La pesadilla de George Orwell
El presidente de EE UU cuestiona el voto popular y ordena investigar si Clinton obtuvo «entre tres y cinco millones de votos» de 'sin papeles'La primera semana de gobierno revela que Donald Trump vive en una realidad paralela
Diario Sur, , 29-01-2017Poco después de que parase la música, acabasen los bailes y se dispersara la muchedumbre del Capitolio, los estadounidenses comprobaron con horror que el 2017 de Donald Trump es el ‘1984’ de George Orwell. Esa distopia en la que el Ministerio de la Paz se encarga de la guerra; el de la Abundancia, del racionamiento; el del Amor, de la tortura; y el de la Verdad, de la propaganda. El martes la obra del novelista inglés nacido a principios del siglo pasado era número uno de ventas en Amazon, convertida en referencia para entender una realidad política que supera la ficción y retuerce las mentes racionales. Tanto, que la editorial Penguin ha optado por reeditarla con una tirada de 75.000 ejemplares. En la visionaria novela los líderes totalitarios utilizan la ‘neolengua’ para confundir y dominar el pensamiento de los miembros de un partido único. Con ella hacen inviable otras formas de pensamiento contrarias a sus principios, que sustituyen con «hechos alternativos», como acuñó el domingo la asesora de comunicación de Trump Kellyanne Conwell.
En este idioma simplificado en el que ‘malo’ se sustituye por ‘nobueno’ y ‘terrible’ por ‘doblemásbueno’, las frases incompletas se complementan con palabras sueltas. «So sad!» (tan triste!), repite Trump hasta el hartazgo, porque «a fin de cuentas se espera que todos emitan palabras desde la laringe sin que participen en absoluto los centros del cerebro», explicaba el apéndice titulado ‘Los principios de la Neolengua’, también llamada ‘patolengua’ porque consiste en «graznar como un pato». El requisito era que las opiniones fueran leales y consistieran en alabanzas hacia el partido único.
«La información sobre la orden del día del Gran Hermano en ‘The Times’ del 3 de diciembre de 1983 es absolutamente insatisfactoria y se refiere a las personas inexistentes. Volver a escribirlo por completo y someter el borrador a la autoridad superior antes de archivar», escribió el protagonista Winston Smith, que, como trabajador del Ministerio de la Verdad, se encargaba de manipular la información sobre el pasado para adaptarla a los intereses del partido.
Su propia realidad
El sábado, cuando se levantó por primera vez en la Casa Blanca y puso la televisión, Donald Trump descubrió indignado que la emisión no se correspondía con su propia realidad. En el mundo de Trump la multitud que acudió a celebrar su investidura fue «la mayor de todos los tiempos», los inmigrantes ilegales que votaron por Hillary Clinton le robaron «entre tres y cinco millones de votos» y la prensa que se vuelve loca para discernir los hechos evidentes de las mentiras flagrantes, es «el enemigo» al que manda callar. «Estoy en guerra con ella», contó a los funcionarios de la CIA a los que visitó ese día. En las primeras filas, los animadores habituales que lleva a sus actos le aplaudieron con silbidos de entusiasmo.
Al rememorar ante ellos su ceremonia de investidura, apenas 24 horas después, el nuevo presidente, que vio entre un millón y millón y medio de personas donde los expertos estiman entre 300.000 y 600.000, contó que «casi llovía, pero Dios miró hacia abajo y dijo ‘no vamos a permitir que llueva durante tu discurso», relató. «De hecho, cuando comencé dije, ’Oh, no’. Me cayeron un par de gotas, qué lástima, iremos directamente a ello, pero la verdad es que paró de inmediato. Fue alucinante. Y entonces salió el sol brillando con fuerza. Y cuando yo me fui empezó a diluviar».
El columnista de ‘The Washington Post’ Dana Milbank se rascó la cabeza con incredulidad. «¿Que brillaba el sol? Yo estaba sentado a doce metros de él y recuerdo exactamente lo opuesto, ¿me estaría jugando una mala pasada mi memoria?», escribió en su columna del viernes. Antes de atreverse a llevar la contraria a un presidente que miente con tanto convencimiento, el periodista preguntó a sus colegas, revisó vídeos en ángulo de 360 grados, comparó imágenes de satélites y radares meteorológicos, todo para concluir, con un rigor científico que el presidente despreciaría, que aquella historia era equivalente «a que Trump declare que el negro es blanco y el día es la noche». «En su mente siempre brilla el sol, y eso es aterrador. Su desconexión de la realidad es mi mayor temor, me preocupa más que ninguna política que haya propuesto. Temo que el presidente de EE UU está loco de atar».
No es que hayan faltado políticas que cubrir esta semana, pero las alucinaciones del nuevo mandatorio al que Obama entregó los códigos nucleares superan con creces las de Nixon, un alcohólico paranoico e inseguro que asustaba a sus propios colaboradores.
El sábado Trump levantó el teléfono para hablar con el perplejo director en funciones de los Servicios de Parques Nacionales Michael Reynolds, al que exigió fotografías del National Mall durante su inauguración y la de Barack Obama. Como la comparación no corroboró su creencia, decidió que los plásticos blancos que protegían el suelo engañaban en la foto. El presidente del comité inaugural se ofreció a escribir un comunicado con cifras, pero Trump buscaba una pleitesía absoluta de que la suya había sido «la mayor audiencia que jamás haya visto una inauguración. Punto», le obligó a decir a su portavoz Sean Spicer en su primera intervención desde la Casa Blanca, mientras le observaba atentamente por la tele. Su crítica, «¿es que no tiene un traje oscuro?», bramó.
Medalla de honor
Los periodistas le escucharon con la boca abierta. «¿No teme que eso le haya restado credibilidad ante los medios?», preguntó días después ‘The New York Times’ al siniestro Steve Bannon, mano derecha de Trump, que se refiere a sí mismo como Darth Vader. «¿Estás de broma? ¡Para nosotros eso es una medalla de honor! Los medios tienen cero integridad, cero inteligencia. La oposición sois vosotros, no el Partido Demócrata. ¡Lo cogisteis todo mal, aún no entendéis por qué ha ganado! Os hemos derrotado, nunca os quitaréis de encima esta humillación. Lo que tenéis que hacer es callaros y escuchar».
Con casi tres millones de votos menos que Hillary Clinton, Trump es el que nunca podrá superar que su victoria no fue «a lo grande», sino la más pírrica de la historia en cuanto a voto popular. En su lucha interna para cambiar esa realidad, el lunes citó ante sus invitados al golfista Bernhard Langer, que en su versión estuvo en la cola de un colegio electoral de Florida donde le informaron que no se le permitiría votar, mientras «otras personas que no tenían pinta de poder votar rellenaban papeletas provisionales». Consultada por ‘The New York Times’, su hija negó rotundamente la historia y recordó que su padre es ciudadano alemán y por tanto no puede votar en EE UU. «No es amigo de Trump, no entiendo por qué habla de él».
Trump ha anunciado que emitirá una orden ejecutiva para que se investigue el fraude de votantes, pero la Casa Blanca aún estudia a quién encargárselo. Su presidencia pondrá a prueba los cimientos de la democracia estadounidense, en la que serán las instituciones y los tribunales los únicos que pueden poner freno a su delirio.
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