Harina, azúcar y un poco de euskera
El proyecto Anitz-lan aúna el aprendizaje del euskera y la inserción laboral
Diario Vasco, , 23-12-2016Las pastas ‘sabli’, típicas de Marruecos, llevan harina, azúcar, mantequilla, almendra y mermelada de melocotón. Comparten ingredientes básicos con los ‘cornulete’ rumanos, las ‘zimtsterne’ alemanas y las magdalenas de chocolate mexicanas. Y todas ellas, junto con el resto de las variedades dulces que contienen las cajas del proyecto ‘Munduko gozogintza kaxa txiki batean’ (Repostería del mundo en una pequeña caja) tienen un ingrediente especial: una pizca de euskera.
EL PROYECTO
Promotores. Banaiz Bagara, Fundación La Caixa, Lakari y Ayuntamento de Astigarraga, con la colaboración de kaixomaitia.eus
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Los dulces. Pastas típicas de Alemania, Marruecos, México y Rumanía, en cajas de 5, 10 y 15 euros.
Venta. Lakari (Zarautz) y Banaiz Bagara (Tabakalera-Donostia)
En la cooperativa Lakari, de Zarautz, tres vecinos de Astigarraga sin conocimientos previos de repostería están a punto de finalizar el segundo tramo de su período de formación, que comenzó con un curso de euskera que no les garantizará un B1 pero les sirve para empezar a desenvolverse en esa lengua. Adriana, de Rumanía; Abdellatif, de Marruecos, y Héctor, un mexicano que ya llevaba por su cuenta varios meses de euskaltegi, los tres en situación de desempleo, fueron seleccionados entre todos los participantes para pasar a la segunda fase ‘práctica’ del curso. Los tres sueñan con que les ayude a encontrar un trabajo.
Quien ha unido todos los cabos del proyecto Anitz-lan es Petra Elser, que a través de la asociación Banaiz Bagara lleva seis años desarrollando múltiples iniciativas en un nicho de la promoción del euskera que no suele aparecer entre las grandes prioridades. Elser, alemana, euskaldun, ‘inmigrante’ comunitaria sin especiales problemas de integración, no deja de idear y de poner en marcha formas de acercar a otros inmigrantes, generalmente en situación de mayor vulnerabilidad económica y social, la cultura vasca y, sobre todo, el euskera, haciéndolo desde la perspectiva de la integración social y la inserción laboral.
«Se nota la diferencia»
En este caso, ha conseguido sumar al proyecto a la Fundación La Caixa, al Ayuntamiento de Astigarraga y a Lakari, un espacio cooperativo que promueve y practica un modelo de consumo responsable y, además, funciona en euskera. En ese entorno, los tres ‘reposteros’, guiados por monitores de Lakari y con la ayuda de carteles, paneles y técnicas de aprendizaje y comunicación adaptadas a sus perfiles, mezclan, amasan, hornean y llenan con pastas de seis variedades cajas de tres tamaños que se venden a 5, 10 y 15 euros tanto en Lakari como en Tabakalera, donde tiene su sede Banaiz Bagara.
El proyecto ha tenido también el apoyo del portal kaixomaitia.eus, que ha querido contribuir a la comercialización de las pastas donando la mitad del premio que obtuvo en el encuentro de empresas emprendedoras Enpresarean. Los ingresos procedentes de la venta de las pastas complementarán los exiguos salarios de los tres reposteros, a quienes no les gustaría que la experiencia terminara con esta campaña ocasional. «Estaría bien poder seguir haciéndolas y venderlas por internet…», sueña Héctor, que en los tres años que lleva en Euskal Herria ha hecho un poco de todo y en su trabajo de repartidor ha constatado la importancia de desenvolverse en euskera. «Si al hacer una entrega a alguien que es euskaldun dices ‘mesedez, sinatu hemen’, se ve otra reacción, se nota la diferencia», afirma.
Abdellatif ha vivido la experiencia en cabeza ajena: «Mi hermano tiene años de experiencia en pescadería, pero le resultaría más fácil encontrar trabajo sabiendo un poco de euskera». Adriana, esquiva a la hora de las fotos, no habla mucho. Gracias a las horas que ha pasado en la cocina, esta ama de casa, madre de tres hijos que se están escolarizando en euskera, tiene más soltura que sus compañeros varones a la hora de amasar o de manejar una manga pastelera, y se ríe abiertamente cuando la falta de pericia les juega una mala pasada.
Trabajan concentrados, no hablan mucho. Cuando lo hacen, en sus conversaciones conviven euskera y castellano. Miren, al igual que las restantes integrantes de Lakari que les guían en su período de formación, les habla en euskera. También lo hace Petra. Los diálogos son bilingües, sin complejos. Abdellatif, Adriana y Héctor valoran el euskera, pero para ellos es, por encima de otras consideraciones, un pasaporte hacia la integración, un activo a la hora de encontrar trabajo. En cierto modo, han dado la vuelta a la pregunta «¿qué puedes hacer tú por el euskera?» y tienen bastante claro qué puede hacer el euskera por ellos.
«Pueden aportar mucho»
Los proyectos que promueve Banaiz Bagara en diversos municipios guipuzcoanos van en esa línea. «Se habla mucho del fomento del euskera entre los inmigrantes afirma Petra Elser, pero hay que adaptar el aprendizaje y el uso a sus características, no se puede basar todo en libros y gramática». Esa adaptación, en el caso de las actividades que promueve Banaiz Bagara, incluye la gratuidad.
Hay otros factores cuyo mero enunciado puede llegar a ser incómodo, pero son reales como la vida misma. Para hablar euskera es conveniente estar integrado en la comunidad euskaldun, lo que no siempre es fácil para el colectivo inmigrante. «Tenemos poca costumbre de hablar euskera con los inmigrantes que tienen interés por aprenderlo y hacen el esfuerzo. En cuanto hay alguna dificultad, o vemos que no tienen nuestro nivel, pasamos al castellano», recuerda Petra. Y, aunque no lo diga ella, también hay otro elemento que condiciona la incorporación de los inmigrantes al euskera y a la comunidad local: en general, se habla poco con los inmigrantes. Salvo en fechas señaladas, no se hacen grandes esfuerzos por conocerles, ni por compartir sus culturas, sus conocimientos o sus capacidades.
Proyectos como Anitz-lan parten del planteamiento contrario. El hecho de que las pastas reflejen la procedencia de los tres participantes y metan en una caja parte de sustradiciones culinarias no solo aporta variedad al surtido, sino que tiene valor simbólico. «Se trata de compartir y de mostrar que los inmigrantes tienen mucho que aportar, aunque en el aspecto laboral les resulte difícil que se reconozcan sus competencias», resume Petra Elser.
Abdellatif, Adriana y Héctor siguen haciendo pastas y llenando cajas con sus dulces. Esperan tener la oportunidad de utilizar lo aprendido en un trabajo ‘de verdad’. El curso ya se acaba, pero Elser confía en que el proyecto pueda reactivarse y dar a otros la posibilidad de vivir una experiencia similar, con el euskera como ingrediente especial.
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