilegal que ve cruzar en patera el mar de Alborán, entre Gibraltar y Almería, la zona ‘caliente’ para los rescates marítimos. En la embarcación Guardamar Polimnia, una de las 73 unidades que componen la flota de Salvamento Marítimo, manda lo inesperado. Las 24 horas, los 365 días del año. Y desde hace ya tiempo, un elevado número de emergencias son pateras, reducidas a la insignificancia en mitad de un mar no siempre pacífico, a veces entre olas de varios metros o en la oscuridad de la noche.
La tripulación que ha capitaneado hasta este mes este arrasatearra la componen ocho personas, y entre ellas hay otras manos guipuzcoanas, las de Jesús Lourido, donostiarra que vive en Lekunberri. No hay día que no tengan que socorrer una lancha, o dos – el máximo han sido tres en una misma jornada – , donde agitan sus brazos y gritan, exhaustos y a veces deshidratados, medio centenar de inmigrantes subsaharianos o magrebíes, hacinados en un espacio donde como mucho navegarían seis personas. «Al final, te acostumbras a rescatar pateras en el sentido de la maniobra técnica, pero nunca al dolor humano. Hay pateras que llegan con personas fallecidas a bordo, gente rota de dolor, desaparecidos en alta mar. Todo eso se te queda grabado», cuenta Nikolas en vísperas de volver a navegar por esas aguas de esperanza y muerte. Se pasa literalmente media vida en la mar: un mes a bordo del barco y otro mes en casa, en Aretxabaleta, junto a su mujer, Gotzone, y sus dos hijos, Eñaut y Josu, de 9 y 11 años.
«Tan duro es lo que ves como lo que no ves», porque el mar sigue cobrándose la vida de cientos de inmigrantes en su ruta hacia una vida mejor, resume Jesús con la misma templanza profesional de quien tiene que ser testigo de vidas al límite. Él deja en tierra a su mujer, Laura, y a sus dos hijas, Yanua, de 9 años, y Uxue, de 7.
El pasado sábado los dos guipuzcoanos embarcaron para todo el mes. Nikolas, recientemente destinado a Denia, se hizo marino por su especial amor al mar. Primero trabajó de arrantzale. Pasó dos años en un barco de Ondarroa en la pesca de merluza y cigala en aguas de Escocia. Hace quince años entró a formar parte del personal de Salvamento Marítimo, una entidad pública dependiente del Ministerio de Fomento que nació en los años noventa del pasado siglo para dar seguridad en la mar a cualquier tipo de imprevisto, desde barcos a la deriva, pesqueros en apuros, naufragios y desde hace ya unos cuantos años, el rescate de pateras. La lucha contra la contaminación marítima forma parte también de su misión.
Jesús, en cambio, primero huyó de la mar. De familia arrantzale – su padre, un gallego emigrado a Pasaia, tuvo barco – , no quiso «saber nada» de seguir el mismo camino y se dedicó a la hostelería. Estudió en la Escuela de Cocina de Donostia y a los 34 años cambió de rumbo. «Elegí esta opción para ganar tiempo libre. En la hostelería, el tiempo para tu familia es cero. Aquí, estoy un mes de cada dos volcado con ella. El sacrificio de estar un mes en la mar compensa», dice.
Una mujer en pleno parto
La preparación diaria es tan importante como la respuesta el mismo momento de la emergencia. Pero por entrenados que estén, «hay actuaciones que no se olvidan», reconocen estos dos profesionales. En noviembre de 2008, al poco de entrar a Salvamento, Nikolas entendió con sus propios ojos lo que significaba la crisis de los cayucos. La llegada masiva de sin papeles a las costas de Canarias desafió las políticas migratorias. Solo en 2006 arribaron a las islas hasta 31.678 inmigrantes procedentes de Mauritania y Senegal. En 2008, las cifras habían empezado a bajar. Fue entonces cuando Nikolas se ‘estrenó’. «Era una embarcación de madera, procedente de Senegal. Rescatamos a 132 inmigrantes. Me impresionó ver a tanta gente allí metida», la desesperación reflejada en un trayecto de varias millas para intentar alcanzar la tierra prometida.
