Lesbos, la cárcel del Egeo
En la isla griega malviven en pésimas condiciones miles de refugiados que no pueden ni regresar ni seguir adelante en su rutaSin tratamiento médico, los más graves llegan a morir sin posibilidad de traslado a un hospital de Atenas
El Mundo, , 23-01-2017La doctora De Vries, de Médicos Sin Fronteras, aún aprieta los puños cuando recuerda el momento más humillante de su trabajo en Lesbos: «Vino a vernos un chico afgano muy enfermo. Tenía un cáncer que aquí en la isla no podíamos tratar. Pedimos su traslado a Atenas, para ingresarlo en un hospital oncológico y darle quimioterapia. Ahí comenzamos una lucha contra la burocracia griega. Cada día era una nueva institución la que teníamos que superar. Policía, autoridad portuaria, inmigración… Meses después, el adolescente murió sin poder salir de Lesbos. No le dejaron salir de aquí, como si estuviera encarcelado. Me hierve la sangre cuando lo recuerdo».
Dicen que Europa les trata como a criminales y sin duda exageran: ningún chorizo, ningún pedófilo, ningún violador pasa su condena en una tienda de campaña al raso en pleno temporal de nieve, ni recibe arroz blanco todos los días de la semana con algo de pollo y un quesito para desayunar. Hasta los yihadistas de los que muchos huyen viven mejor que ellos en sus cárceles europeas. Siete mil personas viven en Lesbos una condena de nieve, frío extremo, letrinas insalubres y privaciones por un sueño cada vez más difícil de alcanzar. Pero en esa condena sin salida hacia delante ni hacia atrás también hay clases. En la puerta del campo de Kara Tepe discuten ante el periodista Susana y Faisal, ella, indignada, y él, fatalista:
– ¡Quiero volver a Siria! ¡No soporto este sitio!
– Ya sabes que no puedes. No insistas.
– Pues quiero salir de esta isla de una vez. Donde sea.
– Tampoco puedes.
Ellos, sirios, tienen alguna posibilidad, al menos de llegar a la Grecia continental si la burocracia griega no demora su solicitud de asilo meses y meses, que es lo que está haciendo, para que ningún refugiado abandone las islas. Pero hay otra clase aún más golpeada: aquellos que están fuera del sistema de asilo, de los campos oficiales como Moria o Kara Tepe, que saben que no tienen ninguna posibilidad de obtener papeles: los olvidados de Lesbos.
En varios edificios industriales malviven unos 400 jóvenes llegados de Argelia, Marruecos, Pakistán o Bangladesh. Como no proceden de un país en guerra entrar en el proceso no tiene sentido para ellos. Además, si la policía los ve puede detenerlos y deportarlos. Y ninguno de ellos quiere volver a su país. En lo que fue un gran almacén de camiones pasan la mañana Ahmed y otros tres adolescentes. Beben té para calentarse las tripas en unos sillones improvisados con palés de madera. «No sé qué le hemos hecho a los griegos. Vinimos con muchas esperanzas y ya las hemos perdido. Al menos en Atenas podríamos buscarnos la vida, pero aquí vivimos como ratas», dice. Y no se equivoca, porque conviven con las ratas que trastean en las montañas de basura que se acumulan entre los cadáveres de varios camiones.
En el exterior, otros hombres viven dentro de vehículos abandonados hace años, hasta siete dentro de un tráiler, otros tres en la cabina de un viejo Mercedes, otros cinco en un camión frigorífico. Comen lo que les consiguen los activistas de No Borders, que aseguran es «un menú muy simple, pero mucho mejor que el de los campos». La ropa que llevan también es donada. Intentan levantar las tiendas en las que duermen unos centímetros del suelo con maderas o cartones, para evitar la humedad que provoca la lluvia. El que menos tiempo lleva allí va a cumplir los siete meses en ese almacén, un limbo de cemento, frío que duele y montañas de basura.
Desde la aprobación del acuerdo de Bruselas con Turquía para la devolución de refugiados, tan sólo 800 personas han sido deportadas. El texto no se sostenía legalmente. En vez de revisar caso a caso de asilo, se metía a cientos de ellos (cristianos iraquíes, yazidíes, sirios, homosexuales iraníes, hazaras afganos…) en un ferry camino de Esmirna. Las reclamaciones de los abogados de la isla terminaron por tumbar el llamado «pacto de la vergüenza». Llegan muchos menos refugiados que en 2015, el año de la crisis, pero los que llegan no pueden seguir adelante (las fronteras de los Balcanes están cerradas) ni regresar. Están atrapados. Además, Angela Merkel ha anunciado que pretende enviar de vuelta a Grecia a muchos de sus refugiados porque, en virtud del protocolo de Dublín III que ella misma anuló, tienen que pedir asilo en el país de llegada a la UE. Y ese país está hoy en bancarrota.
«De vez en cuando aparecen por aquí los nazis de Amanecer Dorado a amedrentarnos», dice uno de los voluntarios de No Borders. «Su táctica es quemar algún edificio y destrozar alguna cosa y luego difundir que han sido los refugiados. Así van creando una opinión contraria en la población de Lesbos, desgastada pero aún generosa con los recién llegados». La doctora De Vries confirma la destrucción de tiendas y desperfectos para echar la culpa a los solicitantes de asilo: «Así es cómo procede esta gente», dice en la clínica de MSF. Los neofascistas han llenado todo de pintadas en las que se les criminaliza como terroristas. Como si el millón de personas que llegó aquí lo fuera. Si se coló algún yihadista, que sabemos que sí, tiene que ver con la absoluta dejadez de las autoridades griegas y europeas, que durante meses permitieron desembarcar a cientos de miles de personas sin hacer el más mínimo control.
La sala de espera de este centro médico recoge un crisol del gran éxodo de nuestro tiempo. Una mujer afgana con quemaduras de guerra, una adolescente nigeriana con problemas prenatales, un anciano iraquí con problemas respiratorios… «El sistema público griego es muy limitado aquí. No están preparados para tratar a los refugiados. No tienen traductores y apenas les llega el personal para atender a sus propios nacionales. Por eso estamos aquí». Que una ONG que suele trabajar en el Tercer Mundo tenga que desplegar un equipo en Lesbos ya muestra el nivel de implicación de las autoridades europeas. «Tenemos mucho herido de guerra al que no podemos operar porque no tienen quirófanos adecuados, mujeres afganas quemadas con ácido a las que no podemos tratar, chicas y también chicos víctimas de violencia sexual con el mismo problema… No podemos mandarlos a Atenas a que los traten en un hospital. La orden es que nadie salga de aquí. Es un desastre».
La monstruosa consecución de guerras en Oriente Próximo, la acción de las mafias turcas y la violencia de sátrapas sin escrúpulos sigue trayendo hasta Europa a enormes masas humanas. Mientras tanto, el sistema de asilo no es capaz de atender las necesidades de Grecia. Durante mucho tiempo, Lesbos seguirá llena de refugiados e inmigrantes sin salida hacia delante y sin posibilidad de volver atrás.
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