Ongi Etorri Errefuxiatuak Bizkaia
Colaborar en familia
Dida fue la primera que viajó a Grecia para ayudar a los refugiados que habían quedado atrapados por el cierre de fronteras, un gesto que animó después a sus hijos, Ibon e Iñigo. Sus vivencias dibujan el camino de frustración y desesperación de miles de personas
Deia, , 05-02-2017Quería ir a Grecia y decirles a los refugiados: yo no te pongo esa frontera”. Dida fue la primera en dar el paso. Con muchas ganas, y también una buena dosis de indignación, llegó al Pireo el pasado mes de mayo con otras cuatro mujeres . “Era terrible. En ese momento ya habían cerrado las fronteras (de los Balcanes) y al Pireo llegaban los ferries procedentes de las islas. Esa gente se estaba quedando atrapada y cada vez eran más y más. Las condiciones eran terribles”, rememora Dida, quien aún hoy no alcanza a comprender “cómo somos tan inhumanos”. Su experiencia animó después a sus hijos, Ibon e Iñigo, que siguieron sus pasos en verano y las pasadas Navidades, respectivamente. Esta familia bilbaina ha seguido el camino de frustración y desesperación por el que han pasado los refugiados atrapados en Grecia, más de 62.000 en la actualidad.
Durante su estancia en El Pireo, Dida colaboró con un grupo de voluntarios independientes en la elaboración de comida para unas 1.500 personas. “En aquel momento acababan de cerrar las fronteras y la gente todavía no se creía del todo que no iba a poder seguir su camino”, apunta. El campamento de refugiados del Pireo fue desmantelado en aquellas fechas y sus habitantes, trasladados en autobuses a otros militarizados. “Había mucha gente que no quería ir a esos campos, porque se alejaban de Atenas, que es donde se realizan todos los trámites burocráticos sobre sus solicitudes de asilo. Es el caso de una familia que yo conocía. Toda esa gente se lanzó a la capital”, explica Dida.
Su hijo Ibon vivió ese movimiento nada más aterrizar en Grecia. “En el momento que alguien conocido toma la decisión de ir es como si se eliminaran todas las barreras preestablecidas que tienes”, reflexiona. Aunque sus planes para el verano tenían como destino Irlanda, finalmente viajó al país heleno y llegó al Pireo, al igual que su ama. “El panorama era desolador, la ocupación del campamento era de un 10% de lo que había sido en su momento, porque ya habían empezado a desalojar. A los tres días de llegar, tuvo lugar el desalojo total. Fue un momento muy duro, hubo gente que se subió a los autobuses militarizados para ir a campos más en el centro de Grecia. La alternativa era ir a espacios ocupados dentro de Atenas, los llamados squads”, explica Ibon, quien siguió al segundo grupo. Los refugiados a los que acompañaba se instalaron en un antiguo hospital que había sido ocupado recientemente.
“Vivimos el proceso desde el principio, con todos sus pros y sus contras. Vimos un espacio autogestionado en el que se sacaban las cosas adelante. Fue increíble ver cómo en una semana pasamos de tener un sitio lleno de agua a tener una despensa con comida, cocina con utensilios, etc., todo ello gracias a las pequeñas aportaciones. El movimiento era asambleario, había asambleas de residentes y luego había asambleas en las que también participaban los voluntarios y vecinos de la zona”, señala el joven bilbaino.
Movimiento okupa La proliferación de este tipo de espacios comenzó a finales de 2015 , gracias a una iniciativa ciudadana para ayudar al medio millar de personas que acampaban en el parque Pedion Tou Areos, en la capital griega, desde hacía meses. Mediante asambleas, se decidió ocupar lugares abandonados o en desuso para albergar a estos refugiados e inmigrantes , a los que más tarde se fueron sumando más. La voz corrió y, al conocerse la existencia de los squads, los solicitantes de asilo comenzaron a llegar por su cuenta. Esta experiencia ha contado desde el principio con el apoyo de vecinos, así como del movimiento anarquista del barrio de Exarcheia. “Había una simbiosis muy importante entre las dos partes”, explica Ibon.
“El Hotel City Plaza de Atenas es el referente, es increíble, un hotel en el que viven unas 400 personas y todo está muy organizado por ellos, incluso se proyectan películas”, apunta el joven bilbaino, quien destaca también la relevancia del almacén creado en el estadio olímpico Hellenikos. “Es un estadio lleno de cajas. Ver cajas que habían llegado de Eibar, Mungia, era como un soplo de aire fresco, emocionaba ver la solidaridad vasca”, rememora.
Ibon describe la experiencia vivida en Grecia como “muy intensa”. “Ellos podían organizarse perfectamente solos, pero sí veíamos que estaban muy cansados. Tenemos que entender que esta gente llegó a Grecia después de una larga travesía, en un primer momento se les colocó en el campo de refugiados del Pireo y después de tres meses se tuvo que meter en un cuarto de hospital con otras familias. A algunos se les veía muy alicaídos. Los jóvenes, no. Ellos estaban con fuerza y se movían mucho”. Parte del trabajo de los voluntarios como Ibon era organizar el material recibido por parte de ciudadanos europeos y mantener entretenidos a los niños. “Notábamos que tenían mucha falta de jugar con gente. Con ellos se hacía un trabajo importante”, explica. “Pero los más importantes eran los traductores. Eran muy conscientes de que había una necesidad importante de aprender inglés y por eso se montaron clases de inglés”, apunta.
