El último muro
Levantar vallas defensivas a lo largo y ancho del planeta es en realidad una enfermedad política mucho más que una medida defensiva.
Diario de noticias de Gipuzkoa, , 29-01-2017el último muro anunciado por Donald Trump a lo largo de la frontera mexicana ni es el último que el mundo va a construir, ni ha de ser más eficiente que los erigidos a lo largo de la historia. Eso de levantar muros defensivos es en realidad una enfermedad política mucho más que una medida defensiva. Y es una enfermedad tan vieja como incurable. Porque muros – desde los de adobe y piedra hasta las empalizadas de madera – los ha edificado la humanidad desde que dejó de ser nómada. Caseríos de la Prehistoria y urbes de los albores de la Historia, hace ya 5.000 años largos, pretendían defenderse así. Ni a los unos ni a los otros esta protección les sirvió de nada en cuanto el enemigo que les atacaba era más poderoso que los amurallados.
Este querer y no poder se ha repetido a lo largo y ancho de la Tierra y los tiempos. A los chinos les resultó una defensa vana contra las hordas esteparias, al igual que a la larga no les sirvió de nada a las ciudades amuralladas de la Antigüedad y la Edad Media o – para irnos a un pasado reciente – como no le sirvió de nada a la República Democrática Alemana (RDA) del siglo pasado el muro de Berlín y la frontera minada y con dispositivos de autodisparos erigida frente a la otra Alemania.
Las hordas esteparias rodearon la muralla para seguir invadiendo China más adelante, cuando habían alcanzado la superioridad; las ciudades fueron conquistadas siempre que el poderío militar de los atacantes era mayor que el de los defensores y en el caso de la RDA – y de todo el estalinismo europeo – , los muros enjauladores se fueron al pique con todo el sistema político que trataba de compensar la debilidad estructural interna con el alarde de fuerza.
Sorprendentemente, la lista – que se puede alargar mucho más – no ha aleccionado a nadie hasta el día de hoy. Peor aún: la Europa rica y rebosante de ínfulas moralistas ha erigido y está erigiendo más vallas electrificadas, alambradas y muros que los medievales, los aqueos y los chinos. Y no lo hacen para defenderse de invasores mortíferos, sino para mantener a los famélicos del resto del mundo alejados de su (comparativamente) regalada vida.
Así, hay vallas y alambradas entre Europa y Asia (frontera greco – turca), Europa y África (Ceuta y Melilla), entre la Europa comunitaria y la otra, en Asia (la erigida por Israel frente a los palestinos) y en América existirá – si el sentido común no lo evita – la prometida por Trump. Que en parte existe ya desde hace tiempo, aunque no sea propiamente un muro sino diferentes tipos de vallas con más o menos refuerzos policiales y controles electrónicos.
Sobra decir que todas estas vallas han servido de poco o de muy poco. Que entre México y Estados Unidos ocurrirá otro tanto; lo demuestra el hecho de que los mil kilómetros ya edificados han hecho más difícil, cara y peligrosa la travesía, pero no han impedido la entrada ni de inmigrantes ni del narcotráfico. Como siempre, también allí la presión del hambre sigue empujando a los desarrapados y desesperados hacia los países de mayor nivel de vida.
La consecuencia obligada de este superficial repaso de la historia de los amurallamientos es que el último muro sigue siendo el primero: el que está en la cabeza de los dirigentes de los Estados.
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