El naufragio del ‘Siempre Casina’, frente a las costas asturianas, también figura en esa lista de rescates imborrables. Ocurrió el 22 de febrero de 2005, cuando Nikolas formaba parte de la tripulación de la embarcación Capella de Salvamento Marítimo, destinada en el Cantábrico. «Solo hubo un superviviente, que rescatamos. Era el hijo del patrón del barco». De los ocho desaparecidos, se consiguió recuperar seis cadáveres.
En mayo de 2014 fue noticia el rescate de una mujer embarazada que dio a luz en la patera en alta mar. La embarcación que tripulaba Nikolas había recibido el aviso desde el Centro de Coordinación de Salvamento de Almería, al que están asignados, de que un barcucho navegaba a varias millas de la isla de Alborán. Los avisos los dan barcos pesqueros, mercantes, yates, las ONGs que trabajan en el lugar de origen o las propias embarcaciones, que suelen llevar a bordo un teléfono móvil, porque las lanchas son difíciles de localizar por radar. «Cuando la encontramos, la mujer acababa de dar a luz en la patera. El bebé venía aún en la placenta y con el cordón umbilical», recuerda. «Le prestamos la asistencia y dimos alerta al centro de coordinación. Dio la circunstancia de que un navío de la Armada navegaba a pocas millas y tenía personal médico. Ellos le prestaron la primera asistencia médica y después nos dirigimos a puerto».
El «bautismo» de Jesús con el rescate de una patera fue mucho más reciente. Apenas lleva dos años destinado en el mar de Alborán. Antes estuvo en Canarias y en el Mediterráneo, pero en la ruta entre Barcelona y Valencia, donde la mayoría de intervenciones tienen que ver con averías de embarcaciones y pesqueros. «En Alborán ves cosas fuertes, aunque yo he tenido hasta ahora la suerte de que todos los inmigrantes que hemos rescatado se encontraban bien, dentro de lo que se puede esperar», refleja.
«Máxima tensión»
Las embarcaciones de Salvamento Marítimo están permanentemente alerta, «haga el tiempo que haga». Dos tripulaciones cubren los turnos, una por cada mes. El trabajo a bordo son horas de maniobras, simulacros y prácticas para perfeccionar cualquier aspecto de los rescates, muchas millas de navegación y de repente una emergencia.
Nikolas reconoce que los momentos de aproximación a una embarcación son «de máxima tensión». «Hay que imaginarse por un lado el estado de nerviosismo y miedo en que llegan estas personas. Saben que el rescate está cerca y desde su posición, prácticamente a ras de agua, nos ven como una enorme mole naranja», el distintivo color de la flota de Salvamento.
Las condiciones meteorológicas son determinantes y no siempre juegan a favor. «Si hay calma, no hay problema. Si hay mucha mar, el principal objetivo es no perjudicar a la patera, no hundirla». La maniobra se realiza siguiendo unas pautas minuciosas. Toda la actuación está protocolizada. Nikolas suele estar a los mandos de la embarcación, pero si la emergencia lo requiere, baja a cubierta, lo que suele ser excepcional. Jesús, en cambio, se encarga de registrar el rescate con una cámara de fotos. La aproximación al bote, conocida como maniobra de abarloamiento, es el momento crucial. «Una vez se echan los cabos y se sujeta la barca, lo siguiente es calmarlos. Nos comunicamos con gestos y a veces en francés». Uno a uno, primero los menores si los hay, van subiendo a cubierta donde reciben agua, mantas, algo de comida y pueden también ir al baño. «Nos dan las gracias. En la mar están asustadísimos y exhaustos, en una situación muy dura. Han podido estar 15 horas de travesía y cuando les rescatamos se sienten aliviados, porque saben que han salido de una embarcación que muy fácilmente podría convertirse en su tumba. Luego se duermen, incluso en las peores condiciones de navegación imaginables. Caen rendidos».
La misión de Salvamento concluye cuando desembarcan a todos los inmigrantes en puerto. La emisora del barco no suele tardar en volver a sonar.
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