A pesar de su implicación por acondicionar espacios dignos para vivir, los refugiados residentes en los squad seguían teniendo claro que su destino no era Grecia. Para la mayoría de ellos, su objetivo estaba intacto: seguir su camino hacia el norte de Europa. Por ello, el cierre de fronteras, cada vez más evidente, suponía un nuevo varapalo en su tortuosa travesía. “Se estaban dando cuenta de que no tenían alternativas. Que estaban allí atrapados. La respuesta que les daban era: tenéis que quedaros aquí tres años y después de ese tiempo igual lográis formalizar vuestra situación. Luego ya hablaremos de lo que viene después. Era desolador”, concluye el joven.
En septiembre de 2015 , la Unión Europea se comprometió a redistribuir a 160.00 de los refugiados con derecho a asilo que ya estaban en territorio europeo. Sin embargo, año y medio después, solo ha recolocado a 8.741. Por si fuera poco, en marzo del año pasado, Bruselas firmó el llamado “pacto de la vergüenza” con Turquía, a través del cual se ha deportado a algo más de 800 personas. Las reclamaciones de los abogados han frenado considerablemente las deportaciones, por lo que, ahora, los que llegan a Europa no pueden seguir adelante porque las fronteras están cerradas, al tiempo que sus solicitudes de asilo se han vuelto más complejas. En definitiva, están atrapados en Grecia, muchos de ellos hacinados y a la intemperie en pleno invierno.
Ibon regresó a Bilbao a mediados de agosto tras haber visto el proceso de transformación del antiguo hospital, el squad número 5. Sin embargo, esta experiencia duró apenas tres meses más. El hospital fue desalojado y sus habitantes se vieron obligados a empezar de cero una vez más.
Los barcos siguen llegando Poco después del regreso de Ibon, su ama, prejubilada desde hace un año, regresó en octubre a Grecia, esta vez a la isla de Quíos. “Entonces las sensaciones eran diferentes, ya asumían que les íbamos a dejar ahí, la gente estaba más desesperada”, sostiene Dida. “Al regresar pensaba que habrían mejorado las condiciones, pero todavía están de pena. La gente sigue escapando de la guerra, de las bombas, los barcos siguen llegando y ahora hay gente en tiendas de campaña en pleno invierno”, agrega. En Quíos continúan abiertos dos campos de refugiados: el de Vial, militarizado, aislado del pueblo en un monte y rodeado por una planta de reciclaje, y Suda, ubicado cerca de la playa.
Vial es una especie de centro de registro, que hasta hace poco era considerado un centro de detención de las personas refugiadas llegadas después del tratado de la Unión Europea con Turquía. “Es curioso que aunque ya pueden salir del campo de refugiados se ha mantenido toda esa parafernalia carcelaria, siguen estando rodeados por alambres de espino. Las vallas están agujereadas y salen por ahí, pero la imagen que da es de personas que están presas”, explica Iñigo, que viajó a Quíos el pasado diciembre.
mochila pesada y dolorosa El tercero de la familia en viajar a Grecia es el más pesimista. “Es una experiencia muy interesante, pero lo primero que sientes cuando llegas es vergüenza. Ves a un montón de gente como tú que llega con una mochila muy dura y dolorosa a sus espaldas, pero con la dignidad intacta, y desde que ponen un pie en Europa da comienzo un procedimiento a través del cual se les va quitando esa dignidad. Es un mecanismo que hace que, meses después, esas personas sigan en el mismo sitio, que se conviertan en presos sin ningún delito”, analiza Iñigo.
El joven profundiza en la dureza del proceso: “A estas personas, las continuas trabas, el trato, las entrevistas que son interrogatorios, el hacinamiento, el hecho de ser transportadas en autobuses militarizados, que haya campos militarizados, todo eso termina por quemarles en muy poco tiempo. Y, mientras, no se les da ninguna alternativa más que estar encerrados. Dos veces al día los voluntarios les dan comida, otro día se reparten zapatos, otro mantas, y unas veces los zapatos no sirven o llegan camisetas de verano en invierno. La solidaridad internacional demuestra que, como personas, tendemos a ayudar al otro, y eso es muy bonito, pero esas personas no pueden depender de la ayuda, de la buena voluntad de la gente. La solidaridad es un parche que hace mucho tiempo tenía que haber acabado”.
Ibon y Dida coinciden en que lo que hace falta es seguir ejerciendo presión sobre las autoridades. Y por ello están en Ongi Etorri Errefuxiatuak. “Cuando volví en octubre lo hice todavía con más ganas de seguir peleando”, concluye la matriarca.